¿Qué es una secta y qué diferencia tiene con las iglesias ecuménicas?

Por: Pbro. Víctor Manuel Rojas Blanco, licenciado en Teología Bíblica y párroco de Santa Laura Montoya 

Decía su Santidad, Juan Pa­blo II, “Mientras sigue avanzando la seculariza­ción de muchos aspectos de la vida, hay una nueva demanda de espiritualidad, como lo muestra la aparición de muchos movi­mientos religiosos y terapéuticos, que pretenden dar una respuesta a la crisis de valores de la socie­dad occidental” (Discurso al ter­cer grupo de los Obispos de Es­tados Unidos, 28 /5/1993). Ante este contexto, es visible la proli­feración de sectas.

La palabra secta es compleja de definir dependiendo del entorno. Según el diccionario de la Real Academia Española es: Doctri­na religiosa o ideológica que se aparta de lo que se considera ortodoxo. También: Comuni­dad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de ca­rácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder ab­soluto sobre los adeptos. Frente a estas acepciones algunas per­sonas consideran que es mejor no utilizar dicho término, para evitar tonos despectivos y sí uti­lizar otros como: “nuevas religio­nes”, “nuevos grupos religiosos”, “cultos”, “movimientos religiosos libres”, etc., pero desde mi punto de vista, los significados de estas palabras son diferentes a lo que es una secta.

Hay grupos a los que suele apli­carse el término secta. Unos gru­pos son reducidos y cerrados, otros extremadamente grandes como los que se suelen llamar genéricamente «evangélicos». También hay diversidad en sus estructuras: algunas son de corte claramente piramidal, como los Testigos de Jehová; otras en cam­bio, carecen de una estructura fá­cilmente identificable. La palabra “secta”, usualmente, se dice que viene del latín ‘sequor’ (marchar detrás, seguir a un maestro parti­cular), como en «sector» (cortar, separar de un tronco principal), también se dice viene de ‘secare’: sectar, cortar o de secedere: sepa­rarse. En cualquier caso, está pre­sente la idea de separación.

En Europa, la pa­labra secta se ha concebido deriva­da principalmente de ‘sequi’: seguir. Se trata de seguir a un maestro, a un líder. De hecho, en muchas sectas así sucede. Por esto, se puede concluir que se hace refe­rencia a un grupo o forma so­cial que se separa de un grupo de origen preexistente, en segui­miento de un jefe carismático o de sus enseñanzas. Siguiendo la raíz del término podemos decir que aplica tanto a un grupo reli­gioso como a un grupo político.

Históricamente, en el siglo I, los escritores romanos se referían a los cristianos como una secta ju­día: cristiano era aquel que se ha­bía separado del tronco histórico del judaísmo, ado­rando al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, según las en­señanzas de Jesu­cristo, Hijo Único de Dios. También se consideraban a los fariseos, los saduceos y los ese­nios como sectas. Por otra parte, los Apóstoles uti­lizaban el término griego ‘háire­sis’ refiriéndose a las disidencias y grupos heréticos surgidos en la primitiva comunidad cristiana como consecuencia de doctrinas erróneas que se desarrollaban fuera de la comunidad eclesial.

Este término griego se ha tradu­cido casi siempre con la palabra “secta”. Los grupos o “iglesias” surgidos de la Reforma del siglo XVI (el luteranismo, el calvinis­mo y el anglicanismo entre otras), eran consideradas como sectas en un principio.

Las grandes religiones del extre­mo Oriente, como el budismo, se deben considerar de manera espe­cial, ya que no poseen estructuras religiosas claramente definidas (lo que los cristianos solemos denominar “Iglesia”). En estos casos, las diversas escuelas que siguen las enseñanzas de diferen­tes maestros, son las consideradas como “sectas”. El significado de “secta” es diferente en estas reli­giones orientales, del que se tiene en una iglesia cristiana. En con­clusión, en las religiones orien­tales el término “secta” se aplica a las diferentes escuelas formadas alrededor de las enseñan­zas de un maestro. En cambio, en Occidente al grupo humano socialmente automarginado de su entorno social, religioso y/o cultural. 

Las sectas se caracterizan por ser grupos religiosos, generalmente pequeños, llenos de entusiasmo, integrados por hombres y muje­res, asociados voluntariamente, tras una conversión, que creen y detectan la verdad y la solución; excluyen radicalmente a los de­más, y obedecen ciegamente a sus fundadores. 

Últimamente vemos en muchos países un verdadero «supermer­cado» de grupos religiosos, en el que cada cual puede elegir los ele­mentos necesarios para construir­se una religión propia, a la medida argumentando que en el fondo to­das las religiones son iguales.

Todos los días nos enteramos de una nueva secta o movimiento “iluminado” y es conveniente para un católico saber distinguir entre lo que podemos llamar “iglesias históricas” y sectas. En las sec­tas están presentes la autonomía, el salvacionismo, la fraternidad, el culto emocional, militarismo voluntario, exclusivismo, temor, moralismo, autoritarismo, obe­diencia, perfeccionamiento indi­vidualista, acomodación bíblica y proselitismo religioso, entre otros elementos. Estos hacen que sus miembros sean visto como sepa­rados de los diferentes entornos. 

Muchas de las sectas dicen ser cristianas, sin embargo, analizán­dolas se puede concluir que no lo son, ya que fallan en cuanto a uno, varios o todos los elementos de la fe básica cristiana. En cuanto a Cristo, existen sectas que defien­den que Jesús es un maestro, un líder, un ser con poderes y conoci­mientos especiales. También exis­ten las que dicen que Cristo es in­ferior al Dios eterno de la Biblia, que no existió como Dios desde toda la eternidad. Los Testigos de Jehová afirman que fue la primera criatura de Jehová.

Ante lo anteriormente mencio­nado surge una pregunta ¿pue­de haber acercamiento con las sectas? ¿Se puede establecer ecumenismo con ellas? Es impor­tante decir que el ecumenismo es el movimiento impulsado por el Espíritu Santo para restaurar la unidad de los cristianos, según el decreto ‘Unita­tis Redintegratio’ del Concilio Vati­cano II.

El verdadero ecu­menismo busca por medio del diálogo, aumen­tar el entendimiento entre las dis­tintas confesiones cristianas, para mover a la conversión a todos aquellos que se encuentran ale­jados de la Iglesia Católica, a la plenitud de la fe.

En Juan 17, 21 se dice que, Jesús ruega al Padre Celestial por la unidad de todos en Él. Basados en textos bíbli­cos como este es que la Iglesia a través del ecu­menismo busca la unidad. Peor, ante las sectas, la Iglesia Cató­lica no puede establecer ecu­menismo con la mayoría de ellas, porque contie­nen doctrinas que están orien­tadas a atacar puntos claves de la fe cristiana, disciplina y estructu­ras diversas. Sí hay divergencia en temas como la Santísima Trini­dad, los sacramentos y las figuras bíblicas de Jesucristo, la común unidad que pretende la Iglesia con las confesiones religiosas ya que­da imposibilitada.

En esta línea, san Juan Pablo II dijo en su discurso a la Conferen­cia Episcopal de las Antillas en visita ‘Ad Limina’, el 7 de mayo de 2002: “en un mundo donde las personas están sometidas a la continua presión cultural e ideo­lógica de los medios de comuni­cación social y la actitud agresi­vamente anticatólica de muchas sectas, es esencial que los cató­licos conozcan lo que enseña la Iglesia, comprendan esa enseñan­za y experimenten su fuerza libe­radora”. Este santo en su ponti­ficado reconoce los ataques de las sectas contra la Iglesia y la necesidad de la formación apo­logética de los bautizados.

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