Vivimos tiempos difíciles, y en medio de la crisis de salud que ha provocado la COVID-19, la terrible situación invernal que ha hecho sufrir a muchos, nos disponemos a iniciar un nuevo Año Litúrgico, ya que el calendario de las celebraciones de la Iglesia se rige, no por la sucesión de días y meses que se registran en el almanaque, sino por una forma muy especial de contar el tiempo, el cual se basa en la fecha de la Pascua y que ordena todas las celebraciones en un ciclo colmado de signos y celebraciones que constituyen el Año Litúrgico, en este caso ya el 2021. Hemos concluido el Año Litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey del Universo y comenzaremos este domingo, el santo Tiempo del Adviento.
La Iglesia del Señor está llamada a dar gloria a su Dios. Su misión es anunciar con la Palabra, la vida y el culto, la presencia de Dios en la historia, manifestar a Cristo glorioso en medio de las realidades del mundo, celebrando visiblemente su triunfo sobre la muerte. Ya lo decimos en nuestras celebraciones: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús. Este es el centro de nuestra fe y, hacia este anuncio gozoso corre y trabaja todo nuestro plan pastoral, queremos poner a Jesús en el corazón y en la vida de todos los hijos de la Iglesia.
Iniciamos el Año Litúrgico con el tiempo del ADVIENTO, esta vivencia de la liturgia, nos pone de frente a las celebraciones con cuatro semanas que preceden la santa Navidad, que siempre tiene fecha fija: el 25 de diciembre. La preparamos con un Tiempo de gracia que va permitiéndonos escuchar en la Palabra y celebrar en la liturgia diaria, un camino recorrido por los profetas, animado por los consejos sabios de los Apóstoles, e ilustrado con la narración histórica de dos acontecimientos: el primero, el nacimiento de Jesús en la historia; el segundo, la segunda venida del Señor, la que esperamos como consumación de la historia humana y victoria definitiva de Dios.
El tiempo preparatorio se llama Adviento, se usan vestiduras moradas, se leen los profetas que anuncian a Cristo, se prepara su venida con oraciones que le dicen al Señor que venga nuevamente: “Ven, Señor Jesús”. Se destaca en este Tiempo, la Virgen María, que nos enseña a esperar con fe la segunda venida del Señor.
Son cuatro domingos de Adviento. En ellos se celebra la esperanza y la alegría de saber que el Señor llega con su poder y con su paz a inundar los corazones de los que ama con la luz de la vida, con la fuerza renovadora de su amor.
El Adviento se celebra en las cuatro semanas anteriores al 25 de diciembre, comenzando, precisamente en esta última semana de noviembre. Nuestro ADVIENTO hemos de vivirlo en la realidad concreta de una sociedad que necesita reavivar la esperanza, promover una experiencia de caridad con tantos signos de dolor como los que vive el mundo, vivir estos días en la promoción de la fraternidad que, a la luz del Evangelio se llama: caridad.
Hay signos muy especiales para este Tiempo: En primer lugar, el mismo tiempo ya es un signo. Cuatro domingos y cuatro semanas que nos recuerdan la preparación del pueblo de Israel para la llegada del Mesías, la voz de los profetas que anuncian la presencia del Señor y Salvador, la figura protagónica de San Juan Bautista que va disponiendo el resto de Israel, es decir, los pocos que aún esperaban la salvación, y que quiere advertir sobre la inminencia del inicio de la misión de Jesús. Es central en el adviento la figura de María, la Virgen fiel, la Madre de la esperanza, que se convierte en sigo de fidelidad y en modelo de fe para todos nosotros.
Nuestro Adviento debe ser una escuela de caridad, iluminada por la fe y la esperanza, nos debe renovar en el deseo de ser presencia del Señor en el corazón de tantos que sufren, ser signo del amor de Dios en la vida de quienes nos muestran en su rostro doliente la llamada del Señor, a vivir más fraternalmente, a estar cerca de los enfermos, de los niños, de los ancianos, de tantas realidades en las que este tiempo de celebración y de alegría se ve ensombrecido por el flagelo de la enfermedad y la pandemia.
Es tiempo de anuncio de la Palabra en una predicación esperanzadora, en una promoción de muchos y muy significativos momentos de evangelización: la Fiesta de la Inmaculada, fiesta de luz y de esperanza; la Novena de Navidad, que entre nosotros es “madrugarle a la esperanza” para abrir con el clarear del día unas jornadas de anuncio del Evangelio y de gozosa proclamación de una fe que reconoce en Jesús el que nos libra “de la cárcel triste que labró el pecado” y el que quiere ser “consuelo del triste y luz del desterrado”. Desde ahora, los invito a usar con gran alegría, todos, la Novena de Navidad que ha preparado el Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta y que pueden encontrar en sus parroquias.
Adviento es entonces una escuela de esperanza, una escuela de confianza, unas jornadas en las que adornamos el corazón con la luz de la fe y llenamos nuestras vidas con la certeza del amor de Dios que nunca abandona a sus hijos amados.
En este tiempo nos llenamos de luces, de signos externos, que nos tienen que llevar a Jesucristo, que es la “luz de las gentes”, que alumbra la tiniebla del pecado y del mal en el mundo. Él pone su luz dónde hay tristeza, muerte, desesperanza. Que vivamos con respeto y silencio, con esperanza este tiempo que nos prepara a un encuentro con el Evangelio viviente del Padre, Jesucristo mismo.
Miremos al pesebre con esperanza, con los ojos puestos en la Santa Virgen y en San José, que se dedican a servir a Dios, esperando al Salvador y Redentor. Buen ADVIENTO para todos, para sus familias.
¡Alabado sea Jesucristo!