De los santos sencillos: Martín, llamado ‘fray Escoba’

Por: Fray Eduardo Oviedo Veloza, O.P., párroco de San Martín de Porres

La Iglesia latinoamericana, la congregación de la Orden de Predicadores y la parroquia San Martín de Porres de la Dióce­sis de Cúcuta, celebran a su santo patrono, del 25 de octubre al 3 de noviembre, en el marco de los 383 años de su muerte y los 60 años de su canonización.

El humilde y santo mulato, nacido en Lima (Perú) el 9 de diciembre de 1579, fue hijo del español Juan de Porras de Miranda, natural de la ciudad de Burgos caballero de la Orden de Alcántara, y de Ana Ve­lázquez una mujer negra liberta, natural de Panamá que residía en Lima. Recién nacido no fue recono­cido por su padre, por lo que en el libro de bautismos aparece inscrito como “hijo de padre desconocido”.

Muy joven, Martín fue auxiliar práctico (enfermero empírico) del boticario, también, barbero y her­borista; artes que lo prepararon para entrar en 1594, a la edad de quince años, en la Orden de Santo Do­mingo de Guzmán en calidad de “donado”, es decir, como terciario (recibía alojamiento siendo el man­dadero y se ocupaba de los traba­jos materiales y domésticos, como criado); así vivió casi nueve años para ser admitido como hermano lego o cooperador (monje o reli­gioso que se ocupa de los trabajos manuales) e hizo profesión solem­ne en la Orden de Predicadores el 2 de junio de 1603, convirtiéndose en fraile profeso de votos de pobre­za, castidad y obediencia.

Vestido de religioso se dedicó in­tensamente a la oración del Santo Rosario, la Sagrada Eucaristía, la que adoraba en el Santísimo Sa­cramento escondido debajo de una escalera; por eso dormía solo unas cuantas horas, practicaba ayunos prolongados y comiendo solo lo indispensable; llevaba una vida de extrema pobreza y penitencias, sirviendo a los más necesitados en situación de extrema pobreza y enfermedad –a quienes decía “yo te curo, Dios te sana”– y, en el convento, sería en los oficios más humildes, como el de barrendero, que le valió el cariñoso apodo de ‘fray Escoba’, con la que es repre­sentado en pinturas, cuadros e imá­genes. Acompañó siempre sus pe­nitencias, orando en las noches ante el crucifijo grande que había en su convento o arrodi­llado ante el Santí­simo Sa­cramento y ante la imagen de la Virgen María re­zando con fervor el Rosario.

Maltrecho por el trabajo y la peni­tencia, cayó gravemente enfermo, muriendo en Lima en 1639 de fie­bre tifoidea a la edad de 59 años. Fue beatificado el 10 de septiembre de 1837 y canonizado el 6 de mayo de 1962, por el Papa Juan XXIII.

Devoción 

San Martín de Porres, hace parte de la devoción a esos santos afros que dan iden­tidad a un pueblo creyente identificado con ellos, en su vida e historia, y le ayudan a recobrar su dignidad y libertad; es el caso de Latinoamérica, que ha vi­vido una historia de desigualdades sociales, explotación económica y opresión, llevando esto a la priva­ción de los derechos fundamentales e injusticias étnicas, palpado en los cinturones de pobreza extrema de muchas ciudades. Prueba de esa identidad ancestral afro, son las “cofradías” devocionales, según la época, que, con normas propias y sin fronteras étnicas, crearon una manera religiosa y social de vivir; pagar la cuota de cofrade y revestir el hábito de dominico, visibilizan una identidad, conlleva una nueva manera de vivir, al sentirse parte de un gran cuerpo u asociación (cor­poración), en fin, una gran familia; incluso, llegaron a ser el ejemplo de las cooperativas actuales, al buscar la expresión cultural libre de verda­dera promoción humana integral. Esta cohesión socio-espiritual vivi­da en la santa celebración y la so­lemne procesión, hacen olvidar rea­lidades de discriminación, alivia el pasado esclavista y el sometimiento del presente consumista y clasista. Estos ritos devocionales celebra­tivos son un fenómeno no solo de protesta, sino, también, para ahu­yentar la enfermedad y recuperar la salud y, con ella, la identidad.

Con el ejemplo de su vida, nos en­señó san Martín de Porres que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino de Cristo Jesús, a saber: amar a Dios en primer lugar, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente; y, en segundo lugar, amar al prójimo como a noso­tros mismos. Por eso él es ejemplo de amor intenso al sagrado misterio redentor de Cristo en la Eucaristía, con que se alimentaba y adoraba en el Santísimo Sacramento; en Él contemplaba cuánto el Señor pa­deció por nosotros, cargando con nuestros pecados, subió al leño; los atroces tormentos del Señor le ha­cían derramar abundantes lágrimas, lo movían a largas penitencias, cas­tigar su cuerpo con látigos en las disciplinas personales, en las que se decía “perro mulato”; pero so­bre todo, es ejemplo de caridad y solidaridad con los más pobres y afligidos, a quienes tenía por más dignos e importantes.

Este año nuestra parroquia con­memora los 50 años de trabajo parroquial y los 42 años bajo la ti­tularidad de nuestro santo mulato peruano en sus 60 años de canoni­zación, con la novena iniciada el 25 de octubre al 3 de noviembre.

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