Es el día del silencio. La comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos musicales. El altar está despojado, el sagrario está abierto y vacío. Es el día de la ausencia. El esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad.
La gran lección de este día es esta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona.
Cristo se ha hecho solidario hasta el final con el hombre mortal. Solidario de su fracaso, de su silencio, de sus momentos de hundimiento, de los momentos en que parece que ha triunfado el mal y la muerte.
El sábado no hay eucaristía, pero sí hay oración con el rezo de la liturgia de las horas que refleja vivamente el dolor del fracaso y a la vez la confianza en Dios y la esperanza de la resurrección y la vida.
Es tradición popular, y conviene mantenerlo, algún acto mariano sobre los dolores o la soledad de María.