“Un Pueblo que camina por el mundo, gritando ¡ven Señor!”

Por: Fray Claudio Zambrano Burbano, O.S.A.

Foto: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta

Cuántas veces en nuestras catedrales y templos parro­quiales se ha cantado este verso del prolífico compositor es­pañol Juan Antonio Espinosa. Con seguridad que se ha entonado ya sea en la Eucaristía que abre el pri­mer Domingo de Adviento, o quizá en las ocasiones, donde reunidos como pueblo de Dios, para meditar la Palabra, ha servido este canto de apertura para la escucha atenta de la Palabra de Dios y dar paso a su operatividad en nuestra vida.

Así es nuestra Iglesia, un pueblo en camino, que caminando “en medio de tentaciones y tribula­ciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no des­fallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de reno­varse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso” (L.G. #9).

El Concilio Vaticano II, nos recuer­da en la Constitución Dogmática ‘Lumen Gentium’, que “fue volun­tad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un Pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (L.G. #9).

A partir de estas enseñanzas con­ciliares, cabe plantearnos el si­guiente interrogante:

¿Por qué la Iglesia propone un sínodo sobre la sinodalidad?

El origen etimológico griego que tiene la palabra sínodo está com­puesto por la preposición «σύν» que significa “juntos” y el sustanti­vo, «ὁδός» que significa “camino”, expresando la idea del camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Este origen greco nos ofrece ya una respuesta bas­tante clara del por qué un Sínodo sobre la sinodalidad.

Su santidad, el Papa Francisco, explica que el caminar juntos, se hace para fortalecer la sinergia en todos los ámbi­tos de la misión de la Iglesia, para que el caminar eclesial -lai­cos, consagra­dos, Obispos y el Papa- testimonie la belleza y la ne­cesidad del ca­minar como pueblo de Dios. Caminar juntos apa­rentemente pa­rece un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil de poner en práctica.

La propuesta de la sinodalidad nos invita para que redescubramos que todos los bautizados somos constituidos en esos nuevos caminan­tes y que, en nuestro andar por el mundo, unidos como Pueblo de Dios, estamos lla­mados a testimoniar de quién somos discí­pulos, quién es nues­tro Señor, quién les da sentido y orientación a nuestros pasos. Esta nueva etapa sinodal, es una invitación al diálogo, a la escucha, a la unidad y al discernimiento, valores que, como comunidad eclesial, a la luz del Evangelio, estamos llamados a resignificar en estos tiempos de pandemia. Que en esta etapa de sinodalidad, la Iglesia diocesana pueda vivir estos tres años del Sínodo (2021 – 2023) participando, generan­do unidad y dispuestos a asumir la misión que es traslucir nuestro ser discípulos de Cristo. Que este tiempo sinodal se constituya en un verdadero «kairos», es decir, como un tiempo del Señor, que nos lla­ma a vivir la esencia de la Iglesia, caminar juntos unidos a Él.

¿Qué es el Sínodo?

Sínodo y sinodalidad es una oportunidad. Esta etapa sinodal que tuvo su inicio so­lemne en el octubre (9 y 10 en Roma) y que después continuó en cada Iglesia diocesana los días 16 y 17, busca establecer un itinerario de «aggiornamento» (renovación); lo cual constituye, un don y una tarea ya que cami­nando juntos, y juntos reflexionan­do sobre el camino re­corrido. Como Iglesia se podrá aprender, a partir de lo que se irá experimentando, cuá­les son los procesos que pueden ayudarla a vivir con más profun­didad la comunión; a realizar más efectiva­mente la participación y a abrirse con fortale­za a la misión. Nuestro “caminar juntos”, en efecto, es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pue­blo de Dios peregrino y misionero.

Universal y Local vamos a iniciar, tiene como primera implicación la escucha atenta del Espíritu Santo, permaneciendo abiertos a las sor­presas que el mismo Espíritu Santo nos preparará a lo largo del cami­no. Para esta escucha atenta no podemos dejar de lado la cordial invitación a releer los ocho obje­tivos del sínodo que nos sirven de orientación, ayudándonos en nues­tra profundización e invitándonos a adentrarnos en dinámica sinodal.

1) Hacer memoria sobre cómo el Espíritu ha guiado el camino de la Iglesia en la historia y nos llama hoy a ser juntos testigos del amor de Dios; 2) vivir un proceso ecle­sial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno – en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones margi­nales – la oportunidad de expresar­se y de ser escuchados para contri­buir en la construcción del Pueblo de Dios; 3) reconocer y apreciar la riqueza y la variedad de los dones y de los carismas que el Espíritu distribuye libremente, para el bien de la comunidad y en favor de toda la familia humana; 4) experimentar modos participados de ejercitar la responsabilidad en el anuncio del Evangelio y en el compromiso por construir un mundo más hermoso y más habitable; 5) examinar cómo se viven en la Iglesia la responsa­bilidad y el poder, y las estructuras con las que se gestionan, haciendo emerger y tratando de convertir los prejuicios y las prácticas desorde­nadas que no están radicadas en el Evangelio; 6) sostener la comuni­dad cristiana come sujeto creíble y socio fiable en caminos de diálogo social, sanación, reconciliación, inclusión y participación, recons­trucción de la democracia, pro­moción de la fraternidad y de la amistad social; 7) regenerar las re­laciones entre los miembros de las comunidades cristianas, así como también entre las comunidades y los otros grupos sociales, por ejem­plo, comunidades de creyentes de otras confesiones y religiones, or­ganizaciones de la sociedad civil, movimientos populares, etc.; 8) fa­vorecer la valoración y la apropia­ción de los frutos de las recientes experiencias sinodales a nivel uni­versal, regional, nacional y local. Documento preparatorio. Por una Iglesia sinodal: comunión, partici­pación y misión.

¿Cómo se hace en las Iglesias Particulares?

La dinámica de escucha y consul­tas del Pueblo de Dios que con­tiene el Sínodo, en su fase inicial tiene como protagonista a la Iglesia Diocesana, donde se abre el proce­so de consulta. Valga la aclaración que “no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamis­mos de la democracia radicados en el principio de la mayoría, porque en la base de la participación para cada proceso sinodal está la pasión compartida por la común misión de evangelización y no la repre­sentación de intereses en conflic­to”. Ante esta dinámica de escu­cha de la grey del Señor que tiene su “olfato” para encontrar nuevos caminos que el Señor le abre a la Iglesia , el Pastor diocesano como auténtico custodio, intérprete y tes­tigo de la fe, como vigía, debe sa­ber distinguir atentamente los flu­jos muchas veces cambiantes de la opinión pública, sin ningún temor en ponerse a la escucha de la grey que le ha sido confiada, teniendo la preocupación de “alcanzar a todos, para que en el desarrollo ordenado del camino sinodal se realice lo que el apóstol Pablo recomienda a la comunidad: «No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno» (1Ts 5,19- 21)” .

La diócesis en clave de sinodalidad, durante esta primera etapa del sínodo tiene que incluir todas sus estructuras y organismos de comunión propios de la Iglesia particular, como son el consejo presbiteral, el colegio de los con­sultores, el consejo pastoral (Cf. CIC #495-514). Estos organismos tienen que estar conectados con la realidad que vive el Pueblo de Dios, el punto de partida tiene que ser los problemas y las fatigas que enfrenta día a día la comunidad eclesial, en esta tarea no se pue­de dar paso por lo tanto al des­ánimo, al “siempre se ha hecho así”. Todo lo contrario, que sea la oportunidad de redescubrir la misión profética que hemos recibido en el bautismo, que como bautizados incorpo­rados en el cuerpo de Cristo, cualquiera sea la función en la Igle­sia y el grado de ins­trucción de nuestra fe, hemos recibido el don y la tarea de ser un agente evangeli­zador.

La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cul­tura de quien lo recibe (EG. #115), como Iglesia Universal y Particu­lar no podemos dejar de lado esta realidad cultural en la cual el Se­ñor nos llama a formar parte de su Iglesia, a ser su Pueblo. Esta lla­mada implica ser fermento de Dios en medio de la humanidad, donde cada comunidad parroquial, célula vital de la Iglesia Particular, unida en torno a su Obispo, puede ofre­cer en el contexto actual aliento y esperanza que den vigor en el ca­mino de fe, como comunidad ecle­sial tenemos que ser el lugar de la escucha, de la misericordia gratui­ta, donde todo el mundo pueda sen­tirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida nue­va del Evangelio (Cf. EG. #114). Por último, quisiera hacer refe­rencia a unas líneas a las cuales hizo mención el Papa Francisco en su primer viaje apostólico a Río de Janeiro en el año 2013, donde propone el perfil de los Obis­pos, mencionando que el sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: delante para indicar el camino, en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, detrás para evitar que alguno se quede rezaga­do. Ampliando estos tres sitios, no dejándolos solo en referencia al obispo, sino también a los sacerdo­tes, a los catequistas, ministros de la Palabra y de la Eucaristía, es de­cir, cada miembro que está activo en el trabajo eclesial y pastoral. Si cada uno, como piedras vivas pro­curamos edificar la Iglesia, ocu­pando un sitio, algunas veces de­lante, otras veces en medio y otras atrás para servir; fomentando la comunión y la escucha, podríamos lograr que el nuevo Sínodo, que está por empezar en su fase dioce­sana, sea una oportunidad valiosa de crecimiento y testimonio vivo de la Iglesia de Cristo que peregri­na en el mundo.

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