Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta
Hemos celebrado la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo el pasado 2 de febrero, en este inicio de nuestro año pastoral que tiene como lema: “Desde el punto a donde hemos llegado, sigamos adelante” (Flp 3, 16). Esta es la fiesta de la ofrenda, la fiesta de la luz y la fiesta del encuentro, que nos ha permitido recordar y orar por el carisma de la vida consagrada en la Iglesia y en nuestra Diócesis, como signo de la donación total de la propia vida al Señor. Es la fiesta de la ofrenda porque María y José presentan a Jesús en el templo, atendiendo a la Ley de Moisés que ordenaba el ofrecimiento del primogénito a Dios (Ex 13,2.12). Esta fiesta anticipa y anuncia el sacrificio redentor del Señor Jesús. El niño que ahora es ofrecido por sus padres, Él mismo se ofrecerá más tarde en la Cruz para aniquilar al diablo, autor de la división y destrucción del ser humano.
Esta ofrenda se convierte en un misterio de amor destinado a ser luz para los pueblos, la luz que guiará a los hombres a ser fieles a Dios, amándolo sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, que nos permite tener la luz de la vida. Así lo expresa Jesús mismo en el Evangelio cuando afirma: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12), indicando con ello que Jesús es la luz que nos acompaña, porque quien está con Él es capaz de recibir la sabiduría que viene de lo alto para iluminar toda su vida, su comportamiento y su caminar iluminado por su Palabra, como lo expresa el salmista: “Tu Palabra es antorcha para mis pasos, y luz para mis caminos” (Sal 119 (118), 105), de tal manera que quien deja iluminar sus pasos por Jesucristo, es capaz de seguir adelante fortalecido por la fe, la esperanza y la caridad, para ser también luz para los hermanos.
Dejémonos iluminar por la luz verdadera que introduce en nuestro corazón el gran acontecimiento del encuentro con Jesús que nos purifica y nos hace dignos para participar de la Eucaristía. En cada Eucaristía Jesús nos encuentra para alimentarnos con su cuerpo y con su sangre, para darnos la luz y que a la vez nosotros nos convirtamos en luz para el mundo, con un corazón humilde y sencillo, como el de Jesús, para acercarnos a quienes sufren y sobre todo a los que están en la oscuridad del pecado.
Sin Jesús que es la luz del mundo, todos viviríamos en la oscuridad espiritual. No conseguiríamos ver el camino que nos conduce al Padre. Jesús vino para iluminar nuestra vida. Él vino para mostrar que en Él tenemos la salvación eterna. Cuando Jesús murió en la cruz, pagó la pena que merecíamos por nuestros pecados. Así iluminó todas las personas con la luz del perdón. Por eso abramos el corazón a la gracia para que Cristo ilumine nuestros pasos hoy y siempre y con nosotros ilumine el mundo que camina en tinieblas y está necesitado de la luz que ilumina y transforma la vida de cada ser humano que se abre a su gracia.
Fortalecidos por la luz de Cristo que ilumina nuestras vidas, tenemos el reto de seguir adelante, valorando lo que hemos recibido hasta el momento como gracia y bendición de Dios y compartir con los otros este tesoro y riqueza de tener a Jesús como luz que ilumina nuestros corazones, que nos alimenta con la Eucaristía y desde allí nos compromete a todos a vivir en la caridad, como una manera de iluminar muchas vidas con la luz de Cristo en esta región de frontera que nos pertenece como cristianos. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el cristiano el fuerte deseo de anunciar el Evangelio y testimoniarlo en la sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía ha brotado a lo largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las necesidades de los demás, de amor y de justicia. ¡Solo de la Eucaristía brotará la civilización del amor, que transformará todos los pueblos” (DA Pág. 262).
La Diócesis de Cúcuta ha tenido vocación para la caridad, por todo el compromiso solidario de los cristianos, sacerdotes, familias y trabajadores que sienten el llamado a mirar la necesidad ajena, como fruto maduro del Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular y de la vivencia fervorosa de la Eucaristía. Es el momento para renovar nuestro compromiso cristiano siendo luz para los demás no dejando apagar el cirio de la caridad que ejercitamos en bien de los más pobres y necesitados, como expresión del encuentro con Jesucristo vivo a quien seguimos como camino, verdad vida. Así lo enseña Aparecida cuando nos pide la configuración con Cristo desde la caridad: “Para configurarse verdaderamente con el Maestro, es necesario asumir la centralidad del mandamiento del amor, que Él quiso llamar suyo y nuevo: ‘ámense los unos a los otros, como yo los he amado’ (Jn 15, 12). Este amor con la medida de Jesús, de total don de sí, además de ser el distintivo de cada cristiano, no puede dejar de ser la característica de la Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo testimonio de caridad fraterna será el primero y principal anuncio, ‘reconocerán todos que son discípulos míos’ (Jn 13, 35), (DA 138).
Al comenzar este nuevo año pastoral, los convoco para que sigamos adelante, dejándonos orientar por la luz de Cristo que ilumina nuestros pasos y nos saca de la oscuridad que deja el mal y como fruto de su seguimiento, alimentados por la Eucaristía, brote un caudal de caridad en nuestra Diócesis, que nos permita hacer presente el mandamiento del amor, que sea luz para muchos que viven en las tinieblas del pecado. Que nuestra caridad sea la voz de Dios para que muchas personas amen a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos.
El camino para crecer y salvarse es vivir plenamente la caridad en la familia y en la parroquia, abriendo el corazón a la necesidad ajena. Hagamos de nuestras familias y ambientes parroquiales lugares de caridad que nos lleven a la salvación y que oriente la vida de muchas personas con la luz de Cristo que ilumina nuestros pasos. En unión de oraciones, sigamos adelante.
Para todos, mi oración y mi bendición.