Por: Pbro. Wilson David Alba García, vicario episcopal de San Pío X, párroco de los Santos Apóstoles.

En la vida de fe de muchos católicos se ha desarrollado, con el paso de los siglos, un profundo aprecio y una cierta devoción por los ángeles y arcángeles. La Sagrada Escritura nos enseña que los ángeles son mensajeros de Dios, espíritus servidores enviados para ayudar a los que han de heredar la salvación (Cf. Hb 1, 14). Sin embargo, en la piedad popular han surgido nombres y devociones a supuestos “arcángeles extrabíblicos”, que hoy nos invitaría a preguntarnos: ¿hasta qué punto estas prácticas son compatibles con la fe católica?, y si en realidad; ¿hacen parte de la revelación de Dios? Estas y muchas preguntas nos podrían surgir frente a la creencia de varios nombres de arcángeles que hoy muchos consideran en su devoción e incluso se tienen sus imágenes en “altares piadosos” o “rincones de fe” en el hogar.
Ahora bien, en la Revelación bíblica se nos presenta con nombre propio a tres arcángeles: Miguel: “¿quién como Dios?”, defensor del pueblo de Dios en la lucha contra el mal (Cf. Dn 10, 13; Ap 12, 7). Gabriel: el mensajero de la Encarnación (Cf. Lc 1, 26-38). y Rafael: guía y sanador en el libro de Tobías (Cf. Tob 12, 15). E incluso litúrgicamente la Iglesia celebra la memoria de estos tres Arcángeles, el 29 de septiembre, recordando su misión en la historia
de la salvación.
Fuera del canon bíblico, especialmente en la literatura apócrifa judía como el libro de Enoc o el Apocalipsis de Esdras, aparecen nombres de otros ángeles: Uriel, Raguel, Sariel, Remiel, entre otros. Estas fuentes inspiraron a comunidades cristianas antiguas y, con el tiempo, dieron pie a devociones particulares. Hay que decir además que dichos textos, aunque valiosos para comprender el contexto religioso del judaísmo intertestamentario, no forman parte de la Revelación y nunca fueron reconocidos en el canon bíblico. Por tanto, para los creyentes no es Palabra revelada.
No obstante, a la par con el texto revelado, desde el Magisterio de la Iglesia en el Concilio de Laodicea (siglo IV) ya se pedía no dar culto a ángeles cuyo nombre no apareciera en las Sagradas Escrituras, para evitar confusión y superstición; “No es lícito a los cristianos dejar la Iglesia de Dios para ir a adorar a los ángeles y formar asambleas en secreto, cosas que están prohibidas. Si alguien se encuentra involucrado en esta idolatría oculta, que sea anatema, porque ha abandonado a nuestro Señor Jesucristo y se ha entregado a la idolatría” (Canon 35).
Más tarde, la Congregación para el Culto Divino en el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, reiteró:
“Con el claro y sobrio lenguaje de la catequesis, la Iglesia enseña que la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición” (N 213).
Pero también deja claro que solo reconoce litúrgicamente a los tres arcángeles mencionados en la biblia: “hay que rechazar el uso de dar a los Ángeles nombres particulares, excepto Miguel, Gabriel y Rafael, que aparecen en la Escritura.” (N 217)
Y el mismo Catecismo de la Iglesia Católica nos reitera que la existencia de los ángeles “es una verdad de fe” (CIC 328) y recuerda que son criaturas espirituales que contemplan el rostro de Dios y cumplen sus designios de salvación (CIC 329-330). Es decir, nos recuerda que los ángeles existen y acompañan nuestra vida de fe (Cf. CIC 334-336), pero no se debe multiplicar su número ni inventar funciones fuera de la Revelación.
Por tanto, la devoción a los ángeles es legítima solo cuando brota de la certeza de que ellos son servidores de Dios que nos conducen a Cristo, único Mediador (Cf. 1 Tm 2, 5). El Catecismo de la Iglesia Católica también enseña con claridad: “Toda la vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles” (CIC, 334), pero esa ayuda debe ser acogida con discernimiento y fidelidad a lo revelado. Puesto que, cuando se multiplican nombres o funciones fuera de la Revelación, se corre el riesgo de desvirtuar la fe hacia prácticas sin fundamento teológico.
La riqueza de la piedad popular no debe ser tildada como menos, pero sí purificada. Así como el pueblo fiel reza con confianza al arcángel San Miguel para ser protegido en la batalla espiritual, también está llamado a recordar que la revelación de Dios en Cristo es suficiente. Los ángeles son, en definitiva, servidores y no protagonistas. La fe de la Iglesia nos invita a reconocer en ellos a compañeros de camino que, sin distraernos con curiosidades innecesarias, nos conducen al misterio central: el Dios Trino que se revela en Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación.
Así pues, la piedad hacia los arcángeles debe nacer de la Palabra revelada y de la liturgia de la Iglesia. La introducción de nombres extrabíblicos puede desviar la devoción cristiana hacia formas supersticiosas o sincretismos ajenos al Evangelio. Por ello, tengamos claro que lo verdaderamente importante no es conocer listas de espíritus celestiales, sino abrirse a la acción de Dios que, a través de sus mensajeros, sigue acompañando la historia de la salvación.