Deseo, con ustedes queridos lectores de LA VERDAD, entrar en el tema complejo que nos afecta en estos días, en todo Colombia. Las masacres en las cuales han perdido la vida muchas personas, jóvenes y también adultos. Han sucedido hechos terribles y abominables contra la vida humana, primero entre nosotros en Banco de Arena y la zona rural de Cúcuta, en Campo Dos, Tibú (Norte de Santander), en Cali (Valle del Cauca) y en Samaniego (Nariño). Tristes imágenes aparecen ante nuestros ojos, de tantas vidas humanas sacrificadas inútilmente, unidas al dolor inmenso de sus familias y amigos. También tenemos ante nosotros el gran número de víctimas humanas en el Área metropolitana de Cúcuta, más de 200 desde el inicio del año y la muerte de personas que tienen una figuración o trabajo en el campo social, los llamados líderes sociales que han sido asesinados.
Es necesario, desde nuestros espacios, levantar la voz en defensa de la vida humana, de los derechos humanos y fundamentales, el primero el derecho a la vida. No podemos permanecer en silencio ante tantas muertes, ante tantas circunstancias y hechos donde se roba el primer derecho de la persona humana, la vida. La Iglesia defiende y promueve la dignidad de la persona humana, pero sobre todo afirma el derecho a la vida -completa-, es decir desde su concepción hasta la muerte natural. Es la base y el fundamento de todos los demás derechos de la persona humana (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum Vitae, 22.02.1987).
Los invito a repasar algunos conceptos, desde nuestra fe, que son importantes y que necesitamos fortalecer, en orden a comprender mejor lo que es la vida humana. El hombre es una creatura salida de las manos de Dios, con una bella figura el libro del Génesis nos enseña que el hombre salió de las manos del Creador, que con sus manos lo modeló a su imagen y semejanza (Gen 1, 26ss). Recibió el hombre de Dios su vida, su fuerza, el espíritu de vida que le anima y mueve (Cf. Gen 2, 7), pero al mismo tiempo este hombre es frágil, limitado en su ser y sus acciones, pues la muerte le ronda, como fruto del pecado y de su opción por no cumplir la voluntad de Dios (Cf. Gen 3, 19ss y Job 14, 7-10).
El hombre, como creatura de Dios tiene un fin, una tarea que cumplir y entra en este designio amoroso del Creador (Cf. Gen 1, 11ss). La vida humana es breve, con una figura bíblica – es como un soplo -, como – una sombra- (Job 14, 1; Salmo 144, 1). El hombre hace parte de este plan de Dios, por ello cada vida humana es irreemplazable y, según el deseo creador del Altísimo tiene una tarea y una vocación fundamental, que completará su plenitud en Dios, en la eternidad. El hombre tiene una vocación de infinito y está llamado a vivir en Dios, dice Santo Tomás de Aquino (Ordo ad Deum, S.Th. I-II, q. 4, a. 4).
Mirando su origen, su tarea, su dirección y misión en el plan de Dios, nos duelen las muertes de los hombres, es un daño irreparable y que nos afecta. La vida humana es sagrada, es una verdad que conocemos y que tenemos que continuar afirmando siempre, es necesario que respetemos siempre la condición de vida del ser humano. San Juan Pablo II, el gran profeta de la vida en nuestros tiempos nos enseñó: “La defensa de la vida humana es urgente” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n 3).
En nuestros tiempos, especialmente en Colombia, contemplamos formas inauditas de ataque a la dignidad de la vida humana. En estas masacres que tratamos de rechazar y en otros muchos modos y circunstancias, la violencia, los asesinatos de líderes sociales, de personas de nuestro entorno, el aborto, la eutanasia. No podemos callar ante asesinatos selectivos y de la gran violencia que nos aflige.
Por esto, cada noticia que nos llega de muertes, injustas y dolorosas, es motivo de gran preocupación para nuestra comunidad de fe. Tenemos que cambiar la mentalidad y no acostumbrarnos a la muerte, entender que estas vidas son irrepetibles, que cada vida, incluso una sola, tiene un valor absoluto.
Uno de los obispos de Cúcuta, Mons. Jaime Prieto Amaya, nos decía una frase que ha quedado como epitafio de su tumba: “Cada vida es irrepetible, cada persona es irreemplazable, cada muerte es irreversible”.
La violencia es degradación, este fenómeno que reaparece es un mal síntoma de nuestra realidad social, no es un fenómeno aislado, sino que es signo de la profunda crisis que nos afecta, nos tiene que interrogar profundamente a cada uno de nosotros, a nuestros gobernantes y a todas las instituciones, a cada uno de los miembros de esta comunidad.
Vivimos en Colombia problemas sociales muy complejos, fruto de nuestra historia, de la falta de educación y oportunidades, de la falta de la justicia social y que tienen gran incidencia en nuestra comunidad: violencia familiar, narcotráfico, corrupción, grupos ilegales, contrabando, explotación de las personas. A estas duras realidades no podemos unir el desinterés por estas muertes indiscriminadas de personas, fruto de la acción de cualquiera que sea el actor violento.
Es un momento dramático donde debemos levantar nuestra voz en defensa de los jóvenes y niños, de los niños no nacidos por causa del aborto, de los ancianos suprimidos con la eutanasia, con los asesinatos del crimen en las distintas ciudades y en nuestro San José de Cúcuta y municipios del área metropolitana. No podemos continuar contando muertos, como cifras estadísticas, en nuestro territorio y en el país entero. Esperamos también la precisa y puntual intervención de las autoridades en la defensa de la vida humana y en el esclarecimiento de estos tristes hechos.
Tenemos que reaccionar, levantando nuestra voz y gritando ¡SÍ A LA VIDA! Es la defensa de un derecho fundamental de la persona humana, mucho más para aquellos que tenemos fe y reconocemos que cada hombre nace de la mano de Dios. No podemos agregar a muchas injusticias, a los abusos contra la persona humana por las condiciones sociales de pobreza, la violencia y la muerte. A los violentos, a los que asesinan, un llamado a la conversión y al respeto a la vida humana.
Que no falte en este momento una palabra de aliento y de esperanza para las familias de quienes sufren por la muerte de sus hijos, familiares y amigos. San Juan Pablo II nos enseñaba que “Somos un pueblo de la vida y para la vida” (San Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n. 6). Es necesario crear una cultura de la vida, donde brille con toda su fuerza el don de la creación de Dios, donde el hombre es el centro, pero también él tiene una gran responsabilidad con el creador, con la creación de Dios. Que todos, respetando nuestras vidas, tengamos la posibilidad de desarrollar ese proyecto que Dios nos ha entregado. ¡SÍ A LA VIDA!
¡Alabado sea Jesucristo!