Trabajar por la paz es la misión prioritaria de la Iglesia

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

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El Plan Evangelizador de nuestra Diócesis de Cúcuta para este mes de septiembre tiene como lema: “sean mis testigos, trabajen por la paz”, con el momento significativo de vivir la jornada de oración y reflexión por la paz, que se celebra en esta semana que comienza y que tiene como propósito que cada uno siga afianzando el fervor y celo pastoral en un trabajo comprometido por la paz, siendo testigos de este don precioso que recibimos de Dios y que tenemos la misión de transmitir a los demás. Así lo expresaba el Papa Francisco: “dar la paz está en el centro de la misión de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la historia humana” (Mensaje por la paz, 2019).

Desde el bautismo todos somos discípulos misioneros del Señor y esto conlleva la tarea de trabajar por la paz en todos los ambientes donde vivimos. Trabajar por la paz presupone que reine en nuestro corazón la unidad, que no haya división interna, que el corazón esté limpio, para poder transmitir la paz que viene de Dios como un don. No es la paz como la que busca el mundo, que en muchos casos es más un negocio que pide beneficios para quienes la proporcionan; sino que es un maravilloso regalo que Jesucristo ha ganado con su Sangre y que nos quiere dejar para vivir en unidad y comunión. “La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), que implica trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo príncipe de la paz.

Cuando nuestra vida personal y familiar tiene a Jesucristo en el centro, brota del interior el deseo de trabajar y construir la paz. Esto se logra, resolviendo las dificultades y conflictos desde lo que nos enseña el mismo Jesús en el Evangelio, que es lo opuesto a toda violencia y división: “han oído que se dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 43 – 45). Esta es la tarea de todo cristiano y la misión prioritaria de la Iglesia en el anuncio gozoso del evangelio de Cristo.

Jesucristo ha puesto su morada entre nosotros para devolvernos la paz perdida por el pecado y conducirnos a la paz verdadera, llamando a todos los que están dispersos y divididos para que lleguen a la comunión como don de Dios. Su misión la ha cumplido desde la cruz, clavado en el madero nos devolvió la paz con Dios, cuando nos otorgó el perdón misericordioso, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), que implica dejarnos limpios de todo pecado y libres de toda división que nos separa de Dios y liberados de odios, resentimientos, rencores, venganzas que destruyen nuestras relaciones familiares y comunitarias y hacen que la paz comience a debilitarse y morir.

Un bautizado que tiene un corazón libre de odios y rencores, que está limpio en su interior, es capaz de dejar entrar a su vida las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, que ponen al creyente en perfecta comunión con Dios; cosechando en su corazón como fruto maduro las demás virtudes que rigen la vida del creyente y lo ponen en actitud de acogida del hermano, incluso del enemigo y del que causa ofensas permanentemente.

La limpieza de corazón permite el acercamiento al otro como el buen samaritano que limpia las heridas de odio, resentimiento, rencor y venganza que hay en el corazón del prójimo para llevarlo hasta Dios a que cuide de Él y sane sus heridas. Esa es la esperanza del discípulo de Cristo, quien en su nombre anuncia el Evangelio de la paz en todos los ambientes donde vive.

Todos queremos la paz y hacemos grandes esfuerzos por conseguirla, pero tenemos que tener conciencia que no es posible recibir la paz si estamos de espaldas a Dios. El Papa Francisco así lo mencionaba: “debemos buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto” (Mensaje por la paz, 2020). En este trabajo intenso y desde el corazón, tenemos la certeza de un premio: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus hijos” (Cf. Mt 5, 9), sabiendo que el Padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia, si no vivimos en paz entre todos por medio de la caridad fraterna, trabajando por crear armonía y unidad en nuestro entorno.

Este año estamos viviendo el jubileo de la esperanza, pidamos a Jesucristo príncipe de la paz que no se apague en nosotros los creyentes el deseo por conseguir la paz, en este sentido “la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables” (Mensaje por la paz, 2020). De nuestra parte tengamos la disposición de trabajar por la paz con limpieza de corazón, esta es la clave para vivir perdonados, reconciliados y en paz en nuestras familias y en la sociedad, para que hoy y siempre cumplamos con el mandato del Señor: sean mis testigos, trabajen por la paz, que nos conduce a participar de la gloria del Señor, porque seremos llamados sus hijos (Cf. Mt 5, 9).

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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