Por: Yhon Pablo Canedo Archila, licenciado en teología dogmática y formador interno del Seminario Mayor Diocesano San José
“Estate, Señor, conmigo
siempre, sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.
Llévame en tu compañía,
donde tú vayas, Jesús,
porque bien sé que eres Tú
la vida del alma mía;
si tu vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.
Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tu das
sé que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mí te vas”.
Amén.
¿Cuál es el sentido de la muerte para una persona que ama a Dios, se deja amar por Él, abraza la Cruz cada día, participa de los sacramentos, es testigo – misionero del crucificado, vive la caridad, reconoce sus faltas, perdona, ama y sirve a los hermanos?
La respuesta se encuentra en el himno anterior de la Liturgia de las Horas, sobre todo en el último parágrafo: “Por eso, más que a la muerte, temo, Señor, tu partida, y quiero perder la vida mil veces más que perderte…”.
¿Entre la muerte y el cuidado de la vida?
Aunque, el temor a la muerte es uno de los principales valores naturales que manifiestan la protección y preservación de la existencia humana. Sin embargo, no querer separarse de Dios y hacer lo posible por permanecer siempre junto a Él -desde esta vida terrenal hasta la eternidad por encima de las dificultades posibles-, es el gozo y el criterio sobrenatural que experimenta quien se entrega a Jesús y a sus hermanos cada día.
¿Qué es la muerte para los santos?
San Ignacio de Antioquía, es una muestra concreta de esto, él suplica que no le impidan vivir el martirio, porque estar con Cristo es su esperanza: “Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo. Rueguen por mí a Cristo, para que, por medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios…Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me priven de esta vida; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios”.
Otro testimonio es san Francisco de Asís, que no tenía miedo a la muerte, al contrario, agradecía a Dios por ella: “Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar” 2.
Los bautizados victoriosos que gozan de la felicidad eterna en el cielo:
Los santos, durante su vida terrenal, han expresado de forma particular su voluntad por estar siempre amando a Jesús y sienten temor de separarse de Él. Además, esto se evidencia, en el testimonio de los hermanos enfermos, quienes, en medio del dolor, se unen a los sufrimientos de la Pasión de Cristo en la Cruz; reciben los sacramentos, especialmente la comunión eucarística, la Santa Unción, y, en consecuencia, experimentan paz, alivio, consuelo y serenidad frente a la cercana muerte. En otras palabras, la muerte se convierte en el medio para encontrarse pronto con Dios. Incluso, se podría resumir el significado cristiano de la muerte con las palabras de san Pablo: “para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia 3”.
¿Cuál es la relación entre el Bautismo – Eucaristía y muerte – Resurrección?
Otro aspecto a resaltar, es que la muerte cristiana por la victoria del resucitado adquiere un nuevo matiz; ahora es el paso inevitable para vivir en la felicidad eterna junto a Dios. Quien muere con Cristo, espera resucitar con Él. De hecho, el Bautismo tiene la eficacia y eficiencia para que la criatura sea transformada y participe en la vida nueva de Cristo Resucitado. San Pablo presenta de una manera sublime, la unión del creyente con Cristo por medio del Bautismo: quien muere con Cristo, resucita con Él: “Fuimos, pues, con Él, sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva 4”.
Además del sacramento del Bautismo, y siguiendo la enseñanza de Jesús en el Evangelio de san Juan: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día5”. La Eucaristía, que es Dios mismo hecho alimento sólido para el camino del bautizado, ofrece el cielo aquí en la tierra, ayuda a vencer el miedo a la muerte, a cambio del gozo de estar con Dios y es promesa de la futura Resurrección. Por este motivo, para san Ignacio de Antioquía, el pan vivo bajado del cielo, es: “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” 6, porque une los bautizados desde ya a: “la liturgia del cielo y se anticipa la vida eterna cuando Dios será todo en todos” 7.
¿Cuál es la concepción biológica y origen de la muerte?
No obstante, la muerte desde la visión biológica es el final del ciclo vital: el ser vivo nace, crece y muere, es una realidad ineludible. El individuo desde el momento de la concepción, así como tiene una fecha de nacimiento le viene implícita una de vencimiento. La persona es un ser para la muerte 8.
Sin embargo, surge la paradoja acerca del origen de la muerte: Si Dios es bueno y misericordioso… ¿Por qué existe la muerte? ¿Dios creó la muerte? La respuesta a esta pregunta es bastante amplia y compleja que no compete responder en esta oportunidad. No obstante, se asume como criterio la respuesta esencial que el Catecismo ofrece: “Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. San Pablo lo afirma: “Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores” (Rm 5,19): “Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…” (Rm 5,12) 9. En otras palabras, la revelación presenta el pecado y la muerte, no como parte de la creación divina, sino como consecuencia humana del pecado original. Por tal motivo, la muerte no es proyecto de Dios.
¿Dios cómo reacciona frente al dolor humano?
Dios que no creó la muerte ni se goza del sufrimiento humano, tampoco se limita a ser espectador, sino que, al contrario, frente a la muerte ocasionada por las manos de la humanidad, asume el sufrimiento, vive la muerte en la carne humana de Jesús -verdadero Dios y verdadero hombre- y ofrece fortaleza, consuelo, esperanza, misericordia, salvación, vida eterna y Resurrección. El catecismo continúa diciendo: “a la universalidad del pecado y de la muerte, el apóstol opone la universalidad de la salvación en Cristo: “Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a todos una justificación que da la vida” (Rm 5, 18)”.
¿Cómo reacciona la Iglesia frente al dolor de la muerte?
Igualmente, la Iglesia no es insensible, ni indiferente, ni tampoco olvida el sufrimiento humano que viven los amigos y familiares de los hermanos difuntos, sino que, sigue el testimonio de la cercanía, compasión y misericordia de Jesús -un ejemplo concreto, son los gestos significativos durante la muerte de Lázaro10 -, para también ser una Iglesia Madre que consuela, ora y acompaña, a la comunidad afligida que siente el vacío, la angustia, la tristeza, el luto, el reproche y la desesperación a causa de la muerte del ser querido.
Anteriormente se ha presentado el sentido de la muerte cristiana, no como el final de la vida terrenal, sino el paso a la eternidad junto a Dios. Es decir, la muerte no tiene la última palabra sobre la persona, sino que es Cristo Resucitado, la esperanza y culmen de la existencia humana. Para el bautizado que ama a Dios y a los hermanos, el ser humano nace, crece, muere y resucita.
Ahora bien, junto a esta explicación amplia pero necesaria, también es importante evidenciar lo siguiente: el 1 de noviembre la Iglesia celebra la solemnidad de todos los santos y luego al siguiente día se celebra la conmemoración de los fieles difuntos, ¿esto qué significa? ¿Por qué la Iglesia hace esta distinción? ¿Por qué no celebra un solo día para todos los seres queridos que han fallecido y están en el cielo? ¿Quiénes conforman la Iglesia de Cristo? ¿Dónde están los difuntos? Para responder se tendrá en cuenta el prefacio como la oración colecta propios de estas celebraciones junto a la enseñanza del catecismo:
“Porque hoy nos permites honrar a la Ciudad santa, la Jerusalén celestial, que es nuestra madre, donde una multitud de hermanos nuestros ya te alaba eternamente”.
Este texto evidencia, en primer lugar, que los santos son las personas que después de la muerte, por gracia, misericordia, unión con Dios y la perseverancia en la caridad, viven ahora triunfantes, gozan victoriosos en el cielo y alaban eternamente al Señor. Mientras que, por otra parte, presenta a los peregrinos quienes continúan avanzando cada día, caminantes sobre la tierra con su mirada a Dios en el cielo; ellos con fe y alegría se encomiendan a la intercesión de los santos para llegar un día a la patria celestial. Igualmente, en la oración colecta leída el 2 de noviembre en la celebración por los fieles difuntos, con la esperanza en la resurrección, la Iglesia pide por aquellos que han fallecido, pero todavía no viven en la alegría de la felicidad eterna:
“Dios nuestro, gloria de los fieles y vida de los justos, que nos has redimido por la muerte y resurrección de tu Hijo, ten piedad de tus hijos difuntos y conduce a la alegría de la felicidad eterna a quienes creyeron en el misterio de la resurrección 12”.
Es decir, se ha presentado de forma panorámica los tres estados en que se encuentra los discípulos de Cristo: los santos están triunfantes en el cielo, los bautizados peregrinos, en la tierra; y los difuntos que purifican sus pecados en el purgatorio, se preparan para entrar en el cielo. Todos los discípulos, aunque de diferente manera, pertenecen a la Iglesia porque hay un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo. En palabras de la Lumen Gentium:
“Así, pues, hasta que el Señor venga revestido de majestad y acompañado de sus ángeles (cf. Mt 25, 31) y, destruida la muerte, le sean sometidas todas las cosas (cf. 1 Co 15, 26-27), de sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando «claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es»; mas todos, en forma y grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo y cantamos idéntico himno de gloria a nuestro Dios. Pues todos los que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en Él (cf. Ef 4, 16) 13”.
¿Cuál es la relación entre los bienaventurados del cielo, los difuntos del purgatorio y los peregrinos de la tierra?
Finalmente, por el hecho que todos los discípulos hacen parte del cuerpo místico de Cristo, existe la comunión de los bienes espirituales. Los santos en el cielo, que murieron en la gracia, en la amistad de Dios, están perfectamente purificados y se encuentran más unidos a Cristo, orientan a la Iglesia hacia la santidad; ellos continúan intercediendo por los que están en la tierra para que sigan edificando la Iglesia y por los difuntos para que alcancen también la patria celestial. Igualmente, los peregrinos en la tierra ofrecen Eucaristías, oraciones e indulgencias por el perdón de los pecados de los fieles difuntos, siguen la enseñanza del libro de los Macabeos: “Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” 14 , para que sus seres queridos que fallecieron en la gracia y en la amistad con Dios pero imperfectamente purificados por este motivo, todavía no viven en el cielo, sino que están purificándose en el purgatorio y anhelan gozar pronto de la vida eterna.
Todos los discípulos santos en el cielo interceden por las intenciones y necesidades de cada persona en la tierra, y los discípulos peregrinos, a su vez, no dejan de encomendar a los discípulos difuntos, para que Dios le conceda el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua, porque Cristo Resucitado, es la esperanza del ser humano y quien cree en ti, -Dios vivo y eterno- no morirá para siempre. Amén.
1. Liturgia de las horas, Estate, Señor, conmigo siempre, himno de Laudes, miércoles de la II semana del salterio.
2. San Francisco de Asís, Cántico de las criaturas.
3. Flp. 1, 21.
4. Rm 11,6
5.Jn 6, 54.
6.San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 20.
7.CEC 1326.
8.Martin Heidegger, El ser y tiempo, 1927.
9.CIC 402.
10. Jn 11, 1ss
11. Prefacio la Gloria de la Iglesia en la solemnidad de todos los santos.
12. Misal Romano, Oración colecta para la conmemoración de los fieles difuntos, noviembre 2.
13. Concilio Vaticano II, LG 49 – 50.
14. Mac 12, 46.