AÑO PASTORAL 2026

El año pastoral 2026 se presenta ante nuestra Iglesia Particular como una nueva invitación del Señor a renovar la pasión por la evangelización. Bajo el lema “vayan y hagan discípulos”, nos sentimos enviados, convocados y desafiados a caminar juntos en la misión que Jesucristo confió a su Iglesia: anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos y acompañar a cada bautiza-do en el camino del seguimiento del Señor. Este proceso evangelizador se orienta a fortalecer una Iglesia en salida, que anuncia, ilumina, acompaña, celebra y se compromete con la vida. Cada mes del año hemos discernido un lema que profundiza una dimensión particular del discipulado misionero, vinculada tanto al misterio de Cristo como a los momentos significativos de la vida de nuestra comunidad diocesana.

El misterio de la Encarnación es el fundamento de la misión: Dios se hace uno de nosotros. Celebrar Navidad significa reconocer que la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros; es dejarnos abrazar por un Dios cercano que nos invita a testimoniar su amor y a encarnar el Evangelio en nuestra realidad cotidiana. El momento significativo del mes, invita a una verdadera preparación al misterio de la encarnación. Cada familia, cada corazón disponiendo todo para el nacimiento del Señor con acciones concretas de conversión.

Como los sabios de Oriente, aprenderemos a escuchar la voz de Dios que habla en los signos de los tiempos. Este mes evoca la Epifanía del Señor, manifestación de Cristo a todos los pueblos, para recordarnos que cada discípulo es un misionero llamado a llevar la luz de Cristo al mundo, especialmente a quienes aún no lo conocen. Preparar y celebrar el momento significativo abrirá los horizontes de la salvación buscando ser sensibles a la voz del Señor y presentando nuestra buena disposición a cumplir su voluntad.

En la Presentación del Señor contemplamos a Cristo como la luz que ilumina a las naciones. Somos enviados a reflejar esa luz en medio de las realidades que requieren esperanza, acompañamiento y gestos concretos de fe, llevando claridad donde hay tinieblas y ternura donde habita la indiferencia. El momento significativo evoca además la riqueza de la Iglesia diocesana con la presencia de las diferentes comunidades religiosas y los diversos carismas que construyen la comunidad. Oremos por las vocaciones religiosas.

A ejemplo de San José, padre justo y obediente, reconocemos la voluntad de Dios que se revela en el silencio, en los sueños y en la vida diaria. Discernir su voluntad es el camino seguro del discípulo; obedecerla, su más alta expresión de amor. Un mes en el que nuestra atención al glorioso patriarca nos hace elevar una oración por nuestra ciudad, nuestro Seminario Menor y especialmente nuestro Seminario Mayor en sus 40 años. Oremos por el Seminario Mayor, benefactores, formadores, seminaristas y sus familias.

El Misterio Pascual es el corazón de nuestra fe. Cristo ha resucitado y nos ha hecho partícipes de su victoria sobre la muerte. Celebrar la Pascua nos impulsa a vivir como hijos de la luz, anunciando la alegría del Evangelio y la certeza de que el Señor camina con nosotros. Ser testigos de su resurrección da razón de ser al mandato misionero del año pastoral, celebrar el momento significativo como Iglesia diocesana abre horizontes a la evangelización en nuestra Iglesia Particular.

María, primera discípula y misionera, nos conduce a Cristo y nos enseña a guardarlo todo en el corazón. En este mes la contemplamos en la memoria de Nuestra Señora de Fátima, invitándonos a seguirla en su disponibilidad, servicio y escucha atenta de la Palabra. Cada familia rezando el santo Rosario dispone al núcleo fundamental de la sociedad a nuevas gracias.

La solemnidad del Corpus Christi nos recuerda que la Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana. Del altar brota la caridad que se hace gesto concreto: amor que alimenta, acompaña y se entrega. Vivir la caridad es el sello del discípulo auténtico. La campaña de la mercatón que se realiza en la solemnidad del Corpus Christi nos hace partí-cipes de una dimensión fundamental de la evangelización y es la caridad.

Celebrando la juventud y honrando la sabiduría de los adultos mayo-res, afirmamos la dignidad de la vida en todas sus etapas. Ser discípulos nos exige proteger, acompañar y valorar la vida como don precioso de Dios, promoviendo la cultura del cuidado y del encuentro. Los momentos significativos como la semana de los niños, jóvenes y adul-tos mayores, recordaran la necesidad de cerrar una brecha generacional desde la presencia, la oración, la ternura y el amor.

La Iglesia naciente vivía unida en la oración, la fraternidad y el compartir. Este mes, en torno a nuestra fiesta diocesana, renovamos el llamado a ser una comunidad donde todos se sientan acogidos, escuchados y acompañados, porque nadie se salva solo. La fiesta diocesana es el recuerdo de la llegada del primer obispo a nuestra diócesis y el impulso evangelizador que nos hace caminar en participación, comunión y misión.

Cristo nos deja su paz, distinta de la que ofrece el mundo. Construir la paz implica sanar heridas, promover la justicia, apostar por el diálogo y trabajar por el perdón. Como discípulos nos comprometemos a ser instrumentos de reconciliación. El momento significativo nos recuerda la necesidad de que como discípulos misioneros somos responsables de trabajar por la paz propiciando un camino diferente en la evangelización y en el ardor misionero de la Iglesia a la luz de la Palabra de Dios.

El tiempo del mes misionero nos invita a salir hacia quienes están en las periferias materiales y existenciales. El Evangelio es un don que se multiplica cuando se comparte; la misión se vuelve estilo permanente de vida para toda la comunidad a través del acto sencillo de reunirnos a rezar el Rosario entre las familias. Al culminar este mes, la Diócesis tiene como tarea inculcar en los niños, la santidad como proyecto de vida, terminando con la celebración del Holywins.

Cristo Rey nos recuerda que el Reino se edifica cuando buscamos ante todo la voluntad de Dios y trabajamos por la justicia, la verdad y la misericordia. Somos llamados a construir desde lo pequeño, confiando en la fuerza transformadora del amor. Caminar como Diócesis hacia la proclamación de la soberanía de Dios en nuestro proceso evangelizador.

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