Por: Pbro. José María Castro Almanza, p.s.s., rector del Seminario Mayor San José de Cúcuta
Dentro de las fiestas litúrgicas en la Iglesia tenemos las solemnidades, reservadas para los misterios especiales del Señor de María o de la Iglesia. Cercana la conmemoración de los fieles difuntos, a la que, en ocasiones damos mayor importancia, en la celebración de nuestra piedad popular y el recuerdo de nuestros seres queridos, amigos y familiares difuntos, es importante dirigir nuestra atención a la solemnidad de todos los santos, de cuya reflexión nos ocuparemos en este espacio.
Israel, un pueblo llamado a la santidad
La santidad es un atributo de Dios, solo Él es Santo y su pueblo Israel, desde siempre está invitado a ser santo como Dios es Santo. La vocación profunda del pueblo de Dios es esta; escogidos en medio de los otros pueblos, siendo llamados a ser pueblo elegido, nación santa, pueblo de su propiedad (cf. Ex19, 5-6). Israel en el conjunto de los otros pueblos tenía conciencia de su vocación profunda, este llamado se había concretado en la alianza que Dios había realizado con ellos, desde sus padres: Abraham, Isaac, Jacob y José; pasando por la esclavitud en Egipto y la experiencia liberadora, con Moisés a la cabeza: he escuchado el clamor de mi pueblo (cf. Ex 3, 7-15).
La experiencia de la Pascua hará que Israel sea consciente del paso de Dios en medio de ellos, de su historia, que se convierte en historia de salvación. Es para el pueblo una pedagogía necesaria para que poco a poco se vaya abriendo a una experiencia más profunda, la obra de la gracia. Por los profetas los fuiste enseñando, llevando, conduciendo con la esperanza de salvación… (cf. Plegaria Eucarística IV) hasta la plenitud de los tiempos donde tenías preparado el encuentro que marcará toda la historia de la humanidad, el encuentro con el Verbo de Dios.
Llamados a la santidad en la Iglesia
Al centro de toda experiencia cristiana está precisamente el encuentro con la persona de Jesucristo, así lo descubrieron los discípulos, el mismo Señor se hizo encontradizo en los caminos de su sencilla historia, a Pablo el gran Apóstol, también le salió a su encuentro en la experiencia especial de su vocación y continúa saliendo a nuestro encuentro en cada experiencia particular de los hombres y mujeres de este tiempo.
El pueblo de Israel es figura de la Iglesia y su vocación en la historia de salvación, su vocación a la santidad es también para nosotros los cristianos la profunda vocación a la que estamos llamados desde el inicio de nuestra experiencia de fe en nuestra experiencia bautismal.
Hemos sido lavados en las aguas del bautismo, hechos templos del Espíritu, somos nosotros en la Iglesia la nación santa, el pueblo elegido, sacerdocio real (cf. 1P 2, 9). Esta es la experiencia que de fondo podemos contemplar en esta solemnidad que celebramos en estos días.
El texto del Evangelio que más nos puede lanzar luz sobre la experiencia de ‘santidad’ a la que todo cristiano está llamado, lo encontramos en san Mateo 5, 1-12, evangelio de la solemnidad de todos los santos, que introduce lo que llamamos el Discurso Evangélico o el Sermón del Monte. Aquí encontramos el núcleo y la síntesis de todo el mensaje evangélico que se relaciona con la predicación del Reino. El término más utilizado es ‘bienaventurado’, y sus sinónimos son: beato, santo, feliz, dichoso. El pueblo de Israel encontraba su felicidad, su realización como pueblo en la posesión de la tierra, en sentirse la nación primera sobre los otros pueblos, en la alianza; ahora nosotros como herederos de esta vocación estamos llamados a encontrar plenitud y perfección en las promesas de la herencia del Reino. Los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, … están invitados a la bienaventuranza a la santidad, a la felicidad, al consuelo, el deseo de felicidad que vive en lo profundo del corazón de cada hombre encuentra en el mensaje evangélico una novedad (cf. CIC 1716- 1717).
Buscar el rostro de quienes estamos llamados a vivir la vida de bienaventuranza, de santidad no es difícil, su rostro sale a nuestro encuentro en el que tiene necesidad, en el que sufre, en el migrante, en el que es perseguido, por estos días ese rostro se ha hecho más evidente, más visible. El mismo Jesús toma ese rostro: tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, fui forastero y necesita nuestro consuelo (cf Mt 25, 35ss).
La realización del Reino está muy cerca de nosotros, la experiencia de la construcción del Reino nos urge, el amor para con el otro nos urge, y es al mismo Cristo a quien consolamos.
Hoy llamados a la santidad
Desde siempre el llamado a la santidad ha resonado en el encuentro de Dios con el hombre, desde la experiencia de Israel, y en la plenitud de los tiempos en su Hijo, en la predicación del Reino, este ha comenzado a desarrollarse en sus palabras y en sus actos. Jesús pasa en medio de nosotros consolando, encontrándose con los que tienen necesidad, y el señor Jesús continúa pasando en medio de nosotros consolando, amando, mostrándonos el rostro misericordioso, que es el rostro del Padre.
Fijos nuestros ojos en Jesús estamos llamados a reconocer esa nube grande de testigos (cf Hb 12, 1-4. LG 40) algunos rostros nos resultan muy cercanos por estos días y en nuestro contexto: Beato Luis Variara, san Oscar Arnulfo Romero, santa Teresa de Calcuta, San Juan Pablo II, Beato José Gregorio Hernández, Santa Laura Montoya, el Beato Carlo Acutis. Todos ellos en su diversidad de dones y carismas nos muestran lo posible del camino de la bienaventuranza, de la santidad, en últimas del amor a Dios y a los hermanos llevado a la perfección y al heroísmo.
El Concilio Vaticano II en su constitución dogmática sobre la Iglesia en el mundo actual nos recuerda el llamado universal a la santidad: “Todos los cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG, 11). En el catecismo de la Iglesia podemos leer que: “Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1, 4) y de la Vida eterna (cf Jn 17, 3)” (cf CIC 1721).
Por estos días en los diversos medios de comunicación hemos visto la figura de un joven: Carlo Acutis de apenas 15 años que en su corta historia de vida nos enseña que este camino es posible recorrerlo, en este tiempo es un poco difícil hablar de la vocación a la santidad a los jóvenes, que bien nos viene esta figura, reconocemos que esta propuesta es posible aceptarla, que esta llamada es para hoy y para nosotros.
Beato Carlo Acutis, nacido en Londres y criado en Italia. Falleció el 12 de octubre de 2006 a los 15 años de edad a causa de una leucemia mieloide aguda.
Carlo nos recuerda el amor por el otro por el que sufre, la caridad para con el que tiene necesidad, su motor la Eucaristía, los medios modernos de la comunicación, el internet, las redes se convirtieron en el medio para transmitir su experiencia de amor a Jesús y al prójimo. Celebrando con devoción esta solemnidad, celebramos nuestra vocación, nacida en nosotros desde el bautismo, que tantos hombres y mujeres que han ido delante de nosotros dando luz en medio de la oscuridad del mundo, tantos santos como nos los presenta el santoral de la Iglesia iluminen para nosotros este tiempo de prueba que estamos llamados a caminar en esperanza.