Peregrinos de la Esperanza “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

Hemos vivido en nuestra Dió­cesis de Cúcuta el segundo congreso del PEIP (Proceso Evangelizador de la Iglesia Particu­lar) con el lema: Peregrinos de la Esperanza “vayan y hagan discí­pulos” (Mt 28, 19), que ha tenido como tema: la acción catequética en el Proceso Evangelizador de la Iglesia, donde hemos reflexionado sobre la evangelización desde una nueva mentalidad, respondiendo al llamado constante que la Iglesia nos hace a la conversión y en este caso a la conversión pastoral, reconociendo que “evangelizar no es, en primer lugar, llevar una doctrina; es, ante todo, hacer presente y anunciar a Jesucristo” (DC, 29).

El llamado permanente que nos hizo el Papa Francisco a ser Iglesia en salida misionera es nuestro compro­miso en la Diócesis de Cúcuta, que se ha abierto a ir por todas partes, cumpliendo con el mandato del Se­ñor “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19), convirtiéndonos en evange­lizadores con impulso misionero y pasión por la evangelización; esto brota de un corazón con espirituali­dad misionera, impulsado a transmi­tir el Evangelio de Jesucristo. Así lo afirma el Directorio para la Cateque­sis: “la espiritualidad de la nueva evangelización se realiza hoy por una conversión pastoral, mediante la cual la Iglesia es invitada a reali­zarse en salida, siguiendo un dina­mismo que atraviesa la Revelación y situándose en un estado perma­nente de misión” (DC, 40).

Este mandato del Señor “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19) es para todos los bautizados, que he­mos experimentado el amor de Dios en Jesucristo que nos ha salvado desde la cruz y que nos invita como Resucitado a comunicar esa verdad por todas partes. “Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos discípulos y misioneros, sino que somos siempre ‘discípulos mi­sioneros’” (EG 120). Tenemos la tarea de anunciar a otros la ale­gría del Evangelio.

Esta misión la cumple cada uno de los bauti­zados en el ambiente y lugar en el que se en­cuentra; su presencia y testimonio de vida se convierten en una acción misionera, que habla de Jesús a quie­nes se encuentran en su entorno. El Papa Francisco hizo este llamado con insisten­cia cuando afirmó: “la nueva evangelización debe implicar un nue­vo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie pos­tergue su compromiso con la evan­gelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede espe­rar que le den muchos cursos o lar­gas instrucciones” (EG 120).

De tal manera, que la tarea es prioritaria y comienza en este hoy de nuestra his­toria diocesana, que celebra sus 69 años de evangelización por todos los lugares de nuestra Iglesia Particular.

El segundo congreso del PEIP nos ha dejado el llamado a vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como pen­samos y realizamos la pastoral (Cf. DA 368), que tiene que fundamen­tarse en la acción catequética, que rompa los esquemas de catequesis que traemos hasta el momento. Esto necesita de la conversión pasto­ral, que nos permita mi­rar la catequesis como un proceso. En este sentido “la conversión pastoral exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral deci­didamente misionera. Así será posible que el único programa del Evangelio siga intro­duciéndose en la his­toria de cada comuni­dad eclesial con nuevo ardor misionero, ha­ciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela per­manente de comunión misionera” (DA 370).

Nuestro punto de partida tiene que ser una sincera conversión perso­nal, pastoral y de las estructuras, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Iglesia, para avi­var el espíritu misionero: “este im­pulso misionero debe llevar a una reforma de las estructuras y diná­micas eclesiásticas, para que todas se vuelvan más misioneras, es decir, capaces de vivir con audacia y crea­tividad tanto en el panorama cultu­ral y religioso como en el ámbito de toda persona. Cada bautizado, como ‘discípulo misionero’ es su­jeto activo de esta misión eclesial” (DC 40), que significa “salir de la propia comodidad y atreverse a lle­gar a todas las periferias que nece­sitan la luz del Evangelio” (EG 20).

Nuestra misión está en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha dicho “vayan y hagan discípulos” (Mt 28,19), conscientes que la fuer­za interna para evangelizar proviene del Espíritu Santo a quien reconoce­mos como primer protagonista en la tarea del anuncio del Evangelio (Cfr. EN 75) y que el mismo Jesús nos lo ha prometido: “ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo; Él ven­drá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y en Samaría hasta los extremos de la tierra” (Hch 1, 8).

Recibamos este mandato misionero que el segundo congreso del PEIP nos ha reforzado con el lema: Pe­regrinos de la Esperanza “vayan y hagan discípulos” (Mt 28, 19) y dispongámonos a transmitir el Evan­gelio de Jesucristo con mucho fervor pastoral. Que la intercesión de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, al­cancen del Señor la gracia para cada uno de nosotros, de una auténtica conversión pastoral, para ir en salida misionera a anunciar el mensaje de la salvación por todas partes, cum­pliendo con el mandato del Señor: Sean mis testigos.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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