Día de las velitas, preparación a la Fiesta de la Inmaculada Concepción

Un poco de historia

Esta práctica de la familia cristiana se remonta al 8 de diciembre del año 1854 cuando el Papa Pio IX, mediante la Bula (Documento pontificio) Ineffabilis Deus, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. En este documento se afirmó que María fue preservada de todo pecado. Cuenta la historia que para el momento en el que el santo padre proclamara el dogma, todos los cristianos del mundo entero debían encender una vela. Desde entonces se ha mantenido esta tradición milenaria. Cada país vive este momento con unos matices muy particulares.

El pueblo necesita expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica, imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Es aquí donde la piedad popular adquiere un valor trascendental. Pablo VI decía que la religiosidad popular “puede producir mucho bien”. Claro está siempre y cuando tenga una orientación hacia el Misterio de Cristo.

En Colombia el día de las velitas tiene distintos matices de acuerdo a las regiones del país. En Cúcuta, por ejemplo, el día de las velitas se lleva a cabo en familia pero también se realiza en los cementerios, y a las doce de la noche se encienden las luces que dan pasó al espíritu navideño que alegra la vida de la ciudad y del campo.

Relación con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Lo más importante es que ésta práctica religiosa no se queda en los tentáculos de una sociedad consumista. Para el cristianismo es una oportunidad para disponerse a la celebración de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Esta Solemnidad es de suma importancia para nuestra fe. La devoción a la Inmaculada Concepción es uno de los aspectos más difundidos de la devoción mariana.

María tiene un lugar muy especial dentro de la Iglesia por ser la Madre de Jesús. Sólo a Ella Dios le concedió el privilegio de haber sido preservada del pecado original, como un regalo especial para la mujer que sería la Madre de Jesús y madre Nuestra.

Dios nos regala también a cada uno de nosotros las gracias necesarias y suficientes para cumplir con la misión que nos ha encomendado y así seguir el camino al cielo, fieles a su Iglesia Católica.

El dogma de la Inmaculada Concepción de María no ofusca, sino que más bien pone de relieve los efectos de la gracia redentora de Cristo en la naturaleza humana. A María, primera redimida por Cristo, que tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un instante al poder del mal y del pecado, la miramos los cristianos como un modelo perfecto y una imagen de la santidad que estamos llamados a alcanzar.

En todas las parroquias del mundo entero muchos niños hacen su primera comunión. Recordemos que éste Sacramento hace parte de la formación inicial de quien por el Bautismo ha iniciado su vida cristiana. El vestido blanco simboliza la pureza de la Santísima Virgen -así preservada por el mismo Dios en su designio misericordioso- en ella concibe al Hijo de Dios en sus entrañas.

Esta gracia especial es compartida para el bien de la humanidad. El ángel Gabriel no se dirige a María por su nombre, sino llamándola κεχαριτωμένη, que traducimos “llena de gracia” (Lc 1, 28). Es en esta gracia inmaculada como debemos concebir a Cristo en nuestros corazones.

La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo.

Por: Javier Alexis Agudelo Avendaño Pbro.

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