“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22)

Avanzamos en este Tiem­po Pascual con Jesucristo Resucitado al centro de nuestra vida y preparándonos para recibir el don del Espíritu Santo, el próximo domingo en la Solem­nidad de Pentecostés, cuando los apóstoles reunidos recibieron esa gracia que viene de lo alto. El Es­píritu Santo abre el camino de la Iglesia dándole vitalidad y forta­leza para ir en salida misionera al anuncio gozoso del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo expresa Aparecida cuando afir­ma: “A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones, carismas y varia­dos oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización” (Do­cumento de Aparecida 150).

En el proceso de evangelización de nuestra Diócesis estamos com­prometidos con la salida misione­ra, siguiendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos de to­dos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19-20), con la certeza que el Espíritu Santo está con nosotros porque es el alma de la Iglesia, tal como lo enseña san Pablo VI: “Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece. Él es el alma de esta Iglesia. Él es quien explica a los fieles el senti­do profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio. Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia actúa en cada evan­gelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del reino anunciado” (Evangelii Nuntiandi 75).

Con esta certeza en­tendemos que la obra evangelizadora no es nuestra, somos ins­trumentos dóciles del Señor, elegidos por Él para la ma­ravillosa tarea de la evangelización, que recibimos el don del Espíritu Santo, quien pon­drá en nuestros labios las palabras adecuadas, que lleven a muchos al encuentro con Jesucristo Re­sucitado, sin pretender obtener resultados para nuestro beneficio y vanagloria per­sonal, porque es ese mismo Espíritu quien ayuda a quien escucha el anuncio para que abra su corazón y acoja la Buena noticia del Evangelio. Así lo ratifica san Pablo VI cuando enseña: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).

En la misión evangelizadora nues­tra condición es la de elegidos por el Señor y llamados y enviados por la Iglesia para esta tarea. De nuestra parte entregamos a Jesu­cristo toda nuestra vida, como la ofrenda que tenemos para que nos haga instrumentos del Evangelio que estamos llamados a transmitir por todas par­tes. Aparecida nos ha hecho conscientes del impulso misionero que nos da el Espíritu Santo cuando afirma: “El Es­píritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro y Pablo, señala los luga­res que deben ser evangelizados y elige a quie­nes deben hacerlo” (DA 150), basta estar atentos para escuchar su voz y saber discernir lo que nos pide en cada momento de nues­tra vida, para anunciar la Pa­labra de Dios en cada uno de los ambientes donde vivimos y nos movemos.

En nuestra Diócesis estamos en estado permanente de misión, que se hace realidad en cada una de las parroquias, con los misioneros que han sido enviados en la asam­blea diocesana del pasado mes de no­viembre, para ir a las periferias físi­cas y existenciales de cada parroquia a convocar a los que no conocen a Jesús y darles la buena noticia del Reino de Dios. “Todos los miembros de la comunidad parro­quial son responsables de la evan­gelización de los hombres y muje­res en cada ambiente. El Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo, es también enviado a todos en cuan­to miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés” (DA 171).

Con todo esto tomamos concien­cia que las palabras de Jesús “re­ciban el Espíritu Santo” (Jn 21, 22), nos invitan a acoger en nues­tro corazón todos los dones del Espíritu, que no se pueden quedar enterrados en el ámbito indivi­dual, sino que tienen que estar al servicio de la comunidad, para la tarea misionera para la que esta­mos convocados todos los bauti­zados y es el Espíritu Santo quien nos anima y fortalece para esta misión en comunión con toda la Iglesia. Así nos lo ha enseñado Aparecida: “En el pueblo de Dios, la comunión y la misión están pro­fundamente unidos entre sí. La co­munión es misionera y la misión es para la comunión” (DA 163). En el desarrollo de nuestro pro­ceso de evangelización estamos haciendo profesión de fe con el Apóstol Pedro diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y esto es po­sible vivirlo desde el corazón si estamos iluminados por el Espíri­tu Santo, que nos ayuda a vivir en comunión, unidos a Jesucristo re­sucitado que fortalece nuestra fe. Preparémonos para la Solemnidad de Pentecostés con la disposición de los apóstoles y la Santísima Virgen María, cuando estaban a la espera de esta gracia especial y abramos nuestro corazón al en­cuentro con Jesucristo, para ir en salida misionera a comunicar por todas partes su mensaje de salva­ción.

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