La Resurrección de Jesús: Una visión desde la ciencia

Por: Pbro. Javier Alexis Agudelo Avendaño, párroco de Jesucristo Buen Pastor, licenciado en Derecho Canónico UPJ

Si Cristo no resucitó es vana nuestra predicación, vacía también nuestra fe” (1 Cor 15, 14). La Resurrección de nuestro Señor Jesucristo es fundamento de nuestra fe. Las apariciones a las muje­res y a los apóstoles se han convertido en la base de esta afirmación y es lo que la Iglesia ha conservado a lo largo de todos los tiempos. Ahora bien, el acontecimiento de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo ha sido un hecho de múltiples reflexiones desde los diferentes campos de la ciencia: lo histórico, teológico, soteriológico, científico, entre otras más. Por ejem­plo, un historiador crítico verificaría la validez de los registros de los tes­tigos, confirmaría la muerte de Jesús mediante la crucifixión, revisaría los procedimientos del entierro, confir­maría los informes de la tumba vacía y el hecho de Jesús ser visto con vida el tercer día; luego de esto, conside­ra posibles explicaciones alternativas del evento y nos daría un aporte. Lo mismo hace cada una de las discipli­nas. Todos estos aportes tienen por objeto no solo probar el hecho, sino fortalecernos en la fe y la esperanza. El presente artículo busca ofrecer los elementos en los que se apoya la cien­cia para demostrar el acontecimiento desde su propio método y ofrecernos el fruto de su aporte.

Lo primero que tenemos que superar es la pretensión de separar la fe de la razón. La fe y la razón son dos for­mas de convicción que subsisten con más o menos grado de conflicto, o de compa­tibilidad. La fe gene­ralmente es definida como fundamento en una creencia, como una convicción que admite lo absoluto. Mientras que la razón se funda­menta en la evidencia, lo cual aproxima el ob­jeto de fe a la idea del mito. Según Juan Pablo II, cada una tiene su propio ámbito de realización, tal y como insinúa en su encíclica Fi­des et ratio (1998): “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Por tanto, sería un desastre seguir preten­diendo una separación entre la fe y la razón. Un hombre de fe es un hombre que va en busca de la verdad.

Algunos argumentos científicos que prueban la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo

Desde el punto de vista humano, la muerte es un acontecimiento irrever­sible. Desde la ciencia biológica, se puede demostrar que cuando sobre­viene la muerte patológica celular, se producen cambios irreversibles en los tejidos y los órganos del cuerpo humano. Por ejemplo: la membrana plasmática que envuelve la célula se rompe, los numerosos elementos del citoplasma se escapan, las proteínas se desnaturalizan y dejan de funcio­nar, todos los órganos del cuerpo dejan de funcionar indicando que no hay vida en el cuerpo.

En consecuencia, la muerte es un hecho na­tural y real. Ante lo an­terior cabe preguntar­nos ¿puede la ciencia explicar la Resurrec­ción de Jesús? La respuesta es NO. Infortunadamente la muerte no es un tema propio de la ciencia porque que­da fuera de los parámetros del método científico. Y aunque la ciencia no de­muestre la resurrección, no se puede afirmar que no hay resurrección. De hecho, la ciencia se basa en el método histórico para darnos un aporte. La ciencia es, en las palabras de T. H. Huxley, “humildad ante los hechos”. Como cosmólogo mirando al extraordinario uni­verso en términos de la teoría de la relatividad y de la cuántica, he tenido que aprender que el sen­tido común puede ser un tirano no bienvenido. A veces uno tie­ne que ir con la evidencia aun si no puede comprender totalmente en tér­minos corrientes lo que está sucedien­do. La resurrección es un poco así. El milagro de la resurrección cae fuera experiencia normal del mundo y está más allá de los modelos científicos corrientes para describirla.

Los testigos de la resurrección

Una vez demostrada la fiabilidad histórica del Nuevo Testamento, po­demos pasar a presentar la evidencia más poderosa a favor del cristianis­mo: la Resurrección de Jesús de Na­zaret. Estamos ante la creencia acaso más central de la fe cristiana, ya lo decía San Pablo: “si no resucitó Cris­to, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe” (I Corintios 15, 14). ¿Por qué es tan importante la Resurrección? Porque ella supone la vindicación de Jesús de Nazaret como aquello que dijo ser: el Hijo de Dios, el Mesías, la imagen del Dios verdadero. Si Él resucitó, todo sobre su doctrina y su persona resulta ser verdad. Si Él resucitó, entonces solo Él nos puede llevar hacia Dios, y no otro líder ni confesión religiosa. Los primeros cristianos dieron su vida por defender esta verdad. A nosotros, los de hoy, nos corresponde seguir sus pasos.  Pues bien, para establecer la veraci­dad de la Resurrección, debemos par­tir por presentar la siguiente consecu­ción de hechos o factores históricos:

  1. La muerte y sepultura de Jesús; 2) Los testigos de las apariciones post mortem; 3) La tumba vacía y 4) La nueva vida en Cristo.

1. La crucifixión, muerte y sepultu­ra de Jesús. No cabe duda razonable de que Jesús de Nazaret fue crucifica­do en tiempos de Poncio Pilato, (se­gún el símbolo de la fe) en la Pales­tina del siglo I, a manos de soldados romanos, “y en aquel lugar donde ha­bía sido crucificado, había un huer­to; y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no se había puesto a nadie” (Jn 19, 41). Tres hechos muy concretos que muestran que la muerte de Jesús fue un hecho real y datado en el tiempo.

Es importante destacar que los cuatro evangelios hayan registrado la apari­ción de un personaje llamado José de Arimatea, como aquel que pidió el cuerpo de Jesús para enterrarlo. Sucede que este per­sonaje era un miembro del Sanedrín (Mc 15, 43 y Lc 23, 50) y, por esta misma razón, tuvo que pedir el cuer­po de Jesús a Pilatos en secreto, por miedo a los judíos (Jn 19, 38).

2. El testimonio de un grupo de testigos. Tanto en los testimo­nios de los evangelios que muestran como en las cartas paulinas y las pastorales, se habla de más de quinientos testigos incluyendo las mujeres y los apóstoles. Al respecto la introducción que hace Juan en su primera epístola: “Lo que existía des­de el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y to­caron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna” (1 Jn 1-3).

Por su parte, San Pablo hace una de­claración realmente audaz cuando es­cribe que Cristo “se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apare­ció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron” (1 Cor. 15, 4-6). Si Pablo estaba mintiendo, ¿por qué se atrevería a afirmar que la mayoría de quinien­tos testigos oculares todavía vivían? De ser esto un invento, ¿no se estaría exponiendo a quedar como un em­baucador? Estas perso­nas bien podrían haber tenido la oportunidad de refutarlo, pero aun así el Apóstol hizo se­mejante declaración. Y no existe documento antiguo alguno que refute lo dicho por Pablo. Lo que vale la pena resaltar es la cantidad registrada: quinientos tes­tigos oculares para un caso es senci­llamente insuperable.

3. La tumba vacía. Frente a esta prueba se pueden enumerar dos posi­ciones. La primera, es la posición que adoptaron los enemigos de Cristo y la segunda, tiene que ver con la na­turaleza de los primeros testigos de la tumba vacía. Con respecto a lo prime­ro, es interesante observar que incluso los enemigos de Jesús admitieron que la tumba estaba vacía. Los propios líderes judíos que habían ajusticiado a Cristo, por medio de los romanos, nunca negaron que el sepulcro había quedado sin cuerpo. Si el relato de la tumba vacía hubiese sido un invento, los judíos simplemente habrían se­ñalado el cuerpo aún presente en el sepulcro. No existe tradición judía de la antigüedad que sostenga que el cuerpo siempre estuvo ahí y que los discípulos de Cristo simplemente se inventaron la idea de una tumba va­cía.

De hecho, la tradición judía es la que precisamente sostiene Mateo cuando relata que los sumos sacerdotes le dieron dinero a los soldados romanos para que esparcieran el rumor de que los discípulos habían robado el cuer­po de noche y que esta versión siguió perdurando hasta sus días (Mt 28, 13- 15). Pero lo interesante es que los ju­díos nunca demostraron evidencia del «cuerpo robado». Lo único que hicie­ron fue imputar dicha calumnia para luego pasar a guardar silencio.

Otro elemento a tener en cuenta frente a la tumba vacía es el sello romano. El sellado de la tumba consistía en una cuerda o soga que era atada cruzando la piedra que tapaba la entrada al se­pulcro. La cuerda era adherida en los extremos de la roca por medio de un sello de arcilla [tal como en el foso de los leones, en Daniel (Dn 6, 17)]. Estos sellos eran puestos en la presencia de los guardias romanos que testificaban de alguna manera el sellado y luego eran dejados a cargo de la vigilancia de la tumba. Aquella guardia romana fijó en la tumba el sello romano, señal de la autoridad y el poder romanos. El sello romano que se puso allí tenía el propósito de evitar que se vandalizara el sepulcro. Cualquiera que tratara de remover la piedra de la entrada de la tumba habría roto el sello e incurri­do así en la ira de la ley romana. No había manera de mover la piedra sin romper el sello, por lo que este tenía la función de prevenir el robo del cuerpo de Jesús, tal como lo pensaban los lí­deres judíos (Mateo 27, 62-66).

Por esta razón se decidió usar este sello. Quien incurriera en el delito de romper el sello romano, la pena con la que se imputaba el delito era morir crucificado con la cabeza hacia abajo.

4. La nueva vida en Cristo. Final­mente llegamos a la última prueba his­tórica del resucitado; el hecho que hoy Jesús sigue transformando la vida de las personas. “Jesús va buscar a sus discípulos cuando creen que los años pasados con él habían sido como un sueño, que los había dejado, y su pre­sencia transforma todas las cosas. La sensación de abandono cede el paso a la certeza de que Cristo está con no­sotros, entonces como ahora” (Papa Francisco, Regina Coeli: La presencia de Jesús resucitado transforma todo, 11.04.2016). Su presencia resucitada después de la muerte en la comunidad y en la vida de las personas, sigue in­centivando el corazón del hombre a la conversión.

El poder del Resucitado sigue endere­zando el corazón de los hombres hacia Dios. La comunidad cristiana es la co­munidad del resucitado. El gran anun­cio de la Resurrección infunde en el corazón de los creyentes una profun­da alegría y una esperanza invencible. ¡Cristo ha resucitado verdaderamente! Hoy también la Iglesia sigue hacien­do resonar este anuncio: la alegría y la esperanza corren en los corazones, en los rostros, en los gestos y en las palabras.

Todos nosotros, los cristianos, estamos llamados a comunicar este mensaje de resurrección a los que encontramos en el camino diario, especialmente a los que sufren, están solos, se encuentran en condiciones precarias, los enfer­mos, refugiados y a los marginados.

Hagamos llegar a todos, un rayo de la luz de Cristo Resucitado, un signo de su potencia misericordiosa y del po­der transformador del Señor.

Tomado de La Verdad

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