Obispo de Cúcuta en la Pascua: “Dios mismo, en su amor providente y misericordioso, rehace el orden de la Creación”

Fotos: Centro de Comunicaciones Diócesis de Cúcuta

Culminó una Semana Santa histórica en la humanidad, los templos estuvieron vacíos y las calles sin procesiones, la pandemia del Covid-19 confinó a las Naciones, pero la fecha de la Pascua no podía ser aplazada.

De esta manera, a puerta cerrada, desde el Vaticano y en todo el mundo se llevaron a cabo las celebraciones de los misterios centrales de la fe Católica, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.

En la mañana del Domingo de Resurrección, la Diócesis de Cúcuta llevó a todos los hogares, gracias a los medios de comunicación, la celebración de la Pascua del Señor, presidida por Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, Obispo de la Diócesis de Cúcuta, quien señaló que en este día “Dios mismo, en su amor providente y misericordioso, rehace el orden de la Creación, redime al hombre, paga el precio de su desobediencia y de su mal, con la sangre de Jesucristo”.

Los cristianos pueden ver que después del sufrimiento y la muerte, se cumplen las profecías del Antiguo Testamento. En su homilía, Monseñor explica el relato del Evangelio del día según San Juan, cuando María Magdalena va a primera hora de la mañana al sepulcro, este está vacío; Simón, Pedro y el discípulo amado, Juan, correan a buscar al Señor y se encuentran con la “gran noticia”. Es así, como “la Iglesia entera también hoy ve y cree que el Señor ha resucitado entre los muertos (…) Damos razón de Jesucristo, con la predicación damos el testimonio solemne que el Señor Jesús es juez de vivos y muertos”.

Para finalizar la homilía, Monseñor Víctor Manuel manifestó que fue un día triste, “nos encontramos silenciosos, las calles están vacías, el Señor ha resucitado y nos encuentra refugiados y llenos tal vez, de miedo (…) Pero a la vez, es un día de alegría, este contraste se debe a la Resurrección, oremos a Dios en familia, pidamos por la humanidad entera”.

El señor Obispo concluyó este momento de la Eucaristía, invitando a ponerse en las manos del Señor, para que todos sean conservados como María Santísima: siempre fiel, atenta a escuchar y vivir cuanto el Señor quiere.

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