“Tuve hambre y me dieron de comer” (Mt 25, 35)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

El próximo domingo celebra­mos en toda la Iglesia la Jor­nada Mundial de los Pobres, convocatoria que hace varios años nos ha hecho el Papa Francisco, con el propósito de tomar conciencia que nuestra mirada constante debe estar hacia los más pobres y necesitados de nuestro entorno. La caridad es el fruto maduro de la fe y la esperanza; es la corona de todas las virtudes y precisamente el Señor nos indica que el juicio final será sobre las obras de misericordia: “Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del Rei­no preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; era un ex­traño, y me hospedaron; estaba des­nudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme” (Mt 25, 34-36), concluyendo que cada vez que un cristiano hace la caridad a un hermano necesitado, lo está haciendo al mismo Jesucristo y por lo tanto podrá gozar con Él de la gloria de Dios.

El Proceso de Evangelización de la Diócesis de Cúcuta tendrá que lle­varnos cada día a ser Diócesis sama­ritana, en la que todos los creyentes nos agachamos a sanar las heridas del prójimo que ha caído en el cami­no de la vida, y necesita una mano que lo levante, teniendo en cuenta que: “mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pue­da ayudar. El amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora” (Deus cáritas est, 15).

Vivir la caridad no es algo que se aprende en los centros académicos, ni se tiene de una vez para siempre; la caridad se construye cada día, es el fruto maduro de la fe en Dios que nos pide amar al prójimo con el corazón de Jesús, reconociendo a Je­sucristo en todos los que sufren, en los que están excluidos y en los más vulnerables de la socie­dad: “Jesús se identifica con los po­bres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfer­mos o encarcelados. Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis humildes hermanos conmigo lo hi­cieron (Mt 25, 40). Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontra­mos a Dios” (DCE, 15).

El cristiano que está en íntima unión con el amor de Dios, tiene vocación para la caridad. El cristiano que se pone de rodillas frente al Santísimo Sacramento, que mira y contempla el Crucificado, es capaz de salir de sí mismo para volverse prójimo del que sufre, de tal manera que la caridad no es un simple acto social, sino que nace de la naturaleza misma de la Iglesia que anuncia el Evangelio en salida misionera y cosecha el fruto del amor al prójimo. Así lo expresa el Papa Benedicto XVI: “La natura­leza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Pa­labra de Dios, celebra­ción de los Sacramentos y servicio de la Caridad. Son tareas que se impli­can mutuamente y no pueden separarse una de la otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (DCE, 25).

Con esta doctrina entendemos que la Jornada Mundial de los Pobres que está en la mente y el corazón del Papa Francisco, no es algo para rea­lizar un domingo al año, tenemos la jornada en un día para sensibilizar la conciencia y lanzarse a la práctica de la caridad cada día de nuestra vida, como fruto de un trabajo evangeliza­dor que en salida misionera anuncia a Jesucristo por todas partes, con la convicción que la caridad se reali­za entre los miembros de la Iglesia, pero traspasa sus límites y va más allá de sus confines. El Papa Bene­dicto XVI así lo enseña: “La caridad supera los confines de la Iglesia; la parábola del buen samaritano si­gue siendo el criterio de comporta­miento y muestra la universalidad del amor que se dirige hacia el ne­cesitado encontrado casualmente, quien quiera que sea” (DCE, 25).

“Tuve hambre y me dieron de co­mer” (Mt 25, 35), sigue siendo la hoja de ruta de cada cristiano y es la puerta de entrada al cielo, que brota del servicio al prójimo, de un cristia­no que es capaz de ocupar el último lugar, ese que ocupó Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, haciéndose servidor de toda la humanidad en el acto de caridad más grande, “Cristo ocupó el último puesto en el mun­do, la Cruz, y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia” (DCE, 35).

Sigamos construyendo juntos un mundo nuevo y mejor desde la ca­ridad, que es el amor de Dios que se hace presencia a través de cada uno de los cristianos, que peregrinamos en la Santa Iglesia de Dios, hasta lle­gar un día a la salvación eterna. Que la Santísima Virgen María, madre de la caridad y el glorioso patriarca san José custodien la fe y esperan­za en nosotros, que produce el fruto maduro de la caridad y en actitud de oración reconozcamos a Jesús en los pobres diciendo: “Tú eres el Cristo, venga tu Reino”.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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