Caminemos juntos en la acción pastoral

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta 

El Proceso Evangelizador de la Iglesia que estamos desarro­llando centra hoy la atención en la acción pastoral que es “para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cris­tiana” (Directorio General para la Catequesis #49). Es el compromiso de la fe que se vuelve misionera, con la misión de transmitir a otros el tesoro del encuentro con Jesucris­to vivo en medio de la comunidad, que brota de un corazón convertido y transformado en Cristo. “En la Iglesia los bautizados, movidos siempre por el Espíritu, alimen­tados por los sacramentos, la ora­ción, el ejercicio de la caridad y ayudados por las diversas formas de educación permanente, procu­ran hacer suyo el deseo de Cristo ‘sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto’. Esta es la llamada a la santidad para entrar en la vida eterna” (DC, 2020, 35).

En este sentido, la acción pasto­ral tiene la tarea de alimentar y sostener de modo permanente los dones de la comunión y la misión, en un proceso de conversión con­tinuo, que va desde la iniciación cristiana hasta el crecimiento per­manente en la fe y desde las bases del edificio de la fe, hasta la santi­dad de vida, para un mundo que vive en la caridad de Cristo. La acción pastoral le permite al creyente la inserción en la vida comunitaria y la participación más directa en la misión de la Iglesia a través de los distintos servicios o ministerios que ayudan al fortalecimiento de la fe en otros que están iniciando su proceso de vida cristiana.

Con la acción pastoral, la Iglesia se sitúa en una nueva etapa evan­gelizadora que debe responder a las dificultades y obstáculos que se viven hoy en un mundo complejo, que reclaman de los evangeliza­dores compromisos serios en la renovación espiritual, moral y pas­toral, abiertos a la acción del Espí­ritu Santo que sigue suscitando en las personas la sed de Dios, y en la Iglesia ayuda a despertar un nuevo fervor evangelizador en salida mi­sionera.

Para que este proceso sea eficaz y pueda dar frutos de santidad en los evangelizadores y evan­gelizados, es necesario nutrirse constantemente de la oración de rodillas frente al Santísimo Sa­cramento y alimentarse diariamente de la cele­bración de la Eucaristía, que da fortaleza para continuar con la tarea misionera. Solamente en actitud de oración estaremos como María con los Apóstoles a la espera del Espíritu Santo que va moviendo el corazón, para que cada día demos el paso de la salida misionera para anunciar el Evangelio de Jesucris­to, reconociendo que esta actitud es posible manteniendo una fuerte confianza en el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo lo conduce todo, también hoy a nosotros como a los Apóstoles el día de Pentecostés, nos sigue guiando por el camino misionero que hoy se nos traza para cumplir la voluntad de Dios. Así lo enseña el Papa Francisco cuando afirma: “Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Es­píritu Santo, porque Él viene en ayuda de nuestra debilidad. Pero esta confianza generosa tiene que alimentarse y para eso necesita­mos invocarlo constantemente. Él puede sanar todo lo que nos debilita en el empeño misione­ro. No hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y contro­larlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada momento. ¡Esto se llama ser misteriosamen­te fecundos! (Evangelii Gaudium #280).

En nuestra Diócesis de Cúcuta nos abrimos con confianza y docilidad a la escucha del Espí­ritu Santo, para que la acción pastoral esté impregnada de una es­piritualidad misionera y evangelizadora, te­niendo en cuenta que “la espiritualidad de la nueva evangelización se realiza hoy por una conversión pastoral, median­te la cual la Iglesia es invitada a realizarse en salida, siguiendo un dinamismo que atraviesa toda la Revelación y situándose en un es­tado permanente de misión. Este impulso misionero también lleva a una verdadera reforma de las estructuras y dinámicas eclesiás­ticas, para que todas se vuelvan más misioneras, es decir capaces de vivir con audacia y creatividad tanto en el panorama cultural y religioso como en el ámbito de toda persona. Cada bautizado, como discípulo misionero es suje­to activo de esta misión eclesial” (DC, 2020, 40).

Nuestro compromiso diocesano es continuar un proceso serio de for­mación de discípulos misioneros del Señor, que realmente se com­prometan con la acción pastoral, que den testimonio del encuentro personal con Jesucristo que se renueva constantemente con la ac­ción misionera, que suscite una respuesta inicial mediante la con­versión como transformación de la vida en Cristo, aceptando la cruz del Señor y consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida, para llegar a la madurez del discipulado que se fortalece con la acción ca­tequética y que le permite al discí­pulo perseverar en la vida cristiana y en la misión de la Iglesia. Todo este itinerario tiene que ser vivido en comunión. Así como los prime­ros cristianos se reunían en comuni­dad, también el discípulo participa en la vida comunitaria, viviendo la caridad de Cristo en la fraternidad. Este discípulo cada día se compro­mete más con la misión, a medida que conoce y ama a Jesucristo se consolida la acción pastoral que significa la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo entero a anunciar a Jesucristo.

En este trabajo evangelizador en sa­lida misionera siempre está la San­tísima Virgen María y el glorioso Patriarca san José. Que ellos alcan­cen de Nuestro Señor Jesucristo, el fervor pastoral y la salida misionera para que caminemos juntos en la acción misionera, la acción cate­quética y la acción pastoral, que nos pueda poner en estado perma­nente de misión en esta porción del pueblo de Dios.

En unión de oraciones, caminemos juntos, viviendo nuestra vocación.

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