La Iglesia es experta en humanidad. Conoce al hombre y sabe qué hay en el corazón de todos porque parte de un principio sublime: “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Por ello, hay una autoridad moral indiscutible cuando se le propone al pueblo principios y verdades que sirven para vivir. Nuestra decisión debe estar fundada en la conciencia informada y libre.
¿Cuál es la urgencia presente en Colombia?
Desde tiempos del profeta Amós (Amós 9, 11) sigue siendo necesidad recurrente aquello que bellamente se nos decía: “En aquel día levantaré la choza caída de David; repararé sus grietas, restauraré sus ruinas y la reconstruiré tal como era en días pasados”.
Es desde la unidad como se reconstruye. He ahí el protagonismo eclesial. Así la Iglesia posee por vocación, misión e institución que proceden del mismo Señor de la Historia y del dueño de la vida y de la paz, la sensibilidad y aptitud especial para invitarnos a reconstruir la unidad, para hacer una opción decidida y firme por los necesitados, por los sedientos de justicia, por los que más han sufrido en décadas de conflictos y hostilidades.
Hay ahora anhelo de una paz duradera y estable, pero desde la fe sabemos que esa paz se consigue con un proceso que la misma Palabra de Dios ha iluminado. Es un camino que se inicia con un valeroso reconocimiento de los errores cometidos, que prosigue con una también valerosa revisión de la conciencia nacional que debe aprender a pedir perdón, y luego se ha de iluminar con la alegría de manos que se tienden, sinceras y limpias, al encuentro del que pide reconciliación y suplica el perdón.
No se ha concluido aún el camino de esta paz deseada y buscada. No se puede negar la importancia de un trabajo largo que ahora llega a unos acuerdos que buscan tiempos de paz y de esperanza. Pero debemos decidir en conciencia, reconociendo que lo pactado compromete decisivamente muchos campos de la vida nacional y que es preciso informarnos con el mayor cuidado y con la más clara conciencia acerca de los alcances de todas las cosas, para que no tengamos el dolor de caer en la injusticia, en el desprecio de tantos dolores sufridos por todos de uno u otro modo. Hay temas que tienen que ser sopesados con cuidado y serenidad.
Hay que prepararnos con conciencia para decidir en una consulta que se llama plebiscito. La misma palabra es ya comprometedora porque, según la etimología de la expresión, plebiscito es lo que el pueblo conoce, sabe, entiende y asume.
Por eso debemos decidir con plena conciencia. No podemos apresurarnos ni dejarnos impactar con impresiones parcializadas. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de valorar o juzgar unos términos de un acuerdo y debemos hacerlo con libertad.
Pensemos si de verdad lo pactado coincide con el anhelo de todos o simplemente representa la aspiración de unos u otros. Pensemos si de verdad este sería el camino acertado, es necesario detenerse a calibrar y sopesar todos los factores que, sumados, harían posible una paz digna, justa y verdadera.
Cada uno debe decidir. Sugiero que nos apoyemos en la oración, que nos inspiremos en la Palabra de Dios, que tengamos el valor de reconocer las bondades, pero también de sopesar los límites de lo que algunos colombianos han logrado acordar. Necesitamos grandes espacios de oración en estos días y, con espíritu de fe, propongo una gran campaña de adoración eucarística en nuestras parroquias.
Sería gravísimo desde nuestra misión de pastores impulsar una u otra posición, a riesgo de parcializarnos. Pero es mi deber invitar a la prudencia, a la decisión seria y consciente.
No puede optarse por algo que desconozca la verdad y la justicia, que desprecie el dolor de tantas víctimas. No podemos olvidar que para obtener el perdón por tantos dolores hace falta pedirlo desde el corazón y que nuestra gran misión es reconstruir el corazón de Colombia sin que quede humillada la verdad y la justicia.
La Paz es inaplazable, juntos, como colombianos tenemos que encontrar caminos de diálogo y reconciliación en los cuales todos desde diversas visiones -en el respeto de los valores de la persona humana- construyamos un futuro de esperanza. Dios nos ilumine.
¡Alabado sea Jesucristo!