Por: Seminarista Óscar Julián Ibarra García, experiencia de año de pastoral en la Diócesis de Tibú
Fotos: Cortesía
Para poder hablar sobre la misión, debemos acercarnos a aquella persona que la ha asumido: Jesucristo. Es así, que, en el deseo del Padre, para la Salvación y Redención del hombre, envió a su Hijo único para que tomara nuestra condición, asumiera nuestra historia y se hiciera carne. Jesús, hace de su divinidad, vida y grandeza; una misión auténtica, donde no existe reserva y donde se entrega totalmente por amor. Es Él, divino y humano, que pasó haciendo el bien por todos los pueblos, sanando enfermos, volviendo la vista a los ciegos, perdonando pecados. Esto se traduce en que Jesucristo se ha hecho misión, es decir, se ha entregado, ha salido de sí para amarnos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1-15). Por eso, mirando a la persona de Jesús, podemos comprender, el porqué de la misión y porqué hace parte fundante y esencial en la Iglesia.
De izq. a der.: Seminarista Óscar Ibarra, Mons. Israel Bravo Cortés, Obispo de Tibú y seminarista José Adrián Arias Quijano (de la Diócesis de Cúcuta)
Desde los inicios de la Iglesia, la misión se ha caracterizado como fuerza y valor de los primeros cristianos, que han entregado su vida por el anuncio del Evangelio. Los cristianos, nunca anunciaron la Palabra a ciegas, como si regaran la semilla en tierra árida. Ellos, han conocido, preparado, pero principalmente, amado, cada pueblo donde han llegado. La misión de los primeros cristianos, no fue un mero proselitismo religioso, sino que fue un mandato del Señor: “El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos… hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). El ser testigos, compromete a los cristianos a anunciar a Cristo, teniendo la plena confianza en el Espíritu Santo.
Misión de Semana Santa 2022 en la vereda La Angalia (Tibú)
En el ahora de nuestra historia, en la Iglesia, se ha hecho un énfasis sobre la premisa: “Iglesia en salida”, motivada por el Papa Francisco. Es aquí, donde está lo genuino de la misión eclesial: salir hacia quienes nunca han llegado; llevar la Palabra a quienes jamás la han escuchado; ser voz de aliento en los contextos donde predomina la tristeza; tocar la carne de aquellos a quienes han asqueado; ser luz donde pareciera que venciera la oscuridad; ser profetas, para defender a los indefensos; ser Cristo con aquellos quienes no lo han conocido. Ser Iglesia en salida, debe ser impulso auténtico y renovador, un sello puesto en el corazón; no se trata de una fuerza centrípeta de la Iglesia, donde alardee de su identidad, sino una fuerza centrífuga, es decir, una fuerza que nos impulse a salir de sí para entregarnos a los demás. En palabras del Papa Francisco: “La Iglesia de Cristo era, es y será siempre en “salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales, hacia lugares y situaciones humanas “límites” para dar testimonio de Cristo y su amor…” (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2022).
Todos los bautizados debemos tener por imagen a los discípulos siempre dispuestos a la entrega por el Evangelio, debemos asumir la misión como parte esencial de nuestra vida de fe. La misión la debemos vivir y ejercer en lo cotidiano, lo sencillo, en lo común. Siendo conscientes de ello, somos misioneros en el trabajo que ejercemos diariamente, somos misioneros en las universidades y colegios, somos misioneros en la familia y hogar. Es ahí, en estos espacios, donde debemos ser signos de amor, ser luz, ser fuerza para los débiles, amando lo que hacemos, siendo “otros Cristos” con los hermanos. El Papa Francisco afirma que “la misión es un don gratuito del Espíritu Santo”, es una gracia que impulsa y renueva, por tanto, la misión exige renuncias personales: “Niéguese a sí mismo…” (Mt, 16, 25-29). En el ejercicio de la misión, más allá de renunciar a cosas materiales y comodidades, el negarnos es dejar de pensar como pensamos, de actuar como lo hemos hecho, para que Cristo sea en nosotros, es decir, que Él tome nuestra vida y así, ser misioneros auténticos. Negarnos a nosotros para que Cristo sea en nosotros, es ser: luz, sal, alegría y confianza, para los pueblos que nos necesitan. Hay pueblos enteros que, como odres nuevos, esperan un día ser llenados por el vino nuevo, por Cristo. Somos auténticamente cristianos en la medida en que ejerzamos la misión como el mandato de ser testigos y anunciadores del Evangelio. Es Cristo el primer misionero que ha asumido nuestra realidad; admiremos a los primeros cristianos que con valentía anunciaron al Señor y terminaron sufriendo el martirio; somos nosotros en esta parte de la historia, que debemos ser misioneros en lo cotidiano y extraordinario: en nuestro hogar, como en lo inhóspito; anunciando la Palabra a multitudes, como en el corazón del que sufre; ser testimonio de luz tanto con los grandes, como con los pequeños que se inquietan por las cosas de Dios. Es mirando a Cristo como nos hacemos misioneros.