Los cinco pasos que el Papa Francisco pide que den las familias

Foto: vatican.va

El pasado miércoles 22 de junio el Papa Francisco inauguró en el Aula Pablo VI del Vaticano, el X Encuentro Mundial de las Familias (del 22 al 26 de junio), bajo el lema: “El amor familiar: vocación y camino de santidad”.

Familias y esposos de todo el mundo se concentraron en esta celebración, algunos de ellos compartieron sus testimonios de vida, lo cual el Papa exaltó, porque reconoció que “no es fácil hablar ante un público tan grande de la propia vida, de las dificultades o de los dones maravillosos, pero íntimos y personales, que han recibido del Señor”. Señaló que aquellos testimonios fueron “amplificadores”, y les dieron “voz a la experiencia de muchas otras familias en el mundo” que, como ellos, experimentan las mismas alegrías, inquietudes, sufrimientos y esperanzas.

En su discurso inaugural, Su Santidad expuso cinco pasos que como familia se deben dar juntos:

  1. Un paso más hacia el matrimonio 

Debemos convertirnos y caminar como Iglesia, para que nuestras diócesis y parroquias sean cada vez más “comunidades que sostienen a todos con los brazos abiertos”. Es muy necesario en esta cultura de la indiferencia. ¡Es indispensable! Y vosotros, providencialmente, han encontrado apoyo en otras familias, que son, de hecho, pequeñas iglesias.

Podemos tener los sueños más hermosos, los ideales más altos, pero al final descubrimos también nuestros límites, que no podemos superar por nosotros mismos, sino sólo abriéndonos al Padre, a su amor, a su gracia. Este es el significado de los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, son la ayuda concreta que Dios nos da para no dejarnos solos, porque “nosotros no nos bastamos”.

El matrimonio no es una formalidad que hay que cumplir. Uno no se casa para ser católico “con la etiqueta”, para obedecer a una regla, o porque lo dice la Iglesia o para hacer una fiesta, no; uno se casa porque quiere fundar el matrimonio en el amor de Cristo, que es sólido como una roca.

  1. Un paso más para abrazar la Cruz 

La cruz, que forma parte de la vida de cada persona y de cada familia, es testimonio de enfermedades y muertes, que no han destruido la serenidad, porque no deben ser personas abatidas, desesperadas y enfurecidas con la vida, ¡al contrario! La serenidad abre una ventana: a los designios misteriosos de Dios, a la eternidad, el Cielo. Que entre en sus corazones la verdad de la Cruz como don de sí misma, con una vida entregada a su familia, a la Iglesia y al mundo entero.

  1. Un paso más hacia el perdón 

En el matrimonio están las crisis, y debemos mostrarlas y buscar el camino para resolver. No endulcen la realidad con un poco de azúcar, llamen por su nombre a todas las causas de la crisis: la falta de sinceridad, la infidelidad, el mal uso del dinero, los ídolos del poder y de la carrera, el resentimiento acumulado y la dureza del corazón; pero el Señor responde al deseo más profundo de sus corazones y salva matrimonios. Eso es exactamente así. El deseo que hay en lo más profundo del corazón de cada uno es que el amor no se acabe, que la historia construida juntos con la persona amada no llegue a su fin, que los frutos que esta generó no se pierdan. Todos tienen este deseo. Nadie desea un amor a “corto plazo” o a “tiempo determinado”. Y por eso se sufre mucho cuando los fallos, las negligencias y los pecados humanos hacen naufragar un matrimonio. Pero incluso en medio de la tempestad, Dios ve lo que hay en el corazón.

Que comience un camino de acercamiento y renovación de sus relaciones. Hablen, ábranse con sinceridad, reconozcan las culpas, recen juntos con otras parejas, que todo eso lleva a la reconciliación y al perdón.

El perdón, hermanos y hermanas, cura todas las heridas, es un don que brota de la gracia con la que Cristo colma a la pareja y a toda la familia cuando lo dejamos actuar, cuando recurrimos a Él.

  1. Un paso más hacia la acogida

Dios obra en nuestro favor también por medio de personas concretas, hay familias acogedoras y esto es precisamente un “carisma” de las familias, ¡y sobre todo de las numerosas! Se piensa que en una casa donde ya son muchos sea más difícil acoger a otros; en cambio, en la realidad no es así, porque las familias con muchos hijos están entrenadas para hacer espacio a los demás.  Y mientras que en los contextos anónimos se suele rechazar al que es más débil, en las familias, en cambio, es natural acogerlo: un hijo con discapacidad, una persona anciana que necesita cuidados, un pariente en dificultad que no tiene a nadie. Esto da esperanza. Las familias son lugares de acogida y qué problema sería si faltaran. Una sociedad sin familias acogedoras se volvería fría e invivible. Son el calor de la sociedad las familias acogedoras y generosas.

  1. Un paso más hacia la fraternidad 

Además de ser marido y mujer, ustedes han vivido como hermanos en humanidad, como hermanos en experiencias religiosas diversas, como hermanos en el compromiso social. También esta es una escuela que se aprende en familia. Viviendo junto al que es diferente a mí, en la familia se aprende a ser hermanos y hermanas. Se aprende a superar divisiones, prejuicios, cerrazones y a construir juntos algo grande y hermoso, partiendo de lo que nos une.

Queridos amigos, cada una de sus familias tiene una misión que cumplir en el mundo, un testimonio que dar. Los bautizados, en particular, estamos llamados a ser «un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo» (Gaudete et exsultate, 21). Por eso les propongo que se hagan esta pregunta: ¿cuál es la palabra que el Señor quiere decir con nuestra vida a las personas que encontramos? ¿Qué “paso más” le pide hoy a nuestra familia?

Dispónganse a la escucha. Déjense transformar por Él, para que también ustedes puedan transformar el mundo y hacerlo “casa” para quien necesita ser acogido, para quien necesita encontrar a Cristo y sentirse amado. Tenemos que vivir con la mirada puesta en el cielo, como le decían los beatos María y Luis Beltrame Quattrocchi a sus hijos, afrontando las fatigas y las alegrías de la vida: “mirando siempre por encima del techo”.

Les agradezco el compromiso de sacar adelante a sus familias. Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Francisco.

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