Por: Pbro. José Elver Rojas Herrera, Rector de la Basílica Menor de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y vicario ecónomo de la Diócesis de Cúcuta.
Ayer: hacia el año 1578 el conflicto entre los nativos de esta zona de frontera y los españoles era muy intenso. Como en toda guerra, el dolor, el desastre, la muerte y la incertidumbre se apoderaron de las familias indígenas que, con rabia e impotencia no sabían a quién acudir, si a las autoridades locales o a los dioses de sus antepasados con el fin de que sus ruegos fueran escuchados.
Hoy: algo parecido sucede hoy en la vida de las familias cucuteñas. Ellas, también con miedo e incertidumbre, ven como se pierde la lucha contra la drogadicción, el narcotráfico, la delincuencia común, la inseguridad que campea a toda hora en los barrios y calles de la ciudad de Cúcuta. Al menos los indígenas sabían que la guerra era contra los españoles, pero en el caso nuestro no sabemos quién es el enemigo; bien puede estar en el techo de una casa, armado en la esquina de una calle o ejerciendo en cualquier servicio público para el cual ha sido elegido.
Ayer: conocedores los indígenas del milagro de la renovación de la virgen de Chiquinquirá, piden al colonizador español Rodrigo de la Parada, que en el año 1587 se dirigía a Tunja, t r a e r l e s una copia del cuadro de la virgen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Los indios reciben la copia del cuadro como un signo de paz e inmediatamente lo introducen en el templo y le dan el título honorífico de La Kacika.
Hoy: ¿A quién le pedimos nos traiga la imagen celestial que nos devuelva la confianza, la seguridad, la reconciliación y la paz entre los cucuteños? Ya no es Rodrigo de la Parada quien se dirige a Tunja. Entonces, ¿a quién acudir? el pueblo considera que a través del ejercicio popular con el que elige cada cuatro años a sus gobernantes, llegará el mandatario que responda a las necesidades de las comunidades, especialmente de los campesinos que sufren el desplazamiento forzoso por las luchas continuas entre grupos subversivos que, para ser tenidos en cuenta en un proceso de paz, se presentan cada vez más violentos y castigan con toda su fuerza y sin piedad a los más pobres e indefensos.
Es la Iglesia, desde su acción pastoral, la encargada de acercar la imagen de Jesús y de la Santísima Virgen al corazón de los bautizados para devolverles la fe y la esperanza. Una Iglesia en salida misionera que lleva en su estandarte la imagen de María Santísima, Estrella de la Evangelización. Ahora la Iglesia diocesana con el Obispo, sacerdotes y demás agentes de pastoral promueven en las comunidades el amor a Dios, a la Santísima Virgen y el amor al prójimo.
Ayer: en 1660 las aguas del Río Pamplonita desbordadas por una fuerte ola invernal, entraron al templo y arrastraron río abajo el lienzo de la Kacika. Sin tregua alguna los indígenas emprendieron su búsqueda y lo encontraron entre juncos donde se une el río Táchira con el Pamplonita. Los indígenas interpretaron este hecho como un milagro de la Virgen no sólo por encontrarlo en la unión de los dos pueblos en conflicto, sino que el lienzo no había sufrido daño alguno y con gozo lo condujeron al lugar donde continuará cubriendo con su Santísimo manto al pueblo panchero.
Hoy: el Salmo 42 nos dice: “Como busca la sierva torrentes de agua así mi alma te busca a Ti, Dios mío” Así lo entendieron los indígenas quienes, con la fe y la esperanza puesta en Dios, salieron a buscar a la Kacika, desafiando las caudalosas aguas del río Pamplonita.
Las aguas caudalosas que pretenden arrastrar río abajo la presencia de Jesucristo y de su Santísima Madre son la injusticia, la violencia y la corrupción que entran en nuestros hogares buscando ahogar los principios y valores cristianos, presentes en las familias que han puesto su confianza en el Señor y en el amor maternal de la Kacika. Por tal motivo, el pueblo panchero desde sus ancestros hasta hoy no va a permitir que nada ni nadie les vuelva a arrebatar la presencia y compañía de la Santísima Virgen.
Ayer: en 1875 el terremoto de Cúcuta sepultó entre escombros el cuadro de la Santísima Virgen. Todo era caos y confusión. Sin embargo, entre las ruinas del templo, emerge el lienzo intacto de nuestra Kacika. Incluso los fieles sobrevivientes la llamaron “La Kacika terremotiada de Cúcuta”.
Hoy: otra prueba y un acontecimiento más para que los fieles de la Kacika pudieran comprender que el amor de una madre por sus hijos no tiene límites. Ella continúa ahora en una hermosa Basílica, construida por los pancheros y que está en un proceso de restauración y embellecimiento, para que los peregrinos en un lugar digno y hermoso puedan encontrarse con la Santísima Virgen todas las veces que quieran.
En la pintura del lienzo la Virgen, el Niño, San Antonio y San Andrés, lucen de un modo sencillo y piadoso. La mirada de la Virgen se fija no en el niño que tiene en sus brazos sino en quien va a visitarle. Si los ojos son las ventanas del alma, entonces miremos a los ojos a esta madre llena de ternura y contemplemos su rostro donde se refleja la compasión y la misericordia de su Hijo Jesucristo quien siempre nos dice: “vengan a mí los que estén cansados y afligidos, y Yo los aliviaré” (Mt.11, 28)
Ayer: el 12 de octubre de 1991 los ladrones irrumpieron de noche en el templo y por robarle la corona a la Kacika estropearon el lienzo con algunos cortes en su parte superior que dejan el rastro de la delincuencia común. El dolor volvió a apoderarse de los pancheros, quienes afanosamente se dieron en la tarea de buscarla. A pesar de que la búsqueda resultó infructuosa, no fue así el tomar la decisión de regalarle entre todos, una nueva corona a la Santísima Virgen María que obligó al año siguiente la visita del señor Nuncio Apostólico Paolo Romeo a visitar a la Kacika y coronarla por segunda vez ante centenares de sacerdotes, obispos y una comunidad que, con sus palmas y cantos, expresaba la inmensa alegría de ver a su Santísima Madre luciendo la corona como reina de Cúcuta.
Hoy: la delincuencia, el ladronismo y diversas expresiones de hurto, azota sin misericordia a los cucuteños con un nuevo agravante: ahora se mata para robar. El de los delincuentes, un nivel muy superior sobre la vida de las víctimas. Lo más grave es que mientras los grupos de inteligencia, creados para defender y cuidar a los colombianos desconocen el paradero de las cosas robadas, la persona más humilde de un barrio sabe con exactitud dónde encontrarlas y quiénes las compran a los ladrones.
Otro factor que fortalece esta práctica delincuencial es que algunos padres de familia conscientes que sus hijos no trabajan en nada, no se asombran ni les cuestiona que lleguen a casa con cosas muy finas y caras.
Padres e hijos, volvamos al mandamiento del amor. Quien se deja amar de Dios aprende a amar al prójimo y lo acepta como su hermano. Quien se deja consentir del demonio, aprende a odiar y en sus hermanos solo ve al adversario que se debe destruir.
Ayer y Hoy: sí, ayer como hoy, en la Basílica Menor de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, María, Madre de Dios y Madre nuestra, no cesa de recibir al peregrino para consolarlo, animarlo, y derramar sobre él la misericordia de su Hijo Jesucristo. Pues, los milagros obrados en quien con fe se acerca a Ella no son cosas del pasado, antes bien, es hora de unir nuestras voces y al levantar la mirada hacia la Kacika de Cúcuta, exclamemos juntos: Oh Madre Clemente y Pía, escuchad nuestros clamores.