Jornada Mundial de las Misiones 2021- DOMUND “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20)

Foto con consentimiento informado. Imagen: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta

El sacerdote Ángel Sagarmínaga Mendieta (1890-1968), teólogo, canónigo y misionero español, fue llamado “el hombre de las misio­nes”, porque impulsó activamente la misión en la Iglesia. Creó en 1943 el término DOMUND (acrónimo de Do­mingo Mundial de las Misiones).

Historia

El Domingo Mundial de las Misiones, se desprende de la Obra de la Propa­gación de la Fe, la cual nació en Lyon (Francia) en el año 1820 (fundada como tal el 3 de mayo de 1822). Iniciativa de la venerable María Paulina Jaricot, quien estableció entre las trabajadoras de la fábrica de su familia, una asocia­ción cuya actividad era la oración y do­nación. Para su centenario de fundación, el 3 de mayo de 1922, el Papa Pío XI, declaró la Obra como Pontificia.

Antes de su nombramiento como Sumo Pontífice, Pío XI ya venía trabajando enérgicamente en el tema misionero en Milán, extendiendo la Obra de la Pro­pagación de la Fe, de hecho, en la Ar­quidiócesis de Milán había instaurado una jornada anual, que debían celebrar en las todas las parroquias e institu­ciones diocesanas. A los pocos días de asumir su Pontificado, además de nom­brar esta Obra como Pontificia, también nombró a la Obra de la Santa Infancia y la del Clero Indígena, declarándolas instrumento principal de la cooperación misionera de toda la Iglesia católica, na­ciendo así las Obras Misionales Ponti­ficias, designando como primer director al padre Ángel Sagarmínaga, cargo que ocupó hasta el día de su muerte.

El 28 de febrero de 1926, el Papa Pío XI publicó la Encíclica ‘Rerum Eccleasie’ (De las cosas de la Iglesia), donde resal­tó la urgencia de cumplir los objetivos misioneros.

La Iglesia recuerda y valora aquel signo que realizó en la fiesta de Pentecostés en su primer año de pontificado (1922), cuando en plena homilía ejecutó él mis­mo el papel de recaudador entre los asis­tentes en la Basílica de San Pedro, para promover la colecta en beneficio de las misiones de la Iglesia. Después de todo esto y de publicada ‘Rerum Eccleasie’, las Obras Misionales Pontificias soli­citaron al Papa, la institución de una Jornada Mundial de las Misiones. Es así, como Pío XI establece para el pe­núltimo domingo de octubre de 1926, la primera Jornada y Colecta Mundial de las Misiones.

“No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20)

Para el men­saje de la 95.° Jornada Mundial de las Misio­nes, el Papa Francisco ha propuesto como lema: “No pode­mos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20), ya que, “cuando ex­perimenta­mos la fuer­za del amor de Dios, cuando reco­nocemos su presencia en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído”, explica el Sumo Pontífice al iniciar el documento que consta de dos temas: “La experiencia de los Apóstoles” y “Una invitación a cada uno de nosotros”.

Resumen

  1. La experiencia de los Apóstoles

La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercar­se a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener.

Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Él inauguró, ya para hoy, los tiempos por venir, recordándonos una característi­ca esencial de nuestra identidad, tantas veces olvidada: “Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor” (‘Fratelli tutti’, 68). Tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunida­des a partir de hombres y mujeres que aprenden a ha­cerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social (Cf. Ibíd., 67).

Sin embargo, los tiempos no eran fáciles; los pri­meros cristianos comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado… Los límites e im­pedimentos se volvieron tam­bién un lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el Es­píritu del Señor. Nada ni nadie po­día quedar ajeno a ese anuncio liberador.

Tenemos el testimonio vivo de todo esto en los Hechos de los Apóstoles, libro de cabecera de los discípulos misioneros. Es el libro que recoge, cómo el perfume del Evangelio fue calando a su paso y suscitando la alegría que sólo el Espíritu nos puede regalar.

Así también nosotros: tampoco es fácil el momento actual de nuestra historia. La situación de la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las injusticias que ya tantos padecían y puso al descubierto nuestras falsas seguridades y las fragmentaciones y polarizaciones que silenciosamente nos laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su vulnerabili­dad y fragilidad. Hemos experimentado el desánimo, el desencanto, el cansan­cio, y hasta la amargura conformista y desesperanzadora pudo apoderarse de nuestras miradas. Pero nosotros “no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y Señor, pues no so­mos más que servidores de ustedes por causa de Jesús” (2 Cor 4, 5).

  1. Una invitación a cada uno de nosotros

“No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20), es una invitación a cada uno de nosotros a “ha­cernos cargo” y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia: “Ella existe para evangelizar” (san Pablo VI, ‘Evangelii nuntiandi’, 14). Nuestra vida de fe se debilita, pier­de profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica exige una creciente apertura capaz de llegar y abrazar a to­dos.

En la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra cada año el penúltimo domingo de octubre, recordamos agra­decidamente a todas esas personas que, con su testimonio de vida, nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos y alegres del Evangelio. Recordamos especialmen­te a quienes fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el Evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y ciudades donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición.

Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión… Re­cordemos que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia.

Que María, la primera discípula misio­nera, haga crecer en todos los bautiza­dos el deseo de ser sal y luz en nuestras tierras (Cf. Mt 5, 13-14).

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Fuentes: portalmisionero.com; omp.es; juanxxiiidiscipulas.es; press.vatican.va

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