Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid
En cada una de las ediciones de nuestro periódico LA VERDAD, trato de enfrentar temas de actualidad que nos permitan interactuar con ustedes queridos lectores. Un tema de actualidad, es la Educación, que ha presentado recientemente la suspensión de las actividades de nuestros maestros que pretendían reivindicaciones sociales –muy justas y urgentes- pero que pusieron en crisis la formación de nuestros niños y jóvenes.
La Educación pretende dar los elementos necesarios para el desarrollo y la formación del hombre, además de garantizar la entrada de nuestros jóvenes y niños en el progreso social y en la participación de las tareas de nuestra comunidad. También hay una gran perspectiva espiritual en la Educación.
La tarea esencial de la Educación es sembrar en el centro mismo de la vida de los discípulos unas verdades esenciales, unos fundamentos humanos y unas instrucciones sabias que han de servir para la vida toda: la transmisión de valores humanos y espirituales.
La Educación es, además, un diálogo fecundo entre maestro y discípulo que, cuando se desarrolla con responsabilidad y autenticidad, deja grabadas para siempre en la vida la sabiduría esencial y la metodología para asumir la existencia y para ser alguien que contribuya con sus aporte en la sociedad.
De ahí que la Educación sea fundamental en toda sociedad y que necesite modelos irremplazables y signos eternos y singulares. Es por ello que Jesús, el Divino Maestro, sea el modelo perfecto de este proceso: posee la Verdad que es él mismo, tiene la pedagogía, palabra maravillosa que significa caminar y acompañar, sabe formar los discípulos, sembrando en sus vidas el testimonio fecundo de su propia persona, la luz de sus palabras y el sello definitivo de su ejemplo. Por ello jamás dejó de llamarse simplemente “el Maestro”.
Asistimos a una realidad muy compleja.
La Educación hoy vive una lamentable fractura que está separando dos realidades: unos maestros en los que es evidente su vocación y su deseo de comunicar esperanza y vida a sus estudiantes, en los que hay anhelos sinceros de transmitir, incluso con sacrificios y limitaciones, unos conocimientos, y unos discípulos que tienen deseos de aprender, que necesitan informarse y formarse, que buscan con sed verdadera palabras y signos convincentes que los transformen y los moldeen para la vida. ¿Cómo apoyamos la Educación? ¿Cómo valoramos y participamos todos en la transmisión de valores fundamentales?
Pero ¿Dónde está la fractura? La complejidad de la Educación no consiste en que falten maestros y estudiantes, se da en el esquema que separa las dos realidades complementarias por diversas causas, falta de recursos, falta de oportunidades, situaciones laborales difíciles, espacios inadecuados, falta de compromiso de los responsables de garantizar lo mejor para la Educación.
Los maestros, tan queridos por Jesús y por la Iglesia, retornan de un tiempo de receso y quieren emprender ahora los trabajos propios de la formación de los estudiantes. Estos días no son tiempo perdido, como muchos podrían pensar, sino la oportunidad que hemos tenido para pensar que la Educación necesita ser atendida con mayor fuerza e interés por todos los actores de la sociedad, que la Educación requiere no sólo recursos materiales sino una renovación en su espíritu y en su intención, una definición decidida de su importancia en una sociedad que debe distinguirse por la formación de su futuro en un ambiente digno, adecuado, gozoso, comprometido, responsable.
Si volvemos la mirada a Jesús Maestro, encontraremos allí el camino. Es por eso, que deseamos a los que reinician sus labores que recuerden su tarea decisiva en la vida de los discípulos, que revitalicen el amor con el que se entregan, que se valoren como fundamentos de la formación humana y que pongan en el corazón de todos verdades tan firmes y al tiempo tan sublimes como las que el Evangelio propone: justicia, verdad, solidaridad, trascendencia, cercanía.
También queremos que los discípulos asuman su rol en la Educación y que, al tiempo que descubren en sus maestros unos signos que dan identidad, puedan encontrar en corazones bien formados, más que unos conocimientos pasajeros, las verdades que sostienen la vida y la ejemplaridad que hace que jamás se olvide la figura del maestro que, como Jesús, deja en el corazón la huella imborrable de su espíritu y de su vocación
Marco Tulio Cicerón, el gran maestro, en una de sus obras nos invitaba a sembrar en los jóvenes, con una frase que nos indica a todos el camino “Sembrad árboles para que la posteridad los recoja” (Serit arbores, quae alteri saeculo prosint). Del trabajo y de la formación de los jóvenes depende nuestro futuro. Empeñémonos en la formación justa, seria, serena, virtuosa de nuestros jóvenes.
¡Alabado sea Jesucristo!