Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, Obispo
Queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, hermanos todos en el Señor,
“Nuevas luchas ha elegido el Señor” Nova bella elegit Dominus (Jueces 5, 8). En su providencia amorosa, y por voluntad del Papa Francisco, he sido llamado a ser el Obispo Castrense de Colombia, una nueva vocación, una nueva llamada a la evangelización, en un particular contexto de la vida de Iglesia.
Esta novedad en mi vida personal, como Obispo de la Iglesia católica, me hace vivir hoy con ustedes una solemne “acción de gracias” a Dios, por sus beneficios, por su ayuda y luces en el servicio como pastor de esta Iglesia particular que peregrina en Cúcuta. Como lo dice San Pablo, “tengo que dar gracias a Dios por vosotros” (2 Tes 1, 3).
El Señor Jesucristo, es el centro de nuestro camino, de nuestro esfuerzo pastoral, de la acción evangelizadora de la Iglesia, en Él se ha construido y fortalecido siempre el servicio episcopal que el Papa Francisco me confió realizar en esta Iglesia. Durante estos cinco años y cinco meses, Dios me ha regalado la riqueza de esta Iglesia, de sus sacerdotes, fieles, religiosos y religiosas, todo el pueblo de Dios comprometido con la Evangelización y con el anuncio gozoso de Cristo en este nororiente del país.
He procurado en estos años poner a Jesucristo como el centro de nuestra vida, de nuestro trabajo, de los esfuerzos para presentar al Señor como único y verdadero Salvador del mundo. Tengo que dar gracias al Señor por la riqueza de las personas de esta tierra, de sus autoridades, de sus líderes sociales, de los sacerdotes empeñados con fuerza y vitalidad en su acción pastoral. Tengo que dar gracias a Dios por la vida religiosa, masculina y femenina que da testimonio de Cristo en esta tierra llena de gran esperanza y posibilidades.
Doy gracias a Dios porque me permitió ser un pastor que da razón de la esperanza (Cf. 1 Pe 3, 15) y me permitió llevar a muchos hombres y mujeres a la plenitud de su amor.
En esta Iglesia encontré muchos valores, muchos tesoros de fe y de acción apostólica, sembrados a lo largo de siglos de trabajo evangelizador, pero también en los años de vida de la Diócesis de Cúcuta. Los invito para que entremos en la presencia del Señor, como repetíamos en el salmo responsorial, para convertirnos en el “Rebaño que el guía” (Sal 94, 7). En este día los invito para que nos postremos bendiciendo al Señor Dios nuestro. (Cf. Sal 94, 6).
La tarea del Obispo no es fácil, acompañar, guiar, animar, corregir a una comunidad no es fácil, se pueden también crear situaciones difíciles. San Gregorio Magno nos enseña en una de sus homilías, que el pastor tiene que corregir con claridad y constantemente. He buscado siempre el bien de las almas y el cuidado de las cosas santas de Dios.
Una de las grandes riquezas de esta Iglesia diocesana de Cúcuta es su plan pastoral, su proceso evangelizador, que lleva a que todos nos convirtamos en misioneros que, como discípulos caminemos en el seguimiento de Cristo Jesús. He aprendido muchísimo de ustedes, del testimonio de tantos laicos -hombres y mujeres- que viven su fe, animados especialmente por la Palabra de Dios. Que la Diócesis de Cúcuta no pierda esa riqueza y ese gran don que le ha regalado el Señor y que sus últimos obispos han potenciado y proyectado. Esta es una Iglesia viva, vital, pulsante de alegría y de presencia.
En estos años el Señor nos ha puesto en el crucevía de grandes retos y problemas sociales de la frontera. La gran crisis de la migración venezolana, el gran dolor de este pueblo hermano. En esta gran crisis el Señor nos ha regalado el don de la caridad, del servicio, del vivir la diaconía para con los que sufren: venezolanos y colombianos. Esta Diócesis ha resurgido desde su caridad y resplandece con gran entusiasmo.
En este momento de dolor y prueba, por la pandemia del COVID 19, también esta Iglesia particular ha sabido recomenzar desde Cristo su acción y su tarea, con nuevos medios, nuevas tecnologías, pero sobre todo fortaleciendo la vida y el encuentro con el Evangelio y el Señor en los sacramentos.
Doy gracias a Dios por el ministerio fecundo de tantos sacerdotes de esta Diócesis, su entrega generosa y fiel, constante y alegre, misionera y llena de entusiasmo. No pierdan esta riqueza y este don precioso de una Iglesia animada por sus pastores.
Gracias infinitas a Dios por tantos hombres y mujeres, testigos de Cristo en el mundo, en los barrios más pobres de Cúcuta, en las zonas más pudientes de la ciudad, en sus campos y veredas, en sus torres de guardia, muchos agentes pastorales, muchos fieles comprometidos con la Iglesia.
Tengo que agradecer particularmente a las autoridades de Cúcuta, de sus municipios, del departamento. Agradezco sentidamente la presencia del señor Alcalde y del señor Gobernador. Han sido muchos los proyectos y servicios comunes a la comunidad, desde la vida y la acción de la Iglesia.
En estos años han sido muchas las tareas y colaboración con las Fuerzas militares y de Policía, en el bien de la comunidad y en el cuidado de la dignidad de la persona humana. Desde ya los veo como mis hijos en la fe, que tengo que acompañar y cuidar a lo largo del país.
Gracias a las religiosas, a los religiosos por su entrega generosa y fiel, gracias por ser testimonio vivo de Cristo. Les animo y les pongo como ejemplo al Santo de Cúcuta, el Beato Luis Variara, salesiano, Apóstol de la caridad con los leprosos. Este es uno de los grandes faros de la vida de la Iglesia colombiana y de América Latina. Esperamos todos verlo muy pronto en los altares.
Gracias a Dios por la riqueza de las vocaciones sacerdotales y religiosas en Cúcuta, especialmente por los queridos alumnos del Seminario Mayor San José de Cúcuta. Ustedes, queridos hijos son el signo de la frescura y de la vitalidad de esta Iglesia. Sesenta y dos alumnos en formación, a ustedes, queridos seminaristas, los exhorto: sigan en la “Escuela de Jesús”, sean generosos y fieles, acompañados por sus formadores. No dejen la oración y el encuentro personal con Jesús Eucaristía, vivan la liturgia en su gran riqueza y sentido profundo.
En la hora de partir, de desatar los amarres -las cuerdas que tiene la nave-, por la voluntad de Dios, quiero animarlos a que esta Iglesia siga viviendo su gran generosidad y respuesta a Dios.
La Iglesia Católica es un gran faro en esta región, en el país. Que la Diócesis de Cúcuta no pierda su fuerza, su vitalidad, que siga siendo una Iglesia en camino hacia Cristo. Los animo a mantener la fuerza del plan pastoral, sus metas, tareas, comisiones y empeños, para poner a Jesucristo en la vida de todos.
Que esta Iglesia siga siendo una Iglesia de procesos, en que todos se sientan responsables de la evangelización, una Iglesia que avanza y crece en la formación de sus hijos.
Que no pierdan el gran trabajo en la Animación Bíblica de la Pastoral, es una comunidad orante, que hace vida la Palabra de Dios.
Que esta Iglesia siga siendo una Iglesia que forma y llena de evangelio y contenido de fe a sus hijos, para dar “razón de Cristo” a todos (Cf 1 Pe 3, 15).
Que esta Iglesia sea una Iglesia misionera, en todos sus espacios, realidades, en la periferia y en la zona rural, con los campesinos y los pobres, con los líderes y la clase política, con los comerciantes, los hombres y mujeres de bien, que busque a los alejados y reacios al Evangelio.
Que esta Iglesia no pierda el don de la caridad y del servicio a los pobres, ello nos hace creíbles y testigos vivos del Evangelio en el mundo.
Que no se pierda la riqueza de las vocaciones y de la vida sacerdotal, evitando cualquier cosa que nos aleje del Señor y del seguimiento.
Los invito a pedir insistentemente al Señor que conceda un santo y buen pastor a esta Iglesia diocesana, que Él ponga un pastor según su corazón para apacentar al pueblo santo de Dios. Me encomiendo a sus oraciones y gracias por su afecto y cariño en estos años.
Que la Virgen María, Nuestra Señora de Cúcuta, nos ayude a todos a permanecer fieles, San José, nuestro santo patrono nos enseñe fidelidad. Nuestro santo protector, san Emigdio, nos defienda del peligro y de los terremotos, cumplamos la promesa de difundir su culto a cambio de su protección.
Dios los bendiga siempre a todos.
¡Alabado sea Jesucristo!