Mensaje para el pueblo colombiano “no nos podemos quedar parados”

Los obispos católicos de Colombia nos hemos reunido en Asamblea Plenaria para agradecer a Dios por la Visita Apostólica del Papa Francisco a nuestro país y para profundizar en el mensaje de fe y esperanza que nos dejó.

Damos gracias al Gobierno, a las instituciones y medios de comunicación por haber ayudado a la realización de este acontecimiento, y sobre todo al amado pueblo colombiano por su entusiasta participación en la Visita del Papa.

“No nos podemos quedar parados”, nos ha dicho el Santo Padre.  Por eso invitamos a los católicos y a todo el pueblo colombiano a tomar conciencia de la realidad y de la responsabilidad que todos tenemos frente a ella.

Consideramos que estamos atravesando un momento delicado e importante de la vida de nuestra nación, en el que encontramos fuerzas que nos impulsan a grandes ideales, pero también, como lo dijo el Papa, “hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana…; las tinieblas de la sed de venganza y el odio…, las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas”. 

No podemos negar estas dramáticas y preocupantes situaciones en nuestro país.  Nos unimos al clamor del Santo Padre ante la realidad que vive el pueblo colombiano:

  • La corrupción, que ha permeado las estructuras fundamentales de la sociedad y ha contaminado las ideas, los principios y los valores, generando una crisis de institucionalidad, ante todo en la justicia, la economía y la política.
  • La falta de soluciones a la gravísima problemática del sector de la salud; situación que ha alcanzado dimensiones insospechadas y que afecta de manera particular a los más pobres y débiles.
  • El fortalecimiento de las dinámicas que sustentan el cultivo de productos de uso ilícito y el tráfico de estupefacientes, problema al que el Papa llamó “drama lacerante de la droga”.  Se constata con mayor fuerza y con impotencia, en los campos y en las ciudades, el incremento de la drogadicción que esclaviza a personas de cualquier edad o condición social.
  • La incertidumbre frente a los procesos de implementación de los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC y frente al futuro de las negociaciones con el ELN, así como el resurgimiento de nuevas formas y actores de violencia.
  • La polarización y la división, por cuenta de partidismos e intolerancias, que no nos dejan llegar al proyecto común que necesitamos en nuestra patria.
  • Los atentados contra la vida y la familia, así como la manipulación ideológica de la educación, sustentados también desde los ámbitos legislativo y judicial. El país se está acostumbrando a recibir decisiones que tocan y afectan la dignidad de las personas y la identidad de la familia, que son valores fundamentales de la sociedad.
  • La inestabilidad social manifestada, por ejemplo, en el desempleo, los frecuentes “paros”, el asesinato de líderes sociales y la difícil situación de campesinos, indígenas y afrodescendientes.  Nos preocupa la crisis humanitaria en que se encuentran nuestros hermanos que han venido de Venezuela.

Los obispos hacemos un llamado urgente, haciendo eco de las palabras del Papa Francisco: “Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias.  Es hora de desactivar los odios y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro”.  Para recorrer este camino, el Papa nos ha señalado estas claves:

  • Coloquemos “en el centro de toda acción política, social y económica a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común”.
  • Mantengamos la esperanza, que podemos vislumbrar en toda persona buena, en cada gesto de honestidad y búsqueda del bien común.  Todos debemos ser responsables, con hechos de bondad y de rectitud, del rescate moral de nuestra sociedad.
  • Multipliquemos la solidaridad con los más necesitados; el Papa nos pidió mirarlos a los ojos y perder el “miedo a tocar la carne herida de Cristo en el que sufre”; acerquémonos sobre todo a las víctimas de la violencia.  Al mismo tiempo, pedimos del Gobierno soluciones eficaces frente a la crisis de la prestación de salud, especialmente por cuanto se refiere a la cobertura para los más pobres.  La salud es un derecho, no un negocio.
  • Aunemos esfuerzos y políticas claras frente al fenómeno del narcotráfico y la drogadicción.  Se deben encontrar soluciones para las problemáticas sociales en que están involucrados cultivadores, traficantes y consumidores.
  • Fortalezcamos valores esenciales como la verdad, la libertad, la justicia, el perdón y la reconciliación, sin los que no se llega a una paz auténtica e integral.
  • Reconciliémonos también con la naturaleza, prodigando cuidado y protección a las maravillas que Dios nos ha dado en la biodiversidad de nuestra tierra.

No tengamos miedo; con fe y esperanza se pueden superar las dificultades y generar una cultura del encuentro que nos comprometa en la construcción de una nación reconciliada y en paz.

Colocamos bajo la mirada de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá nuestras luchas y anhelos.

Bogotá, D.C., 3 de noviembre de 2017

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