Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Comenzamos el mes de octubre con Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, recibiendo de ella el fervor interior por comunicar el mensaje de Jesucristo por todas partes, cumpliendo con el mandato del Señor: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28. 19), que hacemos propio en nuestra Diócesis de Cúcuta con el desarrollo del Plan Evangelizador, cuyo lema para este mes es: “Caminemos juntos, en salida misionera”, con el compromiso de seguir siendo Diócesis en salida misionera, que hace realidad la salida a las periferias físicas y existenciales a evangelizar, que es la tarea prioritaria de la Iglesia.
El trabajo evangelizador tiene como misión hacer discípulos a todos los pueblos, es decir ir por todas partes para llevar a muchas personas hasta Dios, que quiere salvar a toda la humanidad y que en la Iglesia, que está en salida, cumple con su misión, reconociendo que “La razón de la actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres se sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (AG 7) y para eso “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14), para invitar a todos a la conversión, es decir al retorno de todo ser humano a la casa paterna.
El proceso de conversión en una persona se suscita con el testimonio de vida cristiana de otro creyente, es decir, con la transmisión de lo que la persona experimenta en su corazón cuando recibe el bautismo y se configura como un discípulo del Señor. Esta tarea no es para unos cuantos, es para todos los bautizados, “Porque todos los fieles cristianos, donde quiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revierte por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal modo que todos los demás al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban, plenamente, el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la unión de los hombres” (Decreto Ad Gentes 11).
Por el bautismo el creyente es configurado como discípulo misionero del Señor, discípulo es el que aprende todo de Jesucristo y su mensaje de salvación, con la escucha atenta y orante de la Palabra de Dios. Misionero es el que enseña, es decir, aquel que transmite eso que ha recibido por la fe y que comienza a comunicar con su vida y con las palabras en los distintos ambientes en los que cumple su misión. El sacramento de la confirmación, que es el Espíritu Santo que viene en plenitud sobre el bautizado, ilumina con los siete dones la vida del creyente para hacerlo testigo de Cristo, es decir auténtico misionero, al servicio del Reino de Dios, para extender el mensaje de salvación por todas partes, llamando a todos a la conversión.
La conversión inicialmente tiene como meta dejar un pecado o un vicio que esclaviza a la persona, lo divide y lo aleja de Dios, pero en un escalón más alto, consiste en la transformación de la vida en Cristo, para vivir de acuerdo con los sentimientos del Hijo. Así lo expresa el Concilio Vaticano II cuando afirma: “Esta conversión hay que considerarla ciertamente inicial, pero suficiente para que el hombre sienta que, arrancado del pecado, entra en el misterio del amor de Dios, que lo llama a iniciar una comunicación personal con Él en Cristo. Puesto que, por la gracia de Dios, el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo” (AG 13), que lo capacita para entregar su vida como auténtico misionero, que comunica a otros la novedad de ser renovado en Cristo.
Después del don de la vida, lo más grande que recibe una persona es el bautismo, que lo hace hijo de Dios y con la gracia que recibe queda revestido de Cristo, para seguir en adelante dando testimonio del Señor, porque “Dios por pura gracia, nos atrae a unirnos a sí. Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra vida a ese amor” (Evangelii Gaudium 112).
Cada persona en virtud de su bautismo es un discípulo misionero que abre el corazón a los pies del maestro, para recibir la gracia de la cual es testigo, pero que puede comunicar a otros, haciéndose instrumento útil de la evangelización. El Papa Francisco hace énfasis en el fervor misionero que debe tener el bautizado cuando afirma: “Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador. La nueva evangelización debe implicar un protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho la experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo” (EG 120).
Como bautizados sigamos en salida misionera haciendo discípulos misioneros del Señor, comenzando ese anuncio en el propio hogar y en el entorno en el que vivimos. Que este mes misionero que vamos a vivir juntos, sea un momento especial de gracia para conocer y amar más a Jesucristo y darlo a conocer a nuestros hermanos, incluyendo a aquellos que no lo conocen o lo rechazan abiertamente. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen del Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor de salir a hacer discípulos a todos los pueblos, para que “Caminemos juntos, en Salida misionera. En unión de oraciones. Reciban mi bendición.