Homilía en la Misa de Acción de Gracias al dejar el servicio episcopal, como Obispo de Cúcuta (14 de enero de 2021)

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, Obispo

Queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, hermanos to­dos en el Señor,

“Nuevas luchas ha elegido el Señor” Nova bella elegit Dominus (Jueces 5, 8). En su providencia amorosa, y por voluntad del Papa Francisco, he sido llamado a ser el Obispo Castrense de Colombia, una nueva vocación, una nueva llamada a la evangelización, en un particular contexto de la vida de Iglesia.

Esta novedad en mi vida personal, como Obispo de la Iglesia católica, me hace vivir hoy con ustedes una so­lemne “acción de gracias” a Dios, por sus beneficios, por su ayuda y luces en el servicio como pastor de esta Iglesia particular que peregrina en Cúcuta. Como lo dice San Pablo, “tengo que dar gracias a Dios por vosotros” (2 Tes 1, 3).

El Señor Jesucristo, es el centro de nuestro camino, de nuestro esfuerzo pastoral, de la acción evangelizadora de la Iglesia, en Él se ha construido y fortalecido siempre el servicio episco­pal que el Papa Francisco me confió realizar en esta Iglesia. Durante estos cinco años y cinco meses, Dios me ha regalado la riqueza de esta Iglesia, de sus sacerdotes, fieles, religiosos y religiosas, todo el pueblo de Dios comprometido con la Evangelización y con el anuncio gozoso de Cristo en este nororiente del país.

He procurado en estos años poner a Jesucristo como el centro de nuestra vida, de nuestro trabajo, de los esfuer­zos para presentar al Señor como úni­co y verdadero Salvador del mundo. Tengo que dar gracias al Señor por la riqueza de las personas de esta tierra, de sus autoridades, de sus líderes so­ciales, de los sacerdotes empeñados con fuerza y vitalidad en su acción pastoral. Tengo que dar gracias a Dios por la vida religiosa, masculina y fe­menina que da testimonio de Cristo en esta tierra llena de gran esperanza y posibilidades.

Doy gracias a Dios porque me permi­tió ser un pastor que da razón de la es­peranza (Cf. 1 Pe 3, 15) y me permitió llevar a muchos hombres y mujeres a la plenitud de su amor.

En esta Iglesia encontré muchos va­lores, muchos tesoros de fe y de acción apos­tólica, sembrados a lo largo de siglos de traba­jo evangelizador, pero también en los años de vida de la Diócesis de Cúcuta. Los invito para que entremos en la pre­sencia del Señor, como repetíamos en el salmo responsorial, para con­vertirnos en el “Rebaño que el guía” (Sal 94, 7). En este día los invito para que nos postremos bendiciendo al Señor Dios nuestro. (Cf. Sal 94, 6).

La tarea del Obispo no es fácil, acom­pañar, guiar, animar, corregir a una comunidad no es fácil, se pueden tam­bién crear situaciones difíciles. San Gregorio Magno nos enseña en una de sus homilías, que el pastor tiene que corregir con claridad y constan­temente. He buscado siempre el bien de las almas y el cuidado de las cosas santas de Dios.

Una de las grandes riquezas de esta Iglesia diocesana de Cúcuta es su plan pastoral, su proceso evangelizador, que lleva a que todos nos convirtamos en misioneros que, como discípulos caminemos en el seguimiento de Cris­to Jesús. He aprendido muchísimo de ustedes, del testimonio de tantos lai­cos -hombres y mujeres- que viven su fe, animados especialmente por la Pa­labra de Dios. Que la Diócesis de Cú­cuta no pierda esa riqueza y ese gran don que le ha regalado el Señor y que sus últimos obispos han potenciado y proyectado. Esta es una Iglesia viva, vital, pulsante de alegría y de presen­cia.

En estos años el Señor nos ha puesto en el crucevía de grandes retos y pro­blemas sociales de la frontera. La gran crisis de la migración venezolana, el gran dolor de este pueblo herma­no. En esta gran crisis el Señor nos ha regala­do el don de la caridad, del servicio, del vivir la diaconía para con los que sufren: venezolanos y colombianos. Esta Dió­cesis ha resurgido desde su caridad y resplandece con gran entusiasmo.

En este momento de dolor y prueba, por la pandemia del COVID 19, también esta Iglesia particular ha sabido recomenzar desde Cristo su acción y su tarea, con nue­vos medios, nuevas tecnologías, pero sobre todo fortaleciendo la vida y el encuentro con el Evangelio y el Señor en los sacramentos.

Doy gracias a Dios por el ministerio fecundo de tantos sacerdotes de esta Diócesis, su entrega generosa y fiel, constante y alegre, misionera y llena de entusiasmo. No pierdan esta rique­za y este don precioso de una Iglesia animada por sus pastores.

Gracias infinitas a Dios por tantos hombres y mujeres, testigos de Cristo en el mundo, en los barrios más po­bres de Cúcuta, en las zonas más pu­dientes de la ciudad, en sus campos y veredas, en sus torres de guardia, mu­chos agentes pastorales, muchos fieles comprometidos con la Iglesia.

Tengo que agradecer particularmente a las autoridades de Cúcuta, de sus municipios, del departamento. Agra­dezco sentidamente la presencia del señor Alcalde y del señor Gobernador. Han sido muchos los proyectos y ser­vicios comunes a la comunidad, desde la vida y la acción de la Iglesia.

En estos años han sido muchas las ta­reas y colaboración con las Fuerzas militares y de Policía, en el bien de la comunidad y en el cuidado de la dig­nidad de la persona humana. Desde ya los veo como mis hijos en la fe, que tengo que acompañar y cuidar a lo lar­go del país.

Gracias a las religiosas, a los religio­sos por su entrega generosa y fiel, gra­cias por ser testimonio vivo de Cristo. Les animo y les pongo como ejemplo al Santo de Cúcuta, el Beato Luis Va­riara, salesiano, Apóstol de la caridad con los leprosos. Este es uno de los grandes faros de la vida de la Iglesia colombiana y de América Latina. Es­peramos todos verlo muy pronto en los altares.

Gracias a Dios por la riqueza de las vocaciones sacerdotales y religiosas en Cúcuta, especialmente por los que­ridos alumnos del Seminario Mayor San José de Cúcuta. Ustedes, queridos hijos son el signo de la frescura y de la vitalidad de esta Iglesia. Sesenta y dos alumnos en formación, a ustedes, queridos seminaristas, los exhorto: si­gan en la “Escuela de Jesús”, sean ge­nerosos y fieles, acompañados por sus formadores. No dejen la oración y el encuentro personal con Jesús Eucaris­tía, vivan la liturgia en su gran riqueza y sentido profundo.

En la hora de partir, de desatar los amarres -las cuerdas que tiene la nave-, por la voluntad de Dios, quiero animarlos a que esta Iglesia siga vi­viendo su gran generosidad y respues­ta a Dios.

La Iglesia Católica es un gran faro en esta región, en el país. Que la Dióce­sis de Cúcuta no pierda su fuerza, su vitalidad, que siga siendo una Iglesia en camino hacia Cristo. Los animo a mantener la fuerza del plan pastoral, sus metas, tareas, comisiones y empe­ños, para poner a Jesucristo en la vida de todos.

Que esta Iglesia siga siendo una Igle­sia de procesos, en que todos se sien­tan responsables de la evangelización, una Iglesia que avanza y crece en la formación de sus hijos.

Que no pierdan el gran trabajo en la Animación Bíblica de la Pastoral, es una comunidad orante, que hace vida la Palabra de Dios.

Que esta Iglesia siga siendo una Igle­sia que forma y llena de evangelio y contenido de fe a sus hijos, para dar “razón de Cristo” a todos (Cf 1 Pe 3, 15).

Que esta Iglesia sea una Iglesia misio­nera, en todos sus espacios, realida­des, en la periferia y en la zona rural, con los campesinos y los pobres, con los líderes y la clase política, con los comerciantes, los hombres y mujeres de bien, que busque a los alejados y reacios al Evangelio.

Que esta Iglesia no pierda el don de la caridad y del servicio a los pobres, ello nos hace creíbles y testigos vivos del Evangelio en el mundo.

Que no se pierda la riqueza de las vo­caciones y de la vida sacerdotal, evi­tando cualquier cosa que nos aleje del Señor y del seguimiento.

Los invito a pedir insistentemente al Señor que conceda un santo y buen pastor a esta Iglesia diocesana, que Él ponga un pastor según su corazón para apacentar al pueblo santo de Dios. Me encomiendo a sus oraciones y gracias por su afecto y cariño en estos años.

Que la Virgen María, Nuestra Señora de Cúcuta, nos ayude a todos a perma­necer fieles, San José, nuestro santo patrono nos enseñe fidelidad. Nuestro santo protector, san Emigdio, nos de­fienda del peligro y de los terremotos, cumplamos la promesa de difundir su culto a cambio de su protección.

Dios los bendiga siempre a todos.

¡Alabado sea Jesucristo!

Scroll al inicio