¿Cómo hacer para que los niños y adolescentes sientan gusto por las cosas de Dios?

Por: Pbro. Álvaro Iván Gómez Suárez, psicólogo; párroco de la Sagrada Familia

En nuestra sociedad moderna, existe una tendencia que se ob­serva con frecuencia: es la falta de motivación o apatía de los niños y adolescentes, pero de manera especial de los adolescentes hacia la vivencia de la fe, expresada en la participación de la vida eclesial y celebración de la Eucaristía y sacramentos en general.

Foto: Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta

En esta perspectiva, el desinterés se constituye en uno de los problemas más frecuentes entre los adolescen­tes, por participar en la vida y ac­tividades de la Iglesia. Creo que es importante, identificar este desánimo con el termino apatía ya que esta pa­labra, etimológicamente se deriva del latín apatía, y este del griego, que sig­nifica: “ausencia de pasiones, emocio­nes, sentimientos o enfermedad” (Real Academia Española, 2001).

Para poder comprender un poco el porqué de esta realidad, es necesario comprender lo que significa la adoles­cencia en la vida del ser humano. Es una etapa de transición en la que se producen importantes transformacio­nes físicas, conductuales, cognitivas y emocionales que evolucionan las re­laciones con los padres y los iguales, dando lugar a conflictos en las rela­ciones familiares que, de acuerdo con los resultados hallados, pueden ser los causantes principales de la apatía en los adolescentes hacia los asuntos y actividades familiares (Estévez, 2007; Hernández, 2003), religiosas, sociales; lo que puede favorecer o entorpecer su libertad, sobre todo si considera que tal convivencia, o práctica, es una pérdida de tiem­po que no les reporta ningún beneficio.

Y cuando hacemos refe­rencia a la falta de bene­ficio de la vida de fe en los niños y de manera especial del adolescen­te, no debemos pensar que se trate de un des­conocimiento total o desprecio de estos por las cosas de Dios. Ante todo, debemos referir­nos al hecho religioso mismo, presente en la vida del ser humano a través de la historia. No se trata de que hoy se vive solo un hecho de anti-religiosi­dad, sino ante todo que, el mundo está marcado actualmente más por una pasión religiosa, que, por un sentido cristiano, una pasión cristiana, que se ha perdido en la vida de nuestra socie­dad, de manera especial en el seno de la misma familia.

Hoy no solo podemos hablar de indi­ferencia religiosa en los jóvenes, tam­bién en el seno de los hogares se vive esta realidad, donde los patrones de crianza, el testimonio de vida, la asis­tencia asidua de todos los miembros de la familia a la celebración de la Euca­ristía y práctica de la vida sacramental, formaban parte de la dinámica de los hogares cada fin de semana.

La cultura de la in­creencia (fe inmadu­ra), que ha permeado a la sociedad, ha me­noscabado la fe de la familia, donde sus presupuestos ideoló­gicos, de la forma de comprender la reali­dad, con la concep­ción de que el hombre es el que tiene la ca­pacidad, para resolver los problemas; sin tener necesidad de acudir a la trascendencia, encontrando sentido a lo bueno y a lo malo.

Esta cultura de la increencia, ha su­mergido a los hogares, que se profesan cristiano católicos; en una actitud de indiferencia religiosa, reflejado en una ausencia de espiritualidad manifestada en los comportamientos cotidianos, que cuestionan hoy a los niños y como ya hemos afirmado a los jóvenes en la actualidad desde el mismo seno de su hogar.

Foto: Internet

Si en estas cortas líneas se ha podido hacer una síntesis tal vez, a grandes rasgos de la realidad o el porqué de la falta de gusto que experimenta hoy la niñez y los adolescentes por la Iglesia y las cosas de Dios; también es impor­tante, buscar el camino adecuado, que debe partir del centro de la fa­milia, como la Iglesia doméstica que es casa y escuela de oración.

Hoy los padres de familia, deben con­cientizarse de la importancia del tiem­po dedicado a los hijos en su calidad y cantidad, que les permita mantener unos patrones adecuados de crianza, ya que así como la educación en el tiempo de la infancia es la clave para el desarrollo de las personas, pues sienta la base de su desarrollo futuro; de igual forma el testimonio de los pa­dres, en una vida de oración, de viven­cia sacramental y de una espiritualidad que se manifieste, en la participación de la vida eclesial, en sus parroquias, el amor de ellos como pareja, en el cuidado, cariño, protección… como padres hacia sus hijos, será la clave de la formación en la fe de los niños; en la vivencia de su vida cristiana en los adolescentes, y la decisión finalmente madura y definitiva de su fe en Jesu­cristo como personas adultas.

Por tanto, debemos considerar que si bien, hoy el secularismo, la cultura de increencia, y la indiferencia ha dañado la vida cristiana en los hogares, tam­bién debemos reconocer que la solu­ción a estos desafíos que presenta el mundo a nuestra vida de fe, se encuen­tra en la decisión y en las manos de los padres de familia, llamados a ser los primeros catequistas de los hijos. A no permitir que la indiferencia, la crítica, las dificultades que vive la Iglesia, los lleven a un estilo de vida sin Dios, a vivir una fe basada en una religiosidad vacía, de prácticas externas, que no les habla a los jóvenes, conduciéndolos a una indiferencia y desapego, incluso desprecio por la vida de iglesia en la participación en sus comunidades pa­rroquiales.

Hoy la familia debe reorientar su mira­da hacia la Sagrada Familia de Naza­ret, donde Jesús al venir al mundo, se dedicó a llevar la Palabra de su Padre, así toda la familia tiene la misión de seguir su ejemplo, evangelizar prime­ros a sus hijos y luego a todos los que le rodean.

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