Caminemos juntos con el Proceso Evangelizador de la Iglesia

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

Jesús cuando convocó a sus discí­pulos en Galilea, les encomendó la tarea evangelizadora, haciendo que la Iglesia desde el principio se identifique con esta misión: “vayan y hagan discípulos a todos los pue­blos y bautícenlos para consagrar­los al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 16-20), recibiendo este mandato como su vocación esen­cial, porque “evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profun­da. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y re­surrección gloriosa” (Evangelii nun­tiandi #14).

La Iglesia tiene el mandato de llevar a todo el mundo la Magnífica Noti­cia del acontecimiento que cambia la historia del ser humano y de la socie­dad. Cada persona cuando recibe el anuncio de Jesucristo y responde con la conversión, que significa transfor­mación de la propia vida en Cristo, renueva no solamente su vida perso­nal, sino que todo el entorno donde vive comienza a ser iluminado por la gracia, porque el Reino de Dios llega con toda su fuerza para transformar el mundo: “El plazo se ha cumpli­do. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evange­lio” (Mc 1, 15).

El mensaje es el mismo, pero los con­textos cambian y por eso los desafíos para evangelizar necesitan evangeli­zadores con mucho fervor e ímpetu misionero, que sigamos sin desfalle­cer en la misión encomendada por Jesús, con la certeza que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (cfr. Mt 28, 20), de tal manera que, se nos pide ser instru­mentos dóciles a la gracia de Dios, poniendo toda la confianza única­mente en Él y dejándonos iluminar cada día por el Espíritu Santo, que con sus dones, nos va capacitando para esta tarea que es de Dios, pues “no habrá nunca Evangelización posi­ble sin la acción del Espíritu Santo” (EN 75).

La Iglesia siempre ac­túa con el poder del Espíritu Santo y se ha dejado renovar por Él. Toda la acción pasto­ral debe ser dócil a la moción y luz del Espíritu Santo, ya que es Él quien orienta y renueva la misión evangeli­zadora en la Iglesia. Para dejar obrar el Espíritu Santo en la vida de la Igle­sia, es necesario asumir en serio el lla­mado a la conversión: “conviértan­se y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15), que significa el retorno a Dios, el cambio de mentalidad, es decir trans­formación de la vida en Cristo, hasta llegar a decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20), dando tes­timonio de su proceso de conversión, afirmando: “Para mí la vida es Cris­to” (Flp 1, 21).

En nuestra Diócesis de Cúcuta queremos dejarnos iluminar por el Es­píritu Santo, siguiendo el Proceso Evangelizador que la Iglesia ha apli­cado desde siempre para evangelizar. Somos conscientes del mandato de Jesús, de ir por todas partes a anun­ciar el Evangelio, y por eso queremos poner en práctica con la mayor fide­lidad posible ese mandato misionero de Jesús, con la certeza que todo tiene que brotar de una oración constante, de rodillas frente al Santísimo Sacra­mento, para poder tener el discerni­miento suficiente que nos impulse al acompañamiento de todas las perso­nas, para que puedan crecer en el fe, la esperanza y la caridad y perseveren en la gracia de Dios, siempre con la confianza puesta en Él.

Siguiendo la enseñanza de la Iglesia en su ma­gisterio, vamos a con­tinuar con el desarrollo del Plan de Evangeliza­ción de la Diócesis de Cúcuta, inspirado en el proceso por el que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal manera que, impulsada por la cari­dad, impregna y transforma a toda la sociedad, dando testimonio entre las gentes de la nueva manera de vivir en Cristo, proclamando explícitamen­te el Evangelio mediante el primer anuncio que llama a la conversión; iniciando en la fe y la vida cristia­na mediante la catequesis a los que se convierten a Jesucristo, alimentando la fe de los fieles mediante la Eucaris­tía y la caridad y suscitando perma­nentemente a la misión, anunciando a Jesucristo con palabras y obras (cfr. Directorio General para la Catequesis #48).

De esa manera, en fidelidad a Jesu­cristo y la Iglesia, con renovado fervor pastoral y en salida misionera, nos disponemos a fortalecer el proceso evangelizador, que según lo sintetiza el Directorio General para la Cateque­sis del año 1997, “está estructurado en etapas o momentos esenciales: La acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequética para los que optan por el Evangelio y para los que necesi­tan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. Estos momentos no son etapas ce­rradas, ya que tratan de dar el ali­mento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad” (DGC 49, cfr. DGC, 2020, 31-35).

Al avanzar en este nuevo año pasto­ral, los convoco para que “camine­mos juntos”, dejándonos orientar por la luz del Espíritu Santo que ilumina nuestros pasos y nos saca de la oscu­ridad que deja el mal y como fruto del seguimiento de Cristo, alimenta­dos por la Eucaristía, brote un caudal de caridad en nuestra Diócesis, que nos permita hacer presente el man­damiento del amor, que sea luz para muchos que viven en las tinieblas del pecado. Que nuestra caridad sea la voz de Dios para que muchas perso­nas amen a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos. El camino para crecer y salvarse es vivir plenamente la vida de Jesucristo en la familia y en la parroquia. Hagamos de nuestras familias y ambientes pa­rroquiales lugares de fe, esperanza y caridad que nos lleven a la salvación y que orienten la vida de muchas per­sonas con la luz de Cristo que ilumina nuestra vida.

En unión de oraciones, “caminemos juntos, renovando nuestra fe”.

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