Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Hemos caminado este mes de junio como peregrinos que vamos a la casa del Señor, celebrando las solemnidades del Corpus Christi, de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y del Sagrado Corazón de Jesús, que nos centran en la persona, el mensaje y la palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que se ha hecho hombre para darnos la salvación: “La Palabra se hizo carne y habito entre nosotros” (Jn 1, 14), vino hasta nosotros haciendo la voluntad del Padre celestial para perdonarnos y reconciliarnos con Dios, con nosotros mismos y con nuestros hermanos y dejarnos la paz, “La paz les dejo, la paz les doy, una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27).
Los acontecimientos de violencia y destrucción que vivimos en la actualidad a nivel mundial, nacional y regional, nos tienen que llevar a un momento de reflexión sobre la raíz de tantos males que van destruyendo a la humanidad, concluyendo que todo se debe a que hemos sacado a Dios de la historia personal, familiar y social, tratando de construir la vida con criterios meramente humanos, que responden a hacer la propia voluntad y no la voluntad de Dios. Se ha perdido el sentido de Dios y con ello desaparece el sentido del mal y el pecado, de sí mismo, del otro y también de la creación como casa común.
Ante este panorama que está trayendo muchas dificultades a la humanidad, se hace necesario volver a Dios, recibir a Nuestro Señor Jesucristo en nuestra vida, porque Él quiere quedarse para habitar en cada corazón y en cada familia y darnos su perdón y misericordia.
Hoy se hace más necesaria la súplica al Señor por nosotros y por todos, y por eso le decimos ¡Ten misericordia de nosotros y del mundo entero!, reconociéndolo en la Eucaristía, donde nos alimenta con su cuerpo y con su sangre, para darnos vida en abundancia y la salvación eterna, pero también lo recibimos como Sumo y Eterno Sacerdote, participando su sacerdocio en el sacerdocio ministerial de los ministros consagrados y lo vivimos con un corazón grande para amar, para llegar hasta Él y descansar en Él en los momentos más difíciles de nuestra vida: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su vida. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28- 30).
No hay nada más agobiante que el pecado en la propia vida, que causa desastres y destruye la propia existencia y deteriora la relación con Dios y con los demás, y por eso hay que descansar en las manos de Dios, recibiendo la gracia del perdón por nuestros pecados y el alivio que brota del Corazón amoroso de Jesús, que es rico en misericordia y que sigue teniendo compasión de nosotros y del mundo entero, para que ninguno se pierda, porque “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 33, 11), ya que Él no vino al mundo para juzgar y condenar, sino para salvar (Cfr Jn 12, 47) y ofrecer a todos una vida nueva que brota de su amor y misericordia.
Todos estamos llamados a reconocernos pecadores y a pedir perdón a Dios, que nos reconcilia, nos da la paz y nos ayuda a comenzar una historia renovada en Jesucristo, en quien nos transformamos como signo de una auténtica conversión y nos abre la puerta para una vida nueva, vida en la presencia y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.
Se necesita de la humildad y la mansedumbre del corazón traspasado de Jesucristo, para volver a tomar el rumbo de la humanidad, de Colombia y de nuestra región, marcada por tanta dificultad y confusión por la que pasamos a causa de la pérdida del sentido de Dios.
Todos necesitamos del perdón y la reconciliación que vienen del Corazón amoroso de Jesús para vivir reconciliados y en paz en nuestras familias y en el mundo entero. Cuánto bien nos hace dejar que Jesús vuelva a habitar en nuestro corazón y nos lance a amarnos los unos a los otros con su mismo corazón. Por esto tenemos que orar y pedirle al Señor que venga en nuestro auxilio, por eso le decimos con fe y esperanza, ¡Ten misericordia de nosotros y del mundo entero!, para que sigamos adelante siendo instrumentos de esa misericordia para con los hermanos.
La gracia que nos da la misericordia de Dios con el perdón que gratuitamente nos ofrece Jesucristo, la recibimos como Palabra de Dios que nos libera de la esclavitud del pecado que nos divide y llena el corazón de odio y resentimiento, para darnos capacidad de amar y transmitir a los demás la misericordia con el amor del Corazón de Jesús. Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo por el Corazón de Cristo.
Dios Padre, en efecto, es quien, en el Corazón de Cristo nos perdona, no tomando en cuenta nuestros pecados. Es por esto que la Iglesia nos suplica, por las entrañas de Cristo: Dejémonos reconciliar con Dios y nos invita a confiar en el Señor, repitiendo siempre: ¡Ten misericordia de nosotros y del mundo entero! alimentándonos con la Eucaristía y fortaleciéndonos con la oración. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor la misericordia y la paz para el mundo entero.
En unión de oraciones, sigamos adelante. Reciban mi bendición.