Por: Pbro. Wilson David Alba García, estudiante de Teología Dogmática de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma)
Existe en el Antiguo Testamento (A.T.) un carácter tipológico y prefigurativo. Todo cuanto ha sucedido con el pueblo de la antigua alianza se puede interpretar en clave cristológica desde el Nuevo Testamento (N.T.) con el pueblo de la nueva alianza (Cf. Jn 3,14; Rm 5,14), ya que el único plan de salvación se anuncia y se prepara en la antigua alianza, y halla su plenitud y cumplimiento en la nueva y definitiva alianza. Cristo está prefigurado en todo el A.T., y con Cristo encarnado está unida de manera especialísima la Virgen María. Ella en el designio divino, forma parte del plan de salvación realizado por su Hijo, y por tanto, también está prefigurada en la antigua alianza.
Ahora bien, esta teología por tipología (como la llama Hugo Rahner), la podemos aplicar de manera precisa en Eva (A.T.) y María (N.T.). Eva habiendo concebido la palabra de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; la Virgen María, en cambio, habiendo concebido en su seno virginal a la Palabra hecha carne (Cf. Jn 1,14), no solamente por su obediencia nos devuelve la gracia de la comunión con Dios, rota por Eva, sino que nos ofrece el más grande don de amor que Dios da la humanidad, Jesucristo nuestro salvador.
Eva por su desobediencia atrajo la muerte sobre ella misma y sobre todo el género humano; en cambio María, desposada pero virgen, al obedecer, obtuvo como Hijo al que da la vida eterna a todo el género humano. Eva, la primera mujer creada para que fuese ayuda y compañía de Adán, falló al dejarse tentar por la serpiente “ayudando” a Adán en su caída. Pero la nueva Eva, María, con su fe y obediencia ha “ayudado” al nuevo Adán, aceptando ser su madre y permitiendo, de este modo, que Dios llevara a cabo la obra de la Redención.
En otras palabras, podemos decir que lo que Eva ató por su incredulidad y desobediencia, María Virgen lo desató por su fe y obediencia. Lo que habíamos perdido por la desobediencia de Eva lo hemos recibido abundantemente con la obediencia de María.
Otro aspecto que podemos encontrar en el A.T. y leído a la luz de la figura de la Virgen María es lo que algunos teólogos han llamado el “Protoevangelio”: “El Señor dijo a la Serpiente…Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón” (Gn 3, 14a-15).
San Juan Pablo II nos ha indicado en una de sus audiencias generales que este texto del libro del Génesis ha sido denominado desde el siglo XVI, por la tradición cristiana, como el “Protoevangelio”, ya que es la primera buena nueva, es decir, la primera buena noticia anunciada desde antiguo, y en este caso, el anuncio es hecho directamente por Dios, con un contenido profético y sentencioso, pero con la esperanza victoriosa del linaje del bien sobre el linaje del mal. Además, deja entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes de la humanidad. Frente al pecado, según la narración del autor sagrado, la primera reacción de Dios no consistió en castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva de salvación y comprometerlos activamente en la obra redentora, mostrando su gran amor y misericordia hacia quienes lo habían ofendido.
O también lo podemos comprender desde el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que: Este pasaje del Génesis ha sido llamado “Protoevangelio”, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de esta. La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del “nuevo Adán” (Cf. 1 Co 15, 21-22.45) que, por su “obediencia hasta la muerte en la Cruz” (Flp 2, 8) repara con sobreabundancia la desobediencia de Adán (Cf. Rm 5, 19-20).
Así mismo, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el “Protoevangelio” la madre de Cristo, María, como “nueva Eva”. Ella ha sido la que, de primera y de una manera única, se ha beneficiado de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado.
Es por ello, que, en la Virgen María, no solamente contemplamos su Maternidad divina o su solicitud intercesora en las bodas de Caná (Cf. Jn 2,1-12), sino que a partir de estas dos realidades veterotestamentarias de María, que hemos comentado (Eva-María; María y el Protoevangelio), gozamos nuevamente, por su sí obediente y generoso, de la amistad renovada con Dios y podremos un día ver en nosotros lo que en Ella está ya prefigurado, porque en María ya ha comenzado la glorificación del cuerpo de Cristo, que en nosotros tiene que completarse.