La historia de la Navidad que celebramos en nuestra amada Iglesia Católica aparece narrada en dos textos evangélicos: En san Mateo 1, 18 – 25 y en San Lucas 2, 1 – 20. Misterio, considerado gozoso en el rezo del Santo Rosario, que hunde sus raíces en la Palabra de Dios. Con profundo fundamento bíblico y particularmente en la revelación neotestamentaria.
Ambos relatos evangélicos son ampliamente conocidos, valorados y estimados por los cristianos. Han influido y siguen influyendo fuertemente en la formación de las tradiciones religiosas de nuestro pueblo creyente. Textos inspirados que particularmente se utilizan durante el tiempo litúrgico de Navidad.
Nuestra religiosidad popular ha tenido y sigue teniendo la costumbre muy antigua y siempre actual y vigente de representar este misterio de la Navidad en el pesebre o gruta del nacimiento del Niño Jesús, ante el cual rezamos, cantamos villancicos y compartimos en familia y en comunidad.
Todo ello como expresión de la gozosa expectativa que nos lleva a esperar con cariño la Noche Buena, que nos recuerda la primera Navidad; época festiva que hace que las figuras del Niño, de la Virgen María y de San José, nos resulten tan familiares y queridas, tan entrañables, tiernas y cercanas.
Año tras año celebramos este gran Misterio, en el que el gran Dios del cielo se encarna en la pequeñez, debilidad, pobreza y fragilidad de un Niño. Con su debilidad nos fortalece y con su pobreza nos enriquece. Son los incomprensibles misterios de Dios, sus características inesperadas que siempre nos sorprende en el camino de nuestra vida.
Efectivamente, se da un paso muy grande entre la revelación del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Porque ya no es que Dios solamente busca incansable al ser humano después que éste se extravía del camino y olvida la alianza de comunión de vida en el amor y en la amistad, sino que Dios se hace uno de nosotros en su amado Hijo Jesús.
Los cielos y la tierra se encuentran en Navidad, se unen en el seno de María de Nazaret, la Virgen de la Encarnación quien, con su sí decidido y determinado a Dios, hace posible que Él se haga carne, se haga humano, se haga uno de nosotros.
¡Grande Misterio! Digamos que son las características inesperadas de Dios, quien era esperado como un gran guerrero, un rey vencedor fuera de serie, un salvador con todos los poderes que podamos imaginar o un gran maestro de la ley. Sin embargo, se nos revela en la pobreza, la sencillez, la humildad y la debilidad de un
niño nacido de las entrañas de una mujer, también sencilla y humilde, la Virgen María. Pero ella, la Virgen María “es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura” (Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 286).
Esta es la gran noticia que transforma el mundo y que divide la historia cristiana en un antes y un después. Es el gran acontecimiento que nos invita a tomar conciencia que Dios se hace humano para que el ser humano se divinice. Se encuentran los caminos y se hacen uno solo.
Navidad ha sido, es y será una invitación para ir de bien en mejor y siempre que los seres humanos cambiamos para mejorar es Navidad. Es decir, que Navidad no es propiamente una novena, un mes o una buena temporada, sino que es una manera de vivir.
En efecto, cuando nos esforzamos por vivir con limpio corazón y recta conciencia es Navidad y esto es un intento que podemos hacer día a día, instante a instante. Es Navidad siempre que vivimos con una actitud sana y limpia de cara a Dios, a los demás y a nosotros mismos.
Es Navidad cuando hacemos esfuerzos sinceros para amar, para comprender, para ser instrumentos de paz y ser sembradores de justicia. Siempre que encendemos una luz en vez de maldecir la oscuridad es feliz Navidad. Cuando
nos alejamos determinadamente de todo lo negativo, de todo lo que ensucia y afea nuestro corazón es Navidad.
Navidad es Dios con nosotros. Y todo lo bueno que podamos pensar e imaginar lo podemos hacer realidad, porque contamos con la fuerza de Dios, que es el amigo que nunca abandona y que siempre nos acompaña en nuestro intento por ser mejores.
Dios, en el Niño Jesús, se hace pobre para enriquecernos y se hace débil para fortalecernos con todo su amor. Para los católicos, Navidad es la celebración alegre del misterio del nacimiento de Dios en medio de nosotros. El nacimiento de Dios en nuestro mundo, en nuestra sociedad y en nuestra vida. El Padre de los cielos se hace uno de nosotros en la persona de Jesús. Jesús es la palabra última, definitiva y mejor que el Padre nos ha dado y nos ha dicho.
Es Él mismo el que nace en Jesús. En Él se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento que se refieren al Mesías que ha de venir. Jesús es Emmanuel. Esta es una expresión hebrea que significa “Dios con nosotros”. Navidad, entonces, es la celebración de “Dios con nosotros”. En Jesús, el Padre de los cielos puso su casa, su morada o habitación en medio de nuestra humanidad y allí ha decidido permanecer para siempre. Al celebrar las festividades de Navidad, es necesario tomar conciencia profunda que Dios siempre está con nosotros y que nosotros deberíamos estar siempre con Él. Cuando Dios está con nosotros y nosotros estamos con Dios, efectivamente, nuestra vida cambia y mejora. Y cuando el ser humano cambia para mejorar es Navidad.
Cuando nos esforzamos para ser más comprensivos, tolerantes y pacientes en nuestras relaciones con nuestros familiares, amigos y seres queridos, es Navidad,
es Dios con nosotros. Cuando nos alejamos decididamente del resentimiento, de los rencores y odios para llenar nuestros corazones de perdón, de comprensión y de reconciliación, es Navidad, es Dios con nosotros, es Emmanuel.
También es Navidad cuando nos alejamos de la soberbia y el orgullo. Siempre que tú y yo sonreímos para ser portadores y sembradores de alegría en los demás, sobre todo en los tristes y angustiados; siempre que nos distanciamos de la amargura del pecado, es Navidad, es Emmanuel, es Dios con nosotros. Es feliz Navidad, cuando guiamos al extraviado y cuando compartimos de manera generosa y solidaria con los más pobres, con aquellos que no hacen pesebre porque viven en él durante todos los días del año.
Navidad, es oportunidad propicia para renovar el amor, la amistad, la alegría y la paz. Navidad, Emmanuel, Dios con nosotros, es tiempo especial para mejorar las relaciones con Dios y con el prójimo.
Siempre es Navidad y siempre podemos vivir en el espíritu de la Navidad. ¡Ánimo y adelante! Vivamos todos los días en el espíritu de alegría y de amor de la Navidad. Para ello, puede ayudarnos conservar durante todo el año en cada hogar, un pesebre “miniatura”, que me recuerde que cada día debo mejorar mis relaciones con Dios y con mis semejantes.
Por: Fray Milton Moulthon Altamiranda, OCD.
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen – Cúcuta.
Publicación Periódico La Verdad – Ed.784