Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid
“Y vengo también para aprender; sí, aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad. Porque ustedes saben que el obispo y el cura tienen que aprender de su pueblo, y por eso vengo a aprender, a aprender de ustedes, soy obispo y vengo a aprender”.
Con estas palabras se abría la inolvidable experiencia de la Visita Apostólica del Papa Francisco a Colombia, recordando que quien vino hasta nosotros es ante todo el Obispo de la Iglesia Católica (Como gustaba llamarse el Beato Paulo VI) y que por ello puede entrar, como lo supo hacer, en el alma de un pueblo como el nuestro, crecido a la sombra de la Cruz y probado en una eterna pascua en la que no han faltado calvarios y gozos.
Nuestro corazón, el corazón de los colombianos, ha quedado marcado profundamente por la experiencia del encuentro con el PAPA FRANCISCO.
Nuestro corazón, el corazón de los colombianos, ha quedado marcado profundamente por la experiencia del encuentro con el PAPA FRANCISCO.Con estas palabras se abría la inolvidable experiencia de la Visita Apostólica del Papa Francisco a Colombia, recordando que quien vino hasta nosotros es ante todo el Obispo de la Iglesia Católica (Como gustaba llamarse el Beato Paulo VI) y que por ello puede entrar, como lo supo hacer, en el alma de un pueblo como el nuestro, crecido a la sombra de la Cruz y probado en una eterna pascua en la que no han faltado calvarios y gozos.
Una expectativa inmensa despertó el anuncio de la Visita Apostólica. Esta expectativa fue colmada con la sabiduría simple y la cercanía pastoral del Sucesor de Pedro que vino para “Dar el Primer Paso” en el camino de la Iglesia de Colombia que se compromete con la esperanza y la alegría, justamente las dos palabras claves de su primer encuentro con el Pueblo a la puerta de la Nunciatura.
Nos recordó con paternal bondad que todos somos vulnerables, como le había dicho la niña María en la noche del 7 de septiembre: “¡Dios! Dios es el único no vulnerable, todos los demás somos vulnerables, en algunos se ve, en otros no se ve. Pero es la esencia de lo humano esa necesidad de ser sostenido por Dios, todos. Por eso no se debe, no se puede descartar a nadie, ¿Está claro? Porque cada uno de nosotros es un tesoro, que se ofrece a Dios, para que Dios lo haga crecer según su manera”. Acompañado con la consoladora mirada de Nuestra Señora de Chiquinquirá, nos recordaba en Bogotá que hemos de seguir en el camino de la reconciliación: “Como bien saben, Colombia no puede darse a sí misma la verdadera renovación a la que aspira, sino que ésta viene concedida desde lo alto”.
Luego, con la fuerza del Espíritu va a Villavicencio a proclamar la bienaventuranza de los Beatos Pedro María, sacerdote, y Jesús Emilio, obispo, quienes se convirtieron en signos para proponernos un compromiso con la verdadera paz, la que pide perdón, la que ofrece misericordia, la que permite encontrar la verdad allí donde se revela de modo admirable en el dolor y en el sufrir de un pueblo que quiere la reconciliación: “No tengan miedo a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en armonía y fraternidad, como desea el Señor”.
En Medellín, en la Misa nos invitó a ir a lo esencial, a renovarnos, a involucrarnos: “He venido hasta aquí justamente para confirmarlos en la fe y en la esperanza del Evangelio: manténganse firmes y libres en Cristo, porque toda firmeza en Cristo nos da libertad, de modo que lo reflejen en todo lo que hagan. Asuman con todas sus fuerzas el seguimiento de Jesús, conózcanlo, déjense convocar e instruir por Él, búsquenlo en la oración y déjense buscar por Él en la oración, anúncienlo con la mayor alegría posible”.
En Cartagena, al concluir las jornadas de su servicio apostólico entre nosotros, el Papa nos invita a que realicemos la voluntad del Señor, “Dar el Primer Paso» es, sobre todo, salir al encuentro de los demás con Cristo, el Señor. Y Él nos pide siempre dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos, renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin amar. Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias”.
Que el primer paso del sucesor de Pedro nos enseñe a trabajar en la construcción del tejido humano de una nación que no olvida su talante cristiano.
¡Alabado sea Jesucristo!