Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Muchos de los relatos y cuentos que en estos días releemos en muchos de los espacios comunes que tenemos, nos hablan del “Espíritu de la Navidad”, muchos quieren resaltar elementos de bondad, generosidad, altruísmo (acciones humanas llenas de bondad e interes por los otros), alegría, bondad… Desearía entrar con ustedes, queridos lectores en el verdadero espíritu de la Navidad, el tiempo que vivimos y experimentamos todos, por la celebración del nacimiento de Jesucristo, el Señor, Salvador de todos los hombres. Hay muchos espacios de la literatura y del teatro que tratan de transmitir el “Espíritu de la Navidad”, para sembrar valores humanos en los jóvenes y los niños, pero se pierde la dimensión trascendente, espiritual y profundamente teologal de este gran acontecimiento que es la Navidad.
En estos dias que preceden a la Navidad, vivimos el Adviento, que nos prepara espiritualmente para este momento que recuerda como Cristo se hizo hombre, verdaderamente, en las entrañas de la Santísima Virgen María. El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 522 nos enseña que Dios, desde siempre, por siglos, deseo preparar el nacimiento de su Hijo, encarnado, asumiendo la condición humana. Dice el Catecismo “Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de la segunda venida” (Catecismo, n. 524). Es un tiempo netamente espiritual, esta sería la primera gran premisa de nuestra reflexión y de esta búsqueda del verdadero espíritu de este tiempo que vivimos.
Miramos a Jesús con cuidado y especial atención espiritual, leyendo sobre todo los evangelios de San Lucas y de San Mateo que nos transmiten muchas noticias precisas sobre el nacimiento de Cristo Jesús. El nació como un don y como un signo preciso para los hombres de todos los tiempos. Es un momento de la historia humana donde Dios se hace cercano y vecino para todos los hombres. Dios habló de muchas maneras a los hombres y mujeres de la historia humana, pero de forma precisa y clara tomó el cuerpo del hombre, encarnándose en Santa María la Virgen, sin intervención humana para nuestra redención y salvación. En este gran hecho se esconde la razón de tan grande acción: Dios se hace hombre para Redimir, para pagar, para cubrir una gran deuda que el hombre tiene: La deuda del pecado y de sus acciones que lo han separado del plan original del Creador.
Por muchos siglos, desde el cuarto, la Iglesia ha dedicado este tiempo a la profundización espiritual en la vida de los creyentes, mirando con cuidado las razones y los contenidos de este tiempo, mirando especialmente al pesebre, en primer lugar –Belén– en donde se manifestó el Hijo de Dios a la humanidad.
Es un profundo panorama espiritual el que se manifiesta en Belén, es el Espíritu que anima a San Francisco de Asís, para que reconstruyamos materialmente las escenas del nacimiento de Cristo: es el copiar la presencia de Cristo, como elemento central, con las figuras de José y Santa María, para que nosotros entremos en este misterio profundo de Dios que viene a los hombres. Luces, guirnaldas, elementos como el Árbol de Navidad (el arbol del pecado, y la figura de la manzana como elemento simbólico de la opción por el mal del hombre) nos animan y son casi unos signos presentes en toda nuestra cultura. Pero tal vez no comprendemos o valoramos el sentido de todos estos elementos en su valor espiritual. Más bien todos estos elementos nos distraen y ocupan nuestro tiempo, alejándonos del verdadero espíritu de la Navidad. Música, luces, alimentos, licor, comportamientos equivocados –con una profunda fuerza cultural- nos separan de la dimensión espiritual de este tiempo. Parecería que ellos nos quitan la perspectiva del horizonte de estos días.
En las modernas técnicas de vuelo, en los aviones, los instrumentos marcan al piloto un horizonte, una línea de horizonte, que nunca pierde. Este horizonte permanece siempre de frente a los ojos de quien guía el avión. El piloto no puede perder este horizonte, pues de él depende su vida y la de quienes lleva en este medio de transporte. Nosotros no podemos perder el horizonte de la Navidad.
En nuestra vida, en el camino de la fe que estamos recorriendo no podemos dejar el horizonte de la fe en este tiempo de la Navidad. Estamos centrando la atención en Jesucristo, en el centro de nuestra fe, en un acontecimiento fundamental para la vida de la humanidad. En Belén de Judá, apareció para los hombres y mujeres de todos los tiempos, el Salvador.
Hay una profunda llamada espiritual para todos los hombres. Podríamos acercarnos al pesebre, a la tierra del León de Judá, y contemplar un niño recien nacido en las manos de Santa María Virgen, esto podría mover nuestra ternura, nuestra humanidad, los buenos sentimientos que surgen para proteger esta creatura tierna y pequeña, pero la realidad es diversa, el contenido es totalmente diverso: es la ternura de Dios, es la presencia de Dios en la vida de los hombres y esto no puede perderse en nuestro camino navideño, camino hacia Dios.
En el relato de San Mateo, una estrella, un fenómeno astronómico especial, acompaña y guía a los pastores
(Mt 2, 1 – 2, 4. 9), a los hombres sencillos y rudos del tiempo de Jesús, hacia el lugar del nacimiento de Cristo. El mundo de hoy tiene que dejarse llevar y, especialmente buscar la presencia de Dios que habla y se revela a ala humanidad.
San Lucas, en su Evangelio, nos transmite esta gran noticia: “No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12).
El Espíritu de la Navidad es el encuentro de Dios con los hombres, la forma precisa como el Altísimo habla a los hombres, a su corazón y a su vida en forma precisa y clara, en un lenguaje comprensible para todos en la historia y la realidad que nos rodea. La centralidad de este día está en que ha nacido un SALVADOR, Cristo Jesús. Así nace la ternura, la entrega, la generosidad de los hombres y mujeres que aceptan la presencia de Dios en nuestra historia y, allí, siembra la verdad. del encuentro con Jesucristo recién nacido, el hombre descubre el nuevo tiempo, tiempo de PAZ que surge en la vida de todos los hombres. Abramos nuestro corazón a Cristo que quiere salvarnos.
“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”
¡Alabado sea Jesucristo!¡Alabado sea Jesucristo!