Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Al comenzar este mes de mayo, celebramos con toda la Iglesia la fiesta de san José Obrero, patrono de los trabajadores, proclamado por el papa Pío XII en 1955 en un discurso pronunciado en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, con la presencia de un grupo de obreros. Allí el Papa dijo: “El humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de ustedes y de sus familias”, proclamando con ello a san José, maestro de la vida interior y del silencio, patrono de todo ser humano que se dedica al trabajo digno y necesario para la subsistencia personal y de la familia.
El magisterio de la Iglesia siempre ha reflexionado ampliamente sobre la dignidad del trabajo humano, como una manera de construir persona, familia y sociedad, así lo expresó san Juan Pablo II en ‘Laborem Exercens’, Encíclica que trata sobre el trabajo humano: “mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido se hace más humano” (LE 9), destacando con esto que el trabajo tiene la misión de dignificar y enriquecer a todo ser humano, que con su esfuerzo transforma su entorno y también le ayuda a desarrollar sus talentos que ha recibido de Dios.
Vivimos en un mundo donde lo material está teniendo prioridad sobre los valores y las virtudes del Evangelio y por eso al venerar a san José Obrero, se recogen las actitudes de su fidelidad silenciosa, de la sencillez de vida y del trabajo digno, libre de toda avaricia y falto de transparencia que corrompe el corazón, para orientar toda actividad laboriosa, hacia un trabajo digno que pone su foco en el servicio a la persona, al bien común y al bienestar de la familia y de la comunidad. Así lo expresó el Papa Benedicto XVI en ‘Caritas in Veritate’: “Un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de la comunidad; un trabajo que de este modo haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos…. Un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual” (CIV 63).
Con esta concepción humana, cristiana y espiritual del trabajo que dignifica al ser humano, se concibe toda actividad laboriosa como una vocación que viene de Dios y una misión que enriquece a la sociedad, con un valor familiar que, en la sencillez de la vida de un obrero, se hace también constructor del Reino de Dios en medio de la comunidad. Así lo expresa San Juan Pablo II cuando afirma: “El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. En conjunto se debe recordar y afirmar que la familia constituye uno de los puntos de referencia más importantes, según los cuales debe formarse el orden socio-ético del trabajo humano” (LE 10).
San José fiel custodio de Jesús le enseñó el arte de trabajar y con ello dignificó toda actividad humana honesta y sencillas que sirve a cada familia para llevar el pan a la mesa de sus hogares. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “Jesús, el carpintero (Cf. Mc 6, 3), dignificó el trabajo y al trabajador y recuerda que el trabajo no es un mero apéndice de la vida, sino que constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra, que garantiza la dignidad y libertad del ser humano” (DA 120), contribuyendo con ello al desarrollo integral de cada persona.
En la espiritualidad del trabajo humano también se reconoce la fatiga, el esfuerzo y a veces el dolor de cada día, en una tarea que resulta exigente, pero que también debe ayudar a la santificación de cada uno, uniendo el sacrificio y la fatiga a la Cruz redentora de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “Damos gracias a Dios porque su palabra nos enseña que, a pesar de la fatiga que muchas veces acompaña el trabajo, el cristiano sabe que este, unido a la oración, sirve no sólo al progreso terreno, sino también a la santificación personal y a la construcción del Reino de Dios” (DA 121), de tal manera que a ejemplo de San José Obrero, se debe aprovechar el trabajo que cada uno realiza, para convertirlo en instrumento que busca la santidad personal y familiar.
Los animo a que sigamos adelante con la alegría de la fe, la esperanza y la caridad que se solidifica con el ejercicio del trabajo humano, siendo misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo, fortaleciendo desde Nuestro Señor, la dignidad de la persona humana, la vida, la familia, el trabajo, y de esta manera, vivir en la sociedad perdonados, reconciliados y en paz, a ejemplo de la familia de Nazaret. Encomiendo a la fiel custodia de san José a todos los trabajadores, que se esfuerzan por dar testimonio de honestidad y honradez con la misión que realizan cada día.
En unión de oraciones, sigamos adelante. Reciban mi bendición.