Alaba mi alma la grandeza del Señor. Aproximación exegética del Magníficat (Lc 1, 46)

Por. Sem. Elkin Jesús Ardila Boada, Lic. en Teología Bíblica, Universidad Gregoriana de Roma; experiencia pastoral en la parroquia san Alberto Hurtado

El famoso him­no conocido como el “Mag­níficat”, ha tenido a lo largo de los siglos, tanto en la tradición bíblica como en la litúrgica y en la piedad popular, un rol fundamental para contemplar los sentimientos más íntimos y los matices más nítidos de la figura de la Santísima Virgen en relación a Dios, guía y protagonista absoluto de la historia de la salvación. Magníficat es una palabra latina que hace referencia al alabar, al engrande­cer, al exaltar con alegría; particular­mente a Dios, tanto por su misma grandeza como por las maravillas hechas en favor de la creatura pequeña y humilde.

Este cántico que se encuentra en el Evangelio de San Lucas (Lc 1, 46- 55), está ubicado después de los anuncios de los nacimientos de Juan el Bau­tista y de Jesús, siendo el relato de la visita de María a su parienta Isabel la antesala inmediatamente precedente del himno. Esto es im­portante considerarlo. Ya el recono­cimiento mutuo de su maternidad evi­dencia el plan extraordinario de Dios, que no solo tiene en consideración la pequeñez de una joven humilde, sino que puede vencer cualquier barrera, incluso la esterilidad de una mujer mayor.

Las palabras que el evangelista coloca en boca de María resuenan después de las de Isabel, la cual llena del Espíritu Santo dice: «Bendita tú entre las mu­jeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, ape­nas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las co­sas que le fueron dichas de parte del Señor!» Lc 1, 42b-45.

Es así que efectivamente la felicidad de la que habla Isabel y el “alégrate llena de gracia” del Ángel Gabriel se presentan majestuosamente en Ma­r í a al decir: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador» Lc 1, 46-47.

El himno es por ende una oración de alabanza in­dividual, en la cual no se invoca a Dios directamente, sino que se hace en ter­cera persona, de este modo no se encuen­tra “porque has puesto los ojos en la pequeñez de tu esclava”, sino “porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava”, este proce­der es típico de la literatura poética de Israel en salmos, himnos y plegarias.

A lo largo del texto cada uno de los verbos a excepción del versículo 48b, se adjudican a Dios; en ellos, su accio­nar se liga con sus atributos, resaltán­dose la omnipotencia, la misericordia y la fuerza, elementos típicos y cono­cidos ya en el Antiguo Testamento. En este punto se hace indispensable denotar que el Magníficat es muy si­milar a otro himno ya conocido por la literatura hebrea, y es el cántico de Ana ante el nacimiento de su hijo Samuel (1 Sam 2, 1-10), en este, Ana se regocija al igual que María ante el favor que ha encontrado delante del Señor.

Por lo apenas dicho, se podría pensar que el au­tor del Evangelio, habría tenido conocimiento de este antiguo himno y se habría servido de él, reali­zando un bello mosaico con diversos elementos poéticos como fragmentos de salmos, estilos de plegarias y es­tructuras de cánticos, que resonaban para el pueblo de Israel y resonaban para el pueblo cristiano.

La estructura temática del Magníficat consiste en la división en dos estrofas: la primera Lc 1, 46b-50 y la segunda Lc 1, 51-55; las dos concluyen con ritmos solemnes y resaltan el cumpli­miento de las promesas.

«María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las mara­villas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: El Ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personal­mente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia» 1.

En el versículo 46 “mi alma” hace re­ferencia al yo consciente, al aspecto interior que libremente y ante el sen­timiento de júbilo alaba al Señor, el Dios de los padres, que es bondadoso, fiel y por supuesto grande, pero no a la manera del dictador o dominador sino a la manera de un salvador que usa su poder en favor de los oprimi­dos. El Dios del A.T. es quien salva.

En el siguiente versículo la expresión “mi espíritu”, subraya el aspecto de las facultades afectivas, de un gozo que ha experimentado y experimen­ta profundamente, gracias a lo que el versículo 48 expresa: “Porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava”. El “poner los ojos o la mirada” sin duda hace pensar inme­diatamente en las palabras del Ángel que le había dicho: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísi­mo te cubrirá con su sombra” Lc 1, 35. Cuando Dios vuelve su mirada a los hombres, es porque no se olvida de ellos, es una mirada de salvación, no es una mirada para condenar sino para elegir.

Un ejemplo de la mirada de Dios como elección la encontramos en 1 Sam 9, 16: “Mañana, a esta misma hora, te enviaré un hombre de la tie­rra de Benjamín, le ungirás como jefe de mi pueblo Israel y él librará a mi pueblo de la mano de los filisteos, porque he visto la aflicción de mi pue­blo y su clamor ha llegado hasta mí”. Es así que Dios conoce el corazón y llama para salvar desde la libertad e integridad del ser humano.

La figura de María como la presenta Lucas además de destacarse por su “pequeñez” o “humildad”, resalta por su identificación como esclava, una referencia ya puntualizada en la Anunciación con: “He aquí la escla­va del Señor; hágase en mi según tu palabra” Lc 1, 38.

Pero lo impactante y a la vez contras­tante de la continuación del himno es que para la esclava se abre la infini­ta esperanza del Poderoso, ya que se verá declarada bienaventurada por to­das las generaciones. El término bien­aventuranza 2 según los LXX (versión griega del A.T.), estaría vinculado a un nacimiento, una victoria o una fiesta; eventos trascendentales que no solo tienen que ver con la suerte de un individuo en particular sino con la suerte de una pluralidad de personas.

En el versículo 49 llama la atención una frase: “Ha hecho en mi favor co­sas grandes el Poderoso” ya que re­mite al libro del Deuteronomio, donde encontramos lo siguiente: “El será objeto de tu alabanza y él tu Dios, que ha he­cho por ti esas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto” (Dt 10, 21). Aquí sin duda cuando se habla de cosas grandes se está haciendo referencia a la salida del pueblo de la esclavitud de Egipto, ya que gra­cias a la intervención po­tente de Dios, el pueblo cruza el mar rojo, dejando atrás la infamia de los opresores.

Para el pueblo de Israel el gran even­to de la Pascua constituía la fuente de la esperanza y la alegría; es por ello que en palabras de María la esperanza de la salvación y liberación radica en el poder, pero sobre todo en la mise­ricordia del Señor, quien después de ver la situación de injusticia, derriba a los poderosos y enaltece a los hu­mildes. Para Lucas “cosas grandes” se refiriere a la concepción divina del Salvador y a su Pascua. El texto sutilmente cambia de primera persona singular “ha hecho en mi fa­vor cosas grandes…” a la tercera per­sona plural “su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen…”, se observa por ende un claro ensanchamiento de las pro­mesas, las cuales no son solo para el pueblo judío que acepte el Evangelio sino para cualquier hombre. En San Lucas esta universalidad evangeliza­dora está muy presente a lo largo del libro.

En los siguientes versículos del Mag­níficat se continuará resaltando la transformación querida y realizada por Dios mismo, que, a la manera del Éxodo, despliega la fuerza de su bra­zo, dispersando a los de corazón al­tanero, entregándolos al desorden de sus corazones.

Es así que mientras que unos tienen una suerte, otros tienen exactamente una suerte opuesta, unos serán derri­bados, otros exaltados; unos colmados de bienes, otros despedidos con las manos vacías (sabi­duría judía y doctrina de la retribución). La paga según el corazón y el obrar 3.

En la parte final aparece el nombre Israel, quien también es siervo, para el cual Dios ha venido en su ayuda acordán­dose de su mise­ricordia. En este punto el aspecto soteriológi­co (el tema de la salva­ción) reto­ma fuerza, haciendo ver la promesa que des­de Abrahán se ha hecho y que ahora con Jesús se cumple.

«En el Magníficat, cán­tico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del ros­tro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, para Él que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1, 37), sino también es Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano (…) Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorpren­dente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia» 4.

Concluyendo, es importante decir que este hermoso cántico es fundamental en la Iglesia, se usa frecuentemen­te en la liturgia de las horas para el rezo de vísperas, también es muy importante para movimien­tos como la Legión de María y Lazos de amor Mariano, pero también es una oración muy especial que es recomendada para todos los católicos que uniendo los sentimientos a los de la Virgen María de­sean alabar al Señor y re­conocer su grandeza.

1. Audiencia general de S. Juan Pablo II, 6 de noviembre de 1996, numeral 1.

2. «y dijo Lía:” ¡Feliz de mí! pues me felici­tarán las demás”.» Gn 30,13.

3. Cfr. El Evangelio Según San Lucas, Vol I, Francois Bovon pág 120ss. 4. Audiencia general de S. Juan Pablo II, 6 de no­viembre de 1996, numeral 3 y 4

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