San José nos enseña a confiar en Dios y en sus designios

Por: Pbro. Juan Diego Giraldo Aristizábal, PSS

Nunca se percibe en este hombre (san José) la frus­tración, sino sólo la con­fianza. Su silencio persistente no con­templa quejas, sino gestos concretos de confianza” (Patris Corde 7). De hecho, la Providencia le confió una misión y él confío en la Providencia.

La confianza es una actitud humana ne­cesaria en las relaciones, en la percep­ción de sí mismo y en la manera como se asume la realidad con sus proyectos y desafíos. Se trata de dar crédito, cre­dibilidad a alguien o a algo que me da apoyo porque genera bondad.

Dios se manifiesta como bondad y mi­sericordia (Sal 103), como amor que crea y elige un pueblo para amarlo (Lv 26, 12-16; Os 11, 1; Jer 30, 22; 31, 1). Confiar en Él significa fiarse de su pa­labra (Sal 119, 66; 129, 5) y discernir sobre el propio sentir (Gn 3, 17; Prov 3,5). Siendo el Señor de la creación, no teme ante las creaturas que pretenden hacer mal a los amados por Él (Sal 115, 3.15). Abraham, quien salió de su tie­rra en obediencia a la Palabra, expre­sa su confianza hasta estar dispuesto a sacrificar a su hijo, porque sabe que Dios es fiel y que su hijo es signo de la promesa, porque la promesa es Dios mismo (Gen 22, 8-14; Hb 11, 17). Así, “insensato es el hombre que confía en su propia parecer” (Prov 28, 26), pero “bendito el hombre que confía en el Se­ñor” (Jr 17, 5.7). La confianza en Dios radica en el “quién es Él” y en el “cómo se ha manifestado a su pueblo”. Esta confianza permite avanzar en medio de las dificultades y vicisitudes porque la última palabra es el amor y la fidelidad de Dios (Gal 5, 10).

Se confía en Él porque es Dios-Amor y se ha revelado como amor. Podríamos decir: Confío en ti, porque siendo el amor mismo, me has amado. El amor vence el miedo (Cfr. 1 Jn 2, 28). Y esta confianza se afianza en el designio de Dios, que estando en el origen de todo como amor, conduce la historia a la plenitud en el amor. No somos fruto de la casualidad, sino del amor, y este amor que está al inicio de todo es el amor que está al final de todo. Cree­mos que la última palabra, será la pri­mera: el amor (Jr 31, 3). El designio de Dios es que en su hijo Jesucristo todos seamos amados, salvados, hechos hijos eternamente amados (Ef 1, 3-15). En Jesucristo se cumple definitivamente el designio de Dios, y para este proyecto Dios se sirvió de personas (Jn 3, 16). Así, “José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención” (PC, 5).

¿Cómo esta confianza de san José ilumina nuestro camino de fe? La confianza de san José, como la nuestra, es un movimiento humano. De él, la aprendemos porque él “es tan cercano a nuestra condición humana” y en él encontramos “un intercesor, un apoyo y un guía en tiempo de dificultad” (PC, Intr.).

Por su confianza en Dios, san José asu­mió su misión “como esposo de María y padre de Jesús” (PC, 1). Supo renun­ciar a su propio sentir e incluso a lo que estaba previsto en la ley (Mt 1, 19.24); venció el miedo ante la amenaza de He­rodes (Mt 2, 14) y supo enfrentar las vi­cisitudes del camino (Mt 2, 21-23); por su confianza en Dios, aceptó en silen­cio lo dicho por Simeón (Lc 2, 33-35); como Abraham estaba dispuesto a no oponerse al sacrificio de su hijo, pues por su entrega hasta la muerte se estaba determinando la salvación del mundo. San José nos enseña que la confianza no se equipara con la ingenuidad, sino que ésta nos concede un profundo rea­lismo (Cfr. PC, 4) para identificar los retos y las dificultades del camino que vienen asumidos bajo la mirada amo­rosa de Dios que nos anima, fortalece y suscita en nosotros la creatividad que brota del amor. San José nos enseña a “transformar un problema en oportuni­dad, anteponiendo siempre la confian­za en la Providencia” (PC, 5). Dios no abandona al azar a los que elige, pero tampoco los priva de su capacidad creativa.

San José entendió que “la historia de salvación se cumple creyendo contra toda esperanza (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades” (PC, 2). Creer no nos impide experimentar el miedo y a veces tocar la angustia. Más bien, nos introduce en la paradoja de la fuerza de Dios que se manifiesta en nuestra de­bilidad (Cfr. 2 Cor 12, 7-9). San José “nos enseña que, en medio de las tor­mentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca” (PC, 2).

La vida cristiana entendida como obe­diencia encuentra en San José un para­digma, pues la obediencia es expresión de la confianza. “En cada circunstan­cia de su vida, José supo pronunciar su fiat” (PC 3). Es por su confianza en Dios que “él coopera en la plenitud de los tiempos” (PC 3). Por su confianza en Dios acoge el misterio del desig­nio de Dios para la humanidad, sabe que decidirse por Dios no lo portará a “mal puerto”, y por eso entra en la voluntad de Dios, aunque no siempre la comprenda. La confianza en Dios le permite vencer el temor (Mt 1, 20).

Con san José se desvela el sentido más profundo de la primera bienaventuran­za, la de los pobres de espíritu (Mt 5, 3). Al ser llamado “castísimo” se “ex­presa lo contario de poseer”, “libre del afán de poseer” (Cfr. PC, 7), porque como pobre ha puesto su confianza en el Señor. El Señor, que es su verdade­ra riqueza, se constituye en el objeto de su confianza. San José “nunca se puso en el centro. Supo descentrar­se” (Jesús y María en el centro de su vida) (PC, 7).

Vamos hasta san José y con él aprenda­mos a confiar en Dios que se ha reve­lado como amor en su Hijo Jesucristo. Y libres de todo apego y de toda falsa seguridad, hagamos de Dios nuestra única riqueza para que sea Él y solo Él el objeto de nuestra confianza.

¡Confío en ti, porque siendo el amor mismo, me has amado!

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