El tema de la esperanza es fundamental en los contenidos de la fe y de la vida cristiana. Llegó a ser tan importante que el Apóstol San Pablo, en su Carta a Timoteo lo expresó claramente, “Cristo Jesús, nuestra esperanza” (1 Tim 1, 1). Agrega también en “Cristo está la feliz esperanza” (Tim 2, 13). En las situaciones humanas también: vivimos de la esperanza, confiamos y esperamos que todo será mejor en un futuro, por nuestro trabajo y acción.
El tema de la esperanza está fundamentado en muchos pasajes de la Sagrada Escritura, es profundamente bíblico, hace parte del mensaje y de la enseñanza de Dios en su Revelación para los hombres.
En la vida del hombre, en sus realidades más fundamentales como lo son el dolor, la enfermedad, la angustia, las dificultades que vive el creyente, encuentra en Dios su esperanza.
“Mientras el hombre tiene vida, tiene esperanza” (Eclesiástico 9, 4). Las palabras del libro del Eclesiastés (el Libro del predicador), que recoge toda la sabiduría del Pueblo de Israel, pone como uno de los elementos del creyente, de aquel que vive y padece la prueba, el tema de la esperanza.
La espera confiada en Dios hace parte de la vida y de la respuesta misma del hombre a las pruebas humanas, pensando en Dios y en la fe que posee. Es la respuesta frente a todas las condiciones de la vida. En todas estas situaciones de vida la esperanza está puesta en Dios. De esta realidad nos habla el Profeta Isaías y también el libro de los Proverbios (Isaías 7, 4 y Prov. 28, 1).
Un tema íntimamente unido a la esperanza es el tema del consuelo. Dios, Padre, con sus acciones y mano amorosa, consuela y acompaña los dolores de Israel, de los hijos que tienen fe en Él. Son muchos los momentos en los cuales Dios consuela y, por ello, llena de esperanza al Pueblo de Israel (Is 40, 1; 49, 13; 51, 3; 51, 57; 61, 2; 66, 13). En estos apartados del Profeta Isaías encontramos precisamente la imagen de Dios que “Consuela” a sus hijos.
En su vida, en su situación y realidades que les afectaron, los hijos del Pueblo de Dios tenían puesta su esperanza en la llegada del Mesías, en el cumplimiento de las profecías y promesas de Dios que se concretaron y cumplieron en Jesucristo. En el evangelio de San Lucas encontramos también muchos elementos que fortalecen y muestran la figura de la esperanza puesta en Cristo Jesús. El Pueblo de Israel, representado en dos justos: Simeón y Ana, esperan la salvación de Dios, esperan en la vida de Dios que se manifiesta en Cristo Jesús. En Cristo se ha obrado la redención que el pueblo esperaba, para salvarse y redimirse (Lucas 1, 68-71).
Para San Pablo en toda su teología es clara la enseñanza de que Cristo es la salvación para todos los hombres (1 Tes 1, 3). La salvación y la redención han llegado en Jesucristo, en su pasión, muerte y resurrección y se ha establecido un tiempo de gracia, de perdón y de misericordia. Es bellísimo el comienzo de la primera carta a Timoteo: “Cristo es nuestra esperanza”, en la cual pone al Señor como el fundamento de todo cuanto espera y anhela aquel que es Apóstol y creyente en Jesucristo.
Es una enseñanza cierta, que nos llega también a nosotros, ponemos la esperanza en Cristo y de esta esperanza surge la fuerza y la vitalidad para nuestra espera en cada uno de los momentos de la vida y de la expresión de la fe. Encontramos en estas enseñanzas, de profundo sentido bíblico, los elementos para fortalecer nuestra fe, nuestra respuesta, el contenido de toda nuestra espiritualidad.
Estamos en un mundo inmediatista, que pretende resultados inmediatos, cifras, metas y logros. Cristo es nuestra esperanza a largo plazo, en el fin último de nuestras vidas, la salvación en la fe que aceptamos y vivimos con alegría y confianza en el futuro que Dios nos ha prometido.
Todos necesitamos razones de esperanza en nuestras vidas, en nuestras acciones y realidades personales. Jesucristo nos da razones de esperanza: la salvación, la redención que Él ha obrado en nosotros, en razón de la fe, con la cual lo hemos aceptado. A Ustedes, queridos amigos lectores de LA VERDAD, los animo a poner su confianza en Jesucristo que es Salvador y Redentor del hombre.
¡Alabado sea Jesucristo!
Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Obispo de Cúcuta – (Colombia)