Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Celebramos en este mes de marzo la solemnidad de san José, Patrono de la Iglesia universal, de nuestra Diócesis, del Seminario Mayor, Menor y de varias instituciones de nuestra Iglesia Particular. En san José podemos mirar muchas virtudes, pero en este momento vamos a considerar a san José como maestro de la oración, de la vida interior, que nos pone en relación de amistad con Dios, que nos ama con amor de padre, ofreciéndonos siempre su perdón y su misericordia. El Evangelio nos presenta a san José en silencio, sin embargo, toda su vida es oración. Cada acción que realiza es manifestación de su vida interior en la cual habita solamente Dios. San José en actitud de oración supo contemplar el misterio del plan de Dios, que en Jesucristo, se hizo uno de nosotros para perdonarnos, redimirnos y llevarnos a la vida eterna.
La Sagrada Escritura no refiere muchos datos sobre san José, pero con lo que nos trae, nos da el perfil de un hombre justo, con un amor profundo por Dios, en el que predominó su decisión de hacer la voluntad Dios en todo momento, aunque no entendiera en el inicio el alcance de la misión que le era encomendada: “El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por la acción del Espíritu Santo. José su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto” (Mt 1, 18-19), manifestando aquí la incertidumbre en la que entró san José, pero con la serenidad que proviene de una vida interior en oración, resolvió su situación en el silencio y secreto de la contemplación.
Sin embargo, como avanza el Evangelio: “Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Cuando José se despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1, 20-24).
Con esta actitud podemos ver en san José a un hombre justo que vivió su vida como fiel oyente de la Palabra de Dios, acudiendo a la oración, a la escucha orante de su Palabra y a los enviados del Señor para discernir, hacer y amar la voluntad de Dios. Para llegar a esta serenidad y armonía de su existencia, aún en medio de las dificultades y la Cruz, tuvo una profunda vida interior, es decir, una presencia permanente del Espíritu Santo de quien se dejaba iluminar día a día, en esa búsqueda del querer de Dios para realizarlo en una vida sencilla, humilde y entregada totalmente al servicio de su Palabra.
Vivió su día a día en un trabajo activo como carpintero, pero en un clima de profunda contemplación, que lo ponía en contacto con la gracia de Dios desde el silencio interior que lo caracterizaba y recibiendo la fuerza necesaria de lo alto para renunciar a su propia vida y asumir la vida de Dios en él. Así lo expresa el Papa San Juan Pablo II en Redemptoris Custos (Custodio del Redentor): “El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza -propia de las almas sencillas y limpias- para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta” (RC 26).
Desde el primado de la gracia de Dios y de la vida interior en cada uno, san José enseña la sumisión a Dios, como disponibilidad para dedicar la vida de tiempo completo a las cosas que se refieren al servicio de Dios, logrando hacer su voluntad, desde el ejercicio piadoso y devoto a las cosas del Padre Celestial, que ocupaban el tiempo del niño Jesús, desde que estaba en el templo en medio de los doctores de la ley escuchándolos y haciéndoles preguntas (Cf. Lc 2, 46-49).
En san José todos encontramos la enseñanza que vida contemplativa y activa no están en oposición, sino que se complementan por: el amor pleno, la verdad, la profunda contemplación y por la caridad, que se obtiene por el trabajo diario, en el servicio a los hermanos sin esperar nada a cambio. Entregando la vida por todos, como lo hizo también la Santísima Virgen María, al dar el sí a la voluntad de Dios cuando recibió el anuncio del ángel, que iba a ser la madre del Salvador.
Que la meditación en la figura del Glorioso Patriarca San José nos ayude a todos nosotros a ponernos en camino, dejando que la Palabra de Dios sea nuestra luz, para que así, encendido nuestro corazón por ella (Cf. Lc 24, 32), podamos hacer profesión de fe en el Señor diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), para que contemplando el Crucificado digamos con fervor “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39) y en actitud de oración profunda, vayamos en salida misionera a transmitir la fe vivida desde nuestro corazón.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.