Articulos Obispo

¡Ten misericordia de nosotros y del mundo entero!

Hemos caminado este mes de junio como peregrinos que vamos a la casa del Señor, celebrando las solemnida­des del Corpus Christi, de Jesu­cristo Sumo y Eterno Sacerdote y del Sagrado Corazón de Jesús, que nos centran en la persona, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que se ha hecho hombre para darnos la salvación: “La Palabra se hizo carne y ha­bito entre nosotros” (Jn 1, 14), vino hasta nosotros haciendo la voluntad del Padre celestial para perdonarnos y reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y con nuestros hermanos y dejarnos la paz, “La paz les dejo, la paz les doy, una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27).

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Jesucristo ilumina y unifica la vida familiar

Comenzamos la semana de reflexión y oración por la familia al celebrar en nues­tra Diócesis de Cúcuta la Semana de la Familia, con el propósito de tomar conciencia del llamado de Dios a cada hogar para defender, proteger y custodiar la vida huma­na y la familia, como base esencial para construir persona y sociedad desde las virtudes del Evangelio, con la certeza que Jesucristo nues­tra esperanza ilumina y unifica la vida familiar y con la gracia que derrama cada día sobre los hoga­res, fortalece la unidad y la comu­nión, que dan bienestar y estabi­lidad a la vida familiar, sabiendo que “el bien de la familia es de­cisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia” (‘Amoris Laetitia’ #31), bienestar que está en manos de nuestras familias cristianas para construir un mundo perdonado, re­conciliado y en paz.

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El trabajo: un valor familiar que santifica

Al comenzar este mes de mayo, celebramos con toda la Iglesia la fiesta de san José Obrero, patrono de los trabajadores, procla­mado por el papa Pío XII en 1955 en un discurso pronunciado en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, con la presencia de un grupo de obreros. Allí el Papa dijo: “El humilde obre­ro de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de us­tedes y de sus familias”, proclaman­do con ello a san José, maestro de la vida interior y del silencio, patrono de todo ser humano que se dedica al trabajo digno y necesario para la sub­sistencia personal y de la familia.

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“¡Es Verdad, el Señor ha Resucitado!” (Lc 24, 34)

Con esta fórmula el evan­gelista Lucas resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra fe, toda nuestra esperanza y la razón de ser de la caridad, que se tiene que hacer real en nuestra vida cristia­na en este día en que celebramos la resurrección del Señor. La pro­clamación de la Resurrección de Jesús, es fundamental para dar ci­miento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1 Cor 15, 17).

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San José, maestro de la escucha

Hemos celebrado la solem­nidad de san José, patrono de la Iglesia Universal, de nuestra Diócesis y de varias ins­tituciones de nuestra Iglesia Par­ticular. Son muchas las virtudes que hemos reflexionado sobre la figura de san José, pero en este momento lo vamos a considerar como maestro de la escucha. San José escuchó todo lo que Dios le pedía y en el silencio de su vida lo pudo realizar, en una acti­tud obediente a la voluntad de Dios. El Evangelio nos presenta a san José en silencio, sin embar­go, toda su vida es una escucha atenta de la llamada del Señor, con corazón abierto y disponible para todo lo que Dios le pide. San José escuchando en silencio supo contemplar el misterio del plan de Dios, que se hizo hombre como nosotros, para perdonarnos y lle­varnos a la vida eterna.

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“Estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15, 32)

El Papa Francisco nos ha en­señado en su magisterio que “los excluidos y marginados son nuestros hermanos”, invitando con ello a todos los bautizados a hacer la caridad con las familias y personas más vulnerables y necesi­tadas de la sociedad, manifestando con las obras caritativas en favor del prójimo el amor que le tenemos a Dios, porque como dice san Juan: “pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20), de tal manera, que lo que garantiza que el amor a Dios es genuino, es la salida al encuentro del hermano que está perdido. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “Los discípulos mi­sioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas. Decía San Alberto Hurtado: ‘en nuestras obras, nues­tro pueblo sabe que comprendemos su dolor’” (DA 386).

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“Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20)

Nos encontramos próximos a iniciar el Tiempo de Cuares­ma con el Miércoles de Ceni­za (2 de marzo), que es una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que con­siste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la fe en la Buena Noticia del Reino de Dios, recordándonos la necesidad de conversión y peniten­cia que en el Tiempo de Cuaresma tenemos que reforzar para purificar nuestra conciencia del mal y el peca­do; y totalmente purificados, recibir la gracia de Dios que nos perdona y nos reconstruye interiormente porque “donde abundó el pecado sobrea­bundó la gracia” (Rom 5, 20).

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Sigamos adelante con Jesucristo que ilumina nuestra vida

Hemos celebrado la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo el pasado 2 de fe­brero, en este inicio de nuestro año pastoral que tiene como lema: “Des­de el punto a donde hemos llegado, sigamos adelante” (Flp 3, 16). Esta es la fiesta de la ofrenda, la fiesta de la luz y la fiesta del encuentro, que nos ha permitido recordar y orar por el carisma de la vida consagra­da en la Iglesia y en nuestra Dió­cesis, como signo de la donación total de la propia vida al Señor. Es la fiesta de la ofrenda porque María y José presentan a Jesús en el tem­plo, atendiendo a la Ley de Moisés que ordenaba el ofrecimiento del primogénito a Dios (Ex 13,2.12). Esta fiesta anticipa y anuncia el sa­crificio redentor del Señor Jesús. El niño que ahora es ofrecido por sus padres, Él mismo se ofrecerá más tarde en la Cruz para aniquilar al diablo, autor de la división y des­trucción del ser humano.

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Navidad es perdón, reconciliación y paz

Se acerca la celebración del nacimiento de Nuestro Se­ñor Jesucristo, el cual cele­bramos el próximo 25 de diciem­bre: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre noso­tros” (Jn 1, 14), es lo que resuena en nuestros corazones en la ma­ñana de la Navidad, mensaje que nos invita a recibir al Salvador del mundo que viene a traernos el perdón y la paz. Este tiempo es un momento propicio para vivir perdonados y reconciliados, para dejar que Dios nazca en cada corazón y en cada familia. Dios no puede nacer de nuevo en un corazón que está lleno de odio, rencor, resentimiento y vengan­za, porque generan división y violencia.

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HOMILÍA DE POSESIÓN CANÓNICA – II PARTE 20 de noviembre de 2021 Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia

Para asumir este reto, convoco a to­dos los sacerdotes de la Diócesis y también a los religiosos que hacen presencia, que por la gracia de la Ordenación, han recibido la participa­ción del sacerdocio único de Cristo, a renovar su ministerio venciendo toda tentación de superficialidad o de ru­tina, que llevan a la instalación, para que fortalecidos por el Espíritu Santo, en comunión con Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, con el Papa Francis­co, conmigo como su Obispo y servidor, sintamos juntos el gozo de decirle al Se­ñor que queremos servirlo y seguir ins­taurando su Reino, buscando cada día ser verdaderos discípulos misioneros por la búsqueda permanente de la uni­dad. Esta unidad es guía segura y eficaz para la acción pastoral, que se traduce en una auténtica fraternidad sacerdotal, fruto maduro de la caridad que estamos llama­dos a vivir entre todos, para hacer creíble al mundo el anuncio que hacemos, cum­pliendo el deseo de Jesús en su oración al Padre: “que todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21), recordando que la fraternidad sacerdotal no es lo que recibo de mis hermanos sacerdotes, sino lo que yo hago por cada uno de ellos.

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