¿Quién como Dios?, esta aclamación, que hace referencia a San Miguel Arcángel, nos hace pensar en el lugar privilegiado, Altísimo, de Dios en la existencia de los hombres. No podemos dejar pasar esta oportunidad para reflexionar sobre el espacio de Dios en nuestra comunidad y en nuestra vida como creyentes que somos.
Un tema ha creado gran eco en la prensa nacional: En espera de una sentencia definitiva, se ha prohibido la participación del Presidente de la República en el TE DEUM que cada año se celebra en la Catedral Primada, en Bogotá.
De una parte debemos tener presente que nuestra Patria nació fundada en los valores religiosos y de fe. Es conocida para los historiadores la forma en la cual la Iglesia Católica, con sus prelados, sacerdotes y fieles devotos contribuyó espiritual y materialmente a la construcción de la Patria que hoy tenemos. Mucho de nuestro espacio cultural y educativo ha sido obra de la Iglesia Católica, de sus hijos –eclesiásticos.
Igualmente, la mayoría de los ciudadanos de nuestra Patria son católicos y muchos de ellos practicantes. La celebración de un momento de oración y de adoración a Dios, no comporta un desprecio de la expresión de fe de otras confesiones, en su mayoría, cristianas. Un acto de oración y de súplica a Dios no hiere el sentimiento religioso de otros hombres y mujeres de nuestra patria. No es este el sentimiento o la intención del TE DEUM.
En los legisladores existe la intención de “cumplir” cuanto establece la Constitución, y parecería eso sí, que la construcción de un estado laico –un estado sin Dios- hiere los sentimientos, la vida, la esperanza de la fe de muchos colombianos. Los valores religiosos, la fe, la práctica religiosa no son el problema de nuestra Patria Colombia. Dios en la vida, en el trabajo, en la acción para construir una comunidad de vida, es razón de esperanza. Los cristianos –de todas las confesiones- judíos, musulmanes, reconocen el lugar, el valor y la dimensión del Altísimo, creador y hacedor del hombre.
En el TE DEUM cantamos: “A ti, oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos. A ti, eterno Padre, te venera toda la creación”. Creo que hacerlo no limita la libertad religiosa de mayorías cristianas: reconocemos a Dios como Creador y hacedor del hombre, le reconocemos su puesto y su importancia en la existencia del hombre. Una comunidad humana que RECONOCE, acepta y ALABA A DIOS, pone el fundamento de una vida que anima sus principios y comportamientos.
En este canto espiritual, atribuido a la pluma de dos grandes Santos, San Ambrosio de Milán y San Agustín, repetimos con gran piedad: “Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad. Sé su pastor y ensálzalo eternamente”. Un momento de oración que pide a Dios la misericordia sobre su pueblo y que invoca la bendición de Dios sobre las obras de las manos de los hombres. Es el signo de la confianza de nuestro pueblo en Dios y de su misericordia sobre los hombres y mujeres que con fe trabajan en la construcción de una sociedad fundada en valores superiores.
La Iglesia ha defendido siempre la libertad religiosa, el derecho de los hombres y mujeres a expresar su fe en todos los rincones de la tierra, pero también ha defendido el derecho que tenemos los creyentes a expresar esa fe y a defenderla expresamente.
¿Cuál es la razón de pretender una Colombia laica, en el término más radical de esta palabra? ¿Es un pretexto para introducir entre nosotros un Ateísmo, una sociedad sin Dios?
La defensa de la familia, de la vida, de los niños y jóvenes ha visto unidas a muchas confesiones religiosas en nuestra patria, en los últimos meses. Que en estos momentos también podamos entender juntos y presentar a los hombres que la vida de fe no quita nada al hombre, más bien le hace buscar horizontes de grandeza y de esperanza: el hombre es la gloria de Dios
(1 Cor 11,7).
Muchos buscarían limitar la expresión de lo religioso al ámbito privado. Son concepciones foráneas a nuestro pensamiento, a nuestra vida, a la expresión de nuestro pueblo que, con sinceridad y fe, confiesa públicamente a Dios, a Jesucristo como Señor del tiempo y de la historia.
¡Que tu misericordia venga sobre nosotros, como lo esperamos de Ti, Oh Dios!