¿Quién es la razón de nuestra existencia? Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (MT 16, 16)

-Introducción a la colección Cristológica-

Cuando nosotros observamos al Papa Francisco, quedamos sorprendidos, porque le falta una parte del pulmón, tiene la mo­lestia del nervio ciático, dolores en la rodilla derecha, la cadera caída, etc., pero sigue siendo el Vicario de Cristo, el puente de comunión en­tre Dios y la humanidad. También quedamos admirados en nuestras parroquias con la dedicación de los agentes de pastoral, las familias que trabajan en la misión, hermanos sa­cerdotes entregados en las comuni­dades, en las comisiones pastorales, en los medios de comunicación, en los colegios, en el Seminario Mayor – Menor, seminaristas y religiosos que se esfuerzan cada día; obispos incansables en su donación sin re­servas al rebaño confiado, fieles bautizados implicados en sus con­textos concretos, llenando de gozo, paz y perdón este mundo que Dios nos ha regalado.

En todo esto nos preguntamos, ¿Quién es la causa de la evangeli­zación?, ¿Quién está al principio, durante y al final de las jornadas?, ¿Quién es la razón de nuestra sal­vación?, ¿Quién sostiene la unión familiar?, ¿Quién es el motivo para seguir intentándolo cada día, sin terminar en el desánimo y en la des­esperación?

Una abuela contaba que había lle­vado a su nieto de 5 años a la Eu­caristía dominical y el niño escuchó en la homilía: “Cristo nos ama tanto que se entregó en la cruz por noso­tros”, esto le causó tanta impresión que cuando terminó la celebra­ción preguntó maravillado: ¿No es asombroso, nona?, ella le replicó: ¿Qué hijo?, Él respondió: “Cristo dio su vida por Mi…”. Mientras reflexionaba, en su rostro aparecía una sonrisa, se sentía amado por Dios. Sin importar su pronta edad había aceptado en su mente y en su corazón de infante el mensaje cen­tral de la fe: El Kerygma cristiano.

No existe otra respuesta, sino Cris­to. Él es la razón de nuestra exis­tencia, quien mantiene viva la creación, el sentido de la vida de niños, jóvenes, adultos y ancianos en Oceanía, África, Asia, Euro­pa, India, Antártida, Norteamérica y Suramérica. Él es el motivo por el cual muchas familias continúan unidas, perdonándose mutuamente. Por Cristo muchos bautizados ofre­cen la vida en el pasado, presente y futuro. Él es quien va a buscarnos para regresarnos al rebaño, sana nuestras heridas, perdona nuestros pecados, nos alimenta con su cuer­po y su sangre en la Eucaristía y nos da vida en abundancia. ¿Quién? Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Precisamente es la respuesta de Pe­dro frente la pregunta de Jesús: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, dejemos que el texto nos interpele nuevamente:

“Llegado Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hom­bre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jere­mías o uno de los pro­fetas.» Él les dijo: «Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Repli­cando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Igle­sia, y las puertas del Hades no pre­valecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará ata­do en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus dis­cípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo” (Mt 16, 13-20).

El intercambio entre Jesús y Pedro en Cesárea de Filipo es el punto culminante de la primera mitad del Evangelio de Mateo. Pedro declara definitivamente que Jesús es el Me­sías que esperaban los judíos, y el Hijo del Dios vivo. A cambio, Jesús declara que Pedro será el fundamen­to de un templo nuevo y mesiánico llamado Iglesia. Ahora que Jesús está a salvo de las multitudes judías y de la vigilancia de sus adversa­rios, puede plantear la importantísi­ma pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Cuan­do menciona “Hijo del Hombre” es simplemente otra forma de decir en tercera persona “Yo”. Por este mo­tivo el evangelista Marcos formula la misma pregunta: “¿Quién dice la gente que soy Yo?”

Esta pregunta se debe a que, en aquel momento determinado de la historia, existían distintas opinio­nes acerca de ¿quién es Jesús?, pero al mismo tiempo las perspectivas coincidían en algo. Por una par­te, no hay consenso en cuanto a la identidad de Jesús. Algunos, como Herodes sugirieron que podría ser Juan el Bautista, y otros dijeron que era Elías. Otros lo identificaron con Je­remías. Mientras que lo que existe en co­mún entre estas per­cepciones es que Je­sús se sitúa en la línea de los profetas. Como tantos otros mensaje­ros de Dios, predica el arrepentimiento, rea­liza obras poderosas y proclama con valentía la voluntad de Dios para el pueblo de Israel. De hecho, al comienzo de la Semana de la Pasión, el informe mayoritario coincidirá en que el hombre de Na­zaret es un “profeta”.

En este sentido, Jesús plantea ahora la pregunta a sus discípulos: Pero “ustedes, ¿quién dice que soy yo?” Anteriormente, los discípulos, ha­biendo sido testigos de la autori­dad de Jesús sobre la naturaleza, se cuestionaron acerca de su identi­dad. En una ocasión, incluso expe­rimentaron una visión celestial y lo veneraron como Hijo de Dios. Pero esta es la primera vez que Jesús los confronta y les pide una respuesta directa a la pregunta. La respues­ta viene de Simón Pedro, que de­clara: “Tú eres el Mesías”. Está es una confesión de fe que sobresale en medio de las distintas opiniones encontradas que se oyen por toda Galilea.

¿Qué significa la expresión: Jesús es el Mesías?

Cristo viene de la traducción grie­ga del término hebreo “Mesías” que quiere decir “ungido”. Pasa a ser nombre propio de Jesús porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de Él. Este era el caso de los reyes, de los sacerdotes y, excepcionalmente, de los profe­tas. Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote, pero también como profeta. Jesús cumplió la es­peranza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

De este modo, Jesús acogió la con­fesión de fe de Pedro que le reco­nocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad divina del Hijo del Hombre “que ha bajado del cielo”, a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Por esta razón, el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz.

Sin embargo, Pedro no sólo decla­ra que Jesús es el Mesías, sino que también lo confiesa como Hijo del Dios vivo.

¿Qué significa que Jesús es el Hijo de Dios vivo?

Hijo de Dios, en el Antiguo Testa­mento, es un título dado a los ánge­les, al pueblo elegido, a los hijos de Israel y a sus reyes. Significa enton­ces una filiación adoptiva que esta­blece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad parti­cular. Cuando el Rey-Mesías pro­metido es llamado “hijo de Dios”, no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel, qui­zá no quisieron decir nada más.

No obstante, no ocu­rre así con Pedro cuando confiesa a Je­sús como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” porque Jesús le responde con solemnidad: “No te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17). Igualmente, Pablo lo dirá a propósito de su con­versión en el camino de Damasco: “Cuando Aquel que me separó des­de el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anun­ciase entre los gentiles…” (Gal 1, 15-16).

“Y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: Que él era el Hijo de Dios” (Hch 9, 20). Este será, desde el principio, el centro de la fe apostólica profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia. El Evangelio de Mateo ha dejado claro que la filiación de Jesús es totalmente única y divina. Él es el Hijo del Dios viviente en un sentido mucho más profundo de lo que cualquier rey de Israel podría haber imaginado.

¿Qué significa Jesús para mí?

Ahora bien, la pre­gunta que hace Jesús a los discípulos hoy nos la hace a cada uno de nosotros, en nues­tra familia, comuni­dad parroquial, grupo apostólico, comisión pastoral, congrega­ción religiosa, vida ministerial y vocacional, ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué lugar ocupa en mi vida?, las respuestas podrían ser: “Que es una persona buena, humil­de y heroica, un reformador social, un revolucionario, un ser humano que hizo grandes obras sociales, un gran maestro en la enseñanza, un gran profeta, un inocente que elimi­naron, un superhombre…”

Sin embargo, nuestras respuestas serían muy cortas porque Jesús es mucho más…es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. En otras palabras, es nuestro salvador, nuestro amigo que camina a nuestro lado, Dios mismo, Dios cercano, la persona que más nos ama porque se ha en­carnado, se ha subido a la cruz, ha vencido la muerte, está vivo junto a Dios Padre y el Espíritu santo, está realmente presente en el San­tísimo Sacramento del altar y de la Eucaristía, nos llama por nuestro propio nombre para que sigamos sus huellas: Todo esto por amor a nosotros, por nuestra salvación. Y porque Cristo, es el Hijo de Dios vivo, todo tiene sentido, inclusive las dificultades cuando se viven con Él, por amor a Él y en Él, porque sin Él nada somos. Debido a que este año el lema pas­toral de nuestra Diócesis de Cúcu­ta es la profesión de fe de Pedro, a través del Periódico La Verdad, va­mos a profundizar en cada edición de este 2024 en diferentes temas cristológicos para que mejoremos nuestro conocimiento en Jesucris­to, fortalezcamos nuestra fe y con­tinuemos profesando a Jesús como el centro de nuestra vida cristiana.

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