Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta
A nivel mundial, particularmente en Colombia y en nuestras familias, el ser humano está pasando por una crisis de convivencia, manifestado esto en corazones llenos de odio y resentimiento que generan cada día más violencia y confusión al interno del grupo familiar y de la sociedad. Se escucha desde distintos enfoques que es necesario un proceso de perdón y reconciliación para llegar a la paz. Sin embargo, no se llega a la tan anhelada paz, tan querida por todos, porque en la humanidad prevalece el uso de la fuerza y la violencia para resolver sus conflictos, al tiempo que se desea vivir en paz.
Al hablar de perdón y reconciliación se está tocando un aspecto central de la fe cristiana. Muchas situaciones personales, familiares, sociales, etc., que se viven en conflicto, hacen necesario un proceso de perdón y reconciliación, pero no se concreta quitando a Dios del centro de la vida, de tal manera, que la virtud de la fe es definitiva cuando se quiere hablar de perdón y reconciliación y por eso es que a las comunidades cristianas en Colombia, hay que pedirles como primera obra en el trabajo de la reconciliación, que se encuentren para rezar. La oración es el clamor de quien no se resigna a vivir en el odio, el resentimiento, la violencia y la guerra.
El perdón y la reconciliación son virtudes cristianas que brotan de un corazón que está en gracia de Dios, nos permite ver la dimensión del don de Dios en nuestras vidas. Nacen estas virtudes de la reconciliación con Dios, mediante el perdón de los pecados que recibimos, cuando arrepentidos nos acercamos al sacramento de la penitencia a implorar la misericordia que viene del Padre y que mediante el perdón nos deja reconciliados con Él. Estar en gracia de Dios, perdonados y reconciliados son características fundamentales de la fe cristiana.
El perdón y la reconciliación son gracias de Dios y por eso no son fruto de un mero esfuerzo humano, sino que son dones gratuitos de Dios, a los que el creyente se abre, con la disposición de recibirlos, haciéndose el cristiano testigo de la Misericordia del Padre y convirtiéndose en instrumento de la misma, frente a los hermanos. Un corazón en paz con Dios, que está en gracia de Dios, es capaz de transmitir este don a los demás, mediante el perdón y la reconciliación en la vivencia de las relaciones con los otros.
No hay reconciliación y paz sin perdón, y todo tiene su origen en Dios Padre que envió a su Hijo Jesucristo, para que nos reconciliara con Él y efectivamente así lo hizo desde la Cruz, cuando nos otorgó su perdón y nos dejó el mandato de perdonar a los hermanos. El origen del perdón es la experiencia que Jesús tiene de lo que es la Misericordia infinita del Padre y por eso desde la Cruz lanza esa petición de perdón para toda la humanidad pecadora y necesitada de reconciliación: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
Es por esto que ninguna ley civil y ningún poder humano podrá obligar a nadie a conceder y pedir el perdón. Solo la ley moral lo hace porque tiene su fundamento en Dios mismo que siembra en nosotros la semilla del perdón y la reconciliación, en el perdón que Él mismo nos ofrece, del cual somos testigos y por gracia de Dios y desde la fe, somos instrumentos de la misericordia del Padre.
Para los creyentes la reconciliación con Dios es condición básica y necesaria para la reconciliación humana. Hemos de estar reconciliados con Dios si queremos vivir reconciliados entre los seres humanos, así lo decimos en la oración del Padre Nuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 12).
Como cristianos creemos que el agente principal del perdón y la reconciliación es Dios. Orar por el perdón y la reconciliación es mostrar que estamos convencidos que esto no es una lucha humana, sino un don de Dios. Esto, no declina nuestra dedicación activa por vivir perdonados y reconciliados, sino que nos dispone abriendo el corazón a esta gracia de Dios. La oración estimula nuestra actividad y creatividad en trabajar por un mundo y una Colombia perdonada y reconciliada. Siempre en el mundo los grandes artífices y trabajadores de la paz han sido personas de oración ferviente al Señor, pidiendo constantemente el perdón y la reconciliación que nos lleva a la verdadera paz.
Con Dios al centro de la vida y viviendo en su gracia y en oración ferviente, un instrumento fundamental en el proceso del perdón y la reconciliación es el diálogo, tan añorado en estos tiempos de violencia y dificultad en nuestra patria, válido para resolver conflictos familiares, vecinales, sociales, políticos, etc. El diálogo ha evitado muchos enfrentamientos violentos a lo largo de la historia, en todos los sectores sociales. Dialogar implica escuchar de verdad las razones del adversario y estar dispuestos a modificar nuestra posición.
Con la gracia de Dios en el corazón, el diálogo que lleva al perdón y la reconciliación se busca como un beneficio para el otro, sin Dios al centro se busca el perdón y la reconciliación como un beneficio egoísta para sí mismo. La paz que nos trae el Señor, no como la que da el mundo sino Dios, implica una búsqueda continua del bien del otro, que lleva finalmente a trabajar de manera incansable por el bien común. Esto es un aprendizaje que se hace desde la fe, dejándonos educar por Dios mismo, que quiere que seamos sus hijos y entre nosotros verdaderos hermanos. Aparecida expresó esta verdad diciendo:
“Es necesario educar y favorecer en nuestros pueblos todos los gestos, obras y caminos de reconciliación y amistad social, de cooperación e integración. La comunión alcanzada en la sangre reconciliadora de Cristo nos da fuerza para ser constructores de puentes, anunciadores de verdad, bálsamo para las heridas. La reconciliación está en el corazón de la vida cristiana. Es iniciativa propia de Dios en busca de nuestra amistad, que comporta consigo la necesaria reconciliación con el hermano. Se trata de una reconciliación que necesitamos en los diversos ámbitos, en todos y entre todos los países. Esta reconciliación fraterna presupone la reconciliación con Dios, fuente única de gracia y de perdón, que alcanza su expresión y realización en el sacramento de la penitencia que Dios nos regala a través de la Iglesia” (DA 535).
Que Nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, nos concedan la gracia de vivir en Colombia perdonados, reconciliados y en paz.
En unión de oraciones, reciban mi bendición.