Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Para asumir este reto, convoco a todos los sacerdotes de la Diócesis y también a los religiosos que hacen presencia, que por la gracia de la Ordenación, han recibido la participación del sacerdocio único de Cristo, a renovar su ministerio venciendo toda tentación de superficialidad o de rutina, que llevan a la instalación, para que fortalecidos por el Espíritu Santo, en comunión con Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, con el Papa Francisco, conmigo como su Obispo y servidor, sintamos juntos el gozo de decirle al Señor que queremos servirlo y seguir instaurando su Reino, buscando cada día ser verdaderos discípulos misioneros por la búsqueda permanente de la unidad. Esta unidad es guía segura y eficaz para la acción pastoral, que se traduce en una auténtica fraternidad sacerdotal, fruto maduro de la caridad que estamos llamados a vivir entre todos, para hacer creíble al mundo el anuncio que hacemos, cumpliendo el deseo de Jesús en su oración al Padre: “que todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21), recordando que la fraternidad sacerdotal no es lo que recibo de mis hermanos sacerdotes, sino lo que yo hago por cada uno de ellos.
Jesucristo es el Buen Pastor que conoce las ovejas y ofrece su vida por ellas y quiere congregarse a todos en un solo rebaño bajo un solo pastor (Jn 10). Estamos llamados a ser imagen viva de Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia, así como a procurar reflejar en nosotros, aquella perfección que brilla en el Hijo de Dios. Por eso, debemos ser coherentes con el ministerio recibido, parecernos a Jesús y significar para nuestros fieles su condición de cabeza, pastor y esposo de la Iglesia, amando la verdad, viviendo la justicia, la unidad, el perdón, la reconciliación y la paz. (Cf. PDV 25).
Un presbítero así, por su testimonio de vida, por su fidelidad, por su alegría, por la coherencia entre fe y vida, por su fraternidad sacerdotal, hará que los jóvenes descubran el llamado que el Señor les hace a la santidad y sientan el deseo de responderle. Espero y pido que en cada parroquia se establezca una pastoral juvenil viva que ofrezca a los jóvenes la posibilidad de constituir comunidades juveniles para que en ellos se tengan verdaderos procesos de iniciación cristiana y crecimiento espiritual que, ojalá en muchas ocasiones, permitan a muchos de ellos sentir el llamado al sacerdocio o a la vida consagrada, para que emprendan luego el camino de su formación sacerdotal y religiosa, y así seguir contando con muchas vocaciones de calidad, como lo hemos tenido hasta el momento. En este sentido debemos redoblar los esfuerzos por una pastoral vocacional sólida y sistemática que nos ayude a formar a los jóvenes que nos llegan, para que sigamos teniendo sacerdotes, religiosos, religiosas y también matrimonios, muy comprometidos con la misión y la iniciación cristiana.
La experiencia de ser Iglesia Católica, comunidad de creyentes, se hace presente en el encuentro con la Palabra de Dios en la Iglesia Particular y desde la Diócesis, en cada una de las parroquias y en las familias cristianas. La tarea es ir construyendo el Reino de Dios, con la acción misionera y catequética que nos permita crecer en la fe, esperanza y caridad y tener compromiso pastoral para la evangelización en nuestra Diócesis. Dedicaremos particular esfuerzo a seguir construyendo la familia como comunidad de amor, Iglesia doméstica, conscientes de que ella es uno de los bienes más preciosos de la humanidad y de la Iglesia. Vamos a fortalecer nuestras familias desde la oración, desde el Rosario diario en familia, familia que reza unida, permanece unida. La Santísima Virgen María nos dará para nuestras familias el regalo de la fidelidad, del perdón, la reconciliación y la paz, virtudes que tendrán que reflejarse en la comunidad y en la sociedad donde vivimos.
La familia santificada mediante el sacramento del matrimonio, permite por la gracia recibida en este, que Dios permanezca en los esposos a lo largo de toda su vida. De ahí, nuestro deber de implementar una fuerte pastoral familiar en todas las parroquias. Se trata de promover y rescatar los valores familiares de acuerdo con la enseñanza de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, acompañando a cada familia cristiana en su misión fundamental de ser transmisora de la fe y primera escuela de formación de los discípulos misioneros de Nuestro Señor Jesucristo.
Otro desafío pastoral no menos importante que los otros, es el compromiso real con los pobres, desde el ejercicio de la caridad. La Diócesis de Cúcuta tiene vocación para la caridad, como fruto maduro de una vida cristiana, que se va fortaleciendo desde la vivencia del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Estamos dispuestos a entregarnos con lo que somos y tenemos, para aliviar la pobreza y la miseria de los hermanos que viven marginados y en continuo sufrimiento; sobre todo acompañar a los migrantes y a tantos niños y jóvenes que están viviendo debajo de los puentes, consumidos en la drogadicción. A ellos les tenemos que dar en primer lugar el pan de la Palabra, pues, de todos es sabido que la primera obra de caridad que hemos de hacer a nuestros hermanos necesitados será mostrarles el camino de la fe, la esperanza y el amor, para que reciban a Jesucristo en sus vidas. Así nos lo enseñó San Juan Pablo II cuando dijo: “el anuncio de Jesucristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solidaridad” (Mensaje para las migraciones, 2001), con el compromiso claro y efectivo de seguir compartiendo el pan material y ayudar desde el Evangelio a sanar tantas heridas, adicciones y conflictos que se viven en nuestro medio, para llegar a tener la paz que el Señor nos quiere dejar como regalo supremo que viene de lo alto.
Proponemos una acción pastoral de cercanía y dignificación desde la caridad cristiana, pues Jesús garantiza que quienes realizan esta labor, recibirán una gran recompensa: “Vengan benditos de mi Padre a heredar el Reino de los cielos” (Mt 25, 34). La opción por los más pobres no es una mera invitación, es una exigencia concreta que el Señor nos hace. Es por el camino de la caridad como tendremos acceso a la bienaventuranza del Reino.
Entre todos vamos a continuar el tejido de la Historia de la Salvación en nuestra historia personal, familiar y diocesana. Nos necesitamos mutuamente para continuar con los retos que nos plantea hoy la pastoral en cada una de nuestras parroquias. Hagamos de nuestras parroquias, verdaderas comunidades de fe, en donde brille el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. No nos falte la oración por estas intenciones y todos en comunión, en camino sinodal, escuchando al Espíritu Santo, podremos ser fieles a Jesucristo y a la Iglesia en la misión que se nos ha confiado.
Continuemos, hermanos, esta solemne celebración eucarística y pongamos en el altar toda esta tarea que nos disponemos a continuar, para que sea el mismo Señor quien la bendiga y fortalezca.
Pongo en manos de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, nuestro patrono, este camino sinodal que hoy emprendemos apoyados por la gracia de Dios. Me consagro a la Virgen y consagro, como pastor de la grey a todos los que el Señor me ha encomendado. Que cada día, con María y como María, seamos más dóciles a la Palabra de Dios y más capaces de vivir en fidelidad nuestra misión. El glorioso Patriarca San José y todos los Santos nos acompañen. Amén.