Por: Pbro. Víctor Manuel Rojas Blanco, párroco de Santa Laura Montoya
Santo Viacrucis por el centro de Cúcuta, 2021. Foto: Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta
“Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará” (Lc 9, 24)
Este versículo 24 se encuentra enmarcado en la perícopa Lc 9, 22-25. En ella el evangelista san Lucas responde a la pregunta de Herodes (Lc 9, 9) sobre ¿quién es Jesús? Y da la respuesta de Pedro: “El Cristo de Dios” (Lc 9, 20). También contiene el primero de los tres anuncios que Jesús hace sobre su Pasión. Los otros dos se encuentran en Lucas 9, 43b-45 y 18, 31-34. Este primer anuncio prepara el comienzo del viaje de Jesús a Jerusalén, ciudad donde morirá. Por otra parte, es importante decir que este versículo 24 contiene una de las 5 máximas que en Mc 8, 34-9,1 se encuentran enunciadas. En Lucas, el mensaje de estas máximas quiere afirmar que el seguimiento a Jesús es serio y radical, hasta la muerte, que implica una confrontación pública con los hombres. Y dicho mensaje va dirigido a “todos”, no solamente a los discípulos para que el seguimiento sea con total compromiso. Tales palabras implican una fidelidad a costa de todo, hasta el martirio, cargando con la cruz, cada día si acepta vivir por Cristo.
Con este versículo de reflexión como tema de preparación para la Cuaresma quiero puntualizar el seguimiento de Jesús con una exigencia específica: estimar la vida no con parámetros de ganancia, aunque lo que esté en juego sea la totalidad de lo terrestre. Sino valorarla como una vida que se prolonga en la eternidad, dejando la vida material y física. En este versículo se puede hallar un contraste entre una “vida”, en su dimensión terrestre y bilógica, y una “vida” proyectada hacia la trascendencia, es decir, que puede ser medido o valorado por las preocupaciones de orden material. Y en la segunda parte, el sentido de perder la vida por Jesús hace referencia a la disponibilidad para ofrecer la propia vida por la persona de Jesús o por el Reino. Considero importante recalcar que la propia disponibilidad es salvífica y es un factor común que quienes desean ser discípulos de Cristo. En este sentido si la vida se orienta hacia Jesús y su Reino, las prioridades cambian. La predicación sobre Jesús, vida y obras a quienes no lo conocen se establece como una de las prioridades de la persona que ha decidido darle un sentido diferente y novedoso a su vida. La disponibilidad que la persona manifieste al llamado de Jesús lo compromete y obliga a renunciar a la propia vida, y a mantener tal compromiso en todo momento, lugar y circunstancia.
De lo dicho anteriormente hay dos elementos que se unen y relacionan para acabar de entender el mensaje radical de Jesús dicho en este versículo. Primero “estimar la vida física” como la primera parte vivificante del ser humano y realidad necesaria para alcanzar la vida eterna. Y segundo “la disponibilidad total” de la vida terrena como signo de entrega generosa de la persona. Ambos elementos permiten darle un nuevo sentido al sufrimiento desde la fe, la recompensa que se obtendrá: la salvación.
Vivimos en una sociedad hedonista que promueve el placer y evita todo aquello que comporte sacrificio, con mensajes comunes y persuasivos. Las sociedades neoliberales que promueven el consumismo y las culturas posmodernas, la inmediatez, nos han llevado a buscar una vida centrada en el placer inmediato. Ante tales circunstancias es cada vez más difícil hablar de renuncias, sacrificios y mortificaciones. La TV, la música, películas de actualidad, etc., nos bombardean con la búsqueda de la satisfacción inmediata de nuestros apetitos e instintos. Frente a esta problemática fuerte de nuestro tiempo, encontrar un sentido de fe al sufrimiento puede ayudarnos a vivir como mejores cristianos e hijos de Dios más comprometidos.
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A nivel general, los sacrificios buscan controlar los instintos primarios (agresión y posesión) para dirigir la propia vida y después no permitir la esclavitud por las pasiones. Y desde el plano de la fe, generar una valoración de los bienes eternos, y el mayor de ellos, la salvación, frente a los bienes terrenales. En la religión judaica que conoció Jesús, los sacrificios eran siempre actos externos al ser humano. Se sacrificaban animales para simbolizar el sacrificio interior. Pero hay un texto bíblico que cuestiona los sacrificios: “misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9, 13). Seguramente, Jesús observó que los sacrificios rituales se quedaban como meras acciones externas sin esa penitencia interior ni la vivencia de la misericordia.
Por tanto, el tiempo de Cuaresma ofrecido por la Iglesia, es la oportunidad más cercana que podemos tener para que las enseñanzas de las palabras de Jesús: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará”, sean acogidas y vividas dándole importancia a la disponibilidad total y entrega de la vida terrena, desde el sufrimiento, para obtener la vida eterna.
Considero que si queremos vivir estas palabras debemos iniciar un proceso de entrega y sacrificio de los bienes, placeres y gustos cotidianos y recordar ese valor de la salvación eterna ofrecida por Jesús con su Muerte y Resurrección. La Cuaresma es un tiempo de sacrificios personales y de conversión. Los 40 días de Cuaresma hacen referencia a los cuarenta días de Jesús en el desierto. Los tres Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) informan sobre este evento de su vida, mostrando su importancia. Los 40 días de Jesús en el desierto implicaron para Él, experiencias de hambre, sed, soledad y tentación por parte del Maligno. Si bien no fueron días fáciles para Jesús, fueron días de glorificación. Que estas palabras de Jesús sobre ganar la salvación perdiendo la propia vida por su nombre, sigan resonando en estos días y en el tiempo cuaresmal que se aproxima, se hagan vida en los sacrificios personales y prácticas penitenciales que la Iglesia nos propone.