Carmen* en el Asilo Rudesindo Soto. Foto: Centro de Comunicaciones de la Diócesis de Cúcuta
El homenaje a las madres, a nivel mundial se promueve desde el año 1905, aunque en 1850, durante la Guerra Civil de Estados Unidos, madres de familia se reunían en grupos de trabajo, para buscar mejoras en la salud pública, estos encuentros eran denominados: “el día de la madre”.
En Colombia, hacia el año 1925, el entonces presidente, Pedro Nel Ospina, estableció el segundo domingo del mes de mayo como el “Día de las Madres”. Y en la ciudad de San José de Cúcuta, un hecho marcó la diferencia en la historia de las fechas conmemorativas del país, cuando las embarcaciones de Europa que traían mercancía, se retrasaron. Estos descargaban en distintos puertos y luego transportaban las existencias vía ferrocarril o por carretera. Por ello, los comerciantes de Cúcuta, pidieron aplazar la celebración para el último domingo del mes. Este relato hace parte de la tradición oral nortesantandereana, como también se ha oído hablar que el tema es debido a la conmemoración del terremoto (18 de mayo).
Y aunque muchos alegan que un día tan significativo tomó un tinte comercial en todo el mundo, en definitiva, con regalos o no, el homenaje a las madres es una exaltación al don de dar vida y cuidar de ella. Es don y vocación, entregarse sin medida y sin esperar nada a cambio, es considerada la labor más noble y bondadosa. Pero… ¿todos los hijos tienen ese gesto con sus progenitoras o madres de crianza? Es lamentable encontrar que no, y que, en países como Colombia, llegar a la tercera edad, no es para todos una etapa hermosa y tranquila. He aquí el tema de las madres en su vejez, ¿qué pasa con ellas luego de cuidar de sus hijos toda la vida?, y con “toda la vida”, se alude al dicho de “mamá es mamá”, ya que, en su mayoría, ellas siempre se preocupan por sus hijos así sean adultos y tengan sus propias familias; cuando lo necesiten, tendrán a mamá.
Madres con más de 60 años pueden llegar a sufrir de abandono total o parcial, padeciendo de uno o varios tipos de este, que son: abandono económico (al dejar de ser una persona productiva, carece de ingresos y si no tiene pensión, su familia no se hace cargo), abandono social (no es tomada en cuenta y la dejan al completo cuidado de un asilo) y abandono físico (su familia asume sus gastos económicos, ya sea en casa o en un asilo, pero no demuestran interés y cariño por ella, y si están en un ancianato, no vuelven a visitarla).
Para los cristianos, el tema no solo es materno, sino un deber de corresponsabilidad y de respeto por el tesoro de la sabiduría que significan los adultos mayores para la Iglesia. El Papa Francisco ha asegurado que en muchos países “se desecha a los ancianos; no se dice abiertamente, pero se hace. Una sociedad que desecha a los ancianos lleva consigo el virus de la muerte”.
En la Audiencia General del 4 de marzo del año 2015, el Sumo Pontífice declaró que el siglo XXI es el “siglo del envejecimiento”, ya que se evidencia un descenso en el número de hijos y como es natural, los adultos pasan a ser ancianos, por lo que reflexionó profundamente sobre la situación de los adultos mayores, y en el caso de las madres ancianas, narró una experiencia que le causó gran indignación: visitó una residencia de la tercera edad en Buenos Aires y una mujer le dijo que sus hijos la visitaban con frecuencia, el Papa con curiosidad le preguntó: “¿cuándo han venido por última vez?”. La mujer le respondió que había ocurrido en Navidad. El Papa les exclamó a los presentes: “¡Estábamos en agosto! Habían pasado ocho meses sin ir a visitarla. ¡Esto se llama pecado mortal!”. Este tipo de sociedad es señalada por Su Santidad como una “sociedad perversa”, cuyos actos son una “degeneración”.
“No me visitan, porque piensan que me van a entregar”
Carmen* (nombre cambiado), vive desde hace ocho años en el Asilo de Ancianos Rudesindo Soto de la ciudad de San José de Cúcuta, atendido por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, a donde llegó por voluntad propia al verse sola y sin un sustento económico, ya que no posee una pensión, ni cuenta con un familiar que se haga cargo de su sostenimiento.
Ella es una salazareña que nació el 1 de noviembre de 1942 (fecha que recordó con dificultad), en entrevista para el Periódico La Verdad, contó que recibió educación y vivió con su familia en los municipios de Salazar, Sardinata y Tibú, en este último trabajó como locutora unos cinco años, recordando que le gustaba mucho leer, la radio y la vida en sociedad, ya que organizaba las festividades y reinados en este pueblo catatumbero. Se casó a los 32 años de edad y al poco tiempo tuvo a su única hija Ana. Con su esposo e hija inició una vida en Cúcuta.
Tenían una situación económica cómoda, pero el matrimonio acabó a causa de la infidelidad de su esposo. Carmen se dedicó a su casa y a cuidar a su hija, quien es profesional universitaria.
Pasado el tiempo, su hija formó su propio hogar, se casó y tuvo dos hijos. Actualmente vive en Bucaramanga, por ello Carmen se quedó viviendo sola en Cúcuta, y, aunque su hija se separó, se radicó en la capital santandereana.
Carmen solía llevar ayudas al Asilo Rudesindo Soto y creó una cercanía con las hermanas hacia el año 2015 —aunque se le dificulta recordar fechas—, Carmen asegura que hace ocho años le pidió a la Madre Jesusa Ibáñez (q. e. p. d.), que se le permitiera ingresar a este hogar de ancianos, donde a pesar de tener ayuda material y espiritual, expresa sentir tristeza a diario por el distanciamiento de su familia. Por parte de su hija, las llamadas son esporádicas y cortas, y, por parte de los familiares que viven en Cúcuta, no recibe visitas, porque “piensan que me van a entregar”, así lo cree y asegura Carmen, pero también afirma que ella no se iría, solo quiere y necesita, ser visitada.
Físicamente, Carmen tiene un problema en su cadera, que le causa mucho dolor, es, además, diabética e hipertensa. En cuanto a su salud mental, aparentemente ha tenido crisis de ansiedad y a veces suele exclamar: “si Dios me mandara la muerte…”, pero en el rezo del Santo Rosario y en la Misa diaria, también le pide al Señor que le dé salud y “que mi hija se acuerde de mí”. Una clara petición de amor, de atención, pero, sobre todo, una muestra de que en su interior no hay resentimiento y está esperando cada día una visita que sane su espíritu.