Por: Pbro. Javier Alexis Agudelo Avendaño, sacerdote diocesano
Clero de la Diócesis de Cúcuta. Foto: Obando
Así, no ahorren esfuerzos por añadir a su fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento el dominio propio, al dominio propio la paciencia, a la paciencia la piedad y a la piedad el amor”. 2 Pe 1, 5-6.
Juan Bautista María Vianney, más conocido como el Santo Cura de Ars, fue un presbítero francés proclamado patrono de los sacerdotes católicos, especialmente de los que tienen la gran tarea de la cura de almas, es decir, los párrocos. Julio Eugui, escritor Belga, en su libro “Mil anécdotas de virtudes”, expresa que una de las cosas que más le impresionaba del santo era su dedicado servicio en el confesionario. (Eugui 2004).
Su humildad, su predicación, su discernimiento y saber espontáneos; su capacidad para generar el arrepentimiento de los penitentes por los males cometidos fueron proverbiales. Sabemos, por historia, que su vida no fue nada fácil, fueron muchas las dificultades que tuvo que pasar desde su infancia hasta su muerte, incluyendo su vida en el Seminario y posteriormente en su ministerio.
Pero, ¿qué fue lo que este hombre hizo para causar tanta admiración? ¿Cómo logró que su ministerio fuera tan fecundo en una población árida en la fe? ¿Cuál era la razón por la que muchos peregrinos hicieron largas travesías para escuchar sus enseñanzas? Considero, y sin temor a equivocarme, que el secreto estuvo en el cultivo de las virtudes que caracterizaron la vida de éste hombre sencillo y temeroso, que hoy es puesto como modelo y patrono de los sacerdotes y de manera especial de los párrocos. Podemos decir que lo verdaderamente extraordinario de la vida de los santos no son los milagros o hechos grandiosos, sino el modo heroico de vivir las virtudes cristianas. Virtudes que debemos cultivar en estos tiempos quienes tenemos el cuidado de la cura de almas mediante el sacramento del orden recibido válidamente (can. 150 CIC). La finalidad de esta magna tarea es ganar almas para Dios mediante el celo pastoral que no es otra cosa que el efecto del amor.
Virtudes que hicieron grande la vida del Santo
El propósito de este artículo, con ocasión de la fiesta de san Juan María Vianney, es resaltar las virtudes que hicieron fecundo su ministerio. Virtudes que podemos imitar quienes formamos la Iglesia de Cristo (laicos, religiosos y clérigos) para hacer fértil la vida cristiana y ministerial. Mediante el ejercicio de estas virtudes se logra cautivar los corazones de tantas personas necesitadas de Dios. Hombres y mujeres que necesitan ser escuchados en sus realidades más dolorosas, esperando una palabra de consuelo y de esperanza.
“Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8). El fundamento de una personalidad sacerdotal sólida, está formada por una serie de virtudes humanas, que sin las cuales, el sacerdote, además del daño para sí mismo, podría correr el serio peligro de ser un obstáculo y no un puente entre Jesucristo y los hombres. Todo sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, y por tanto, es necesario que haga todo lo posible por reflejar en sí mismo la madurez humana de Cristo, así su ministerio será más creíble y aceptable en tre los hombres, y será capaz de conocer profundamente el corazón humano, saliendo al encuentro de cada persona.
El Santo Cura de Ars tenía una verdadera intimidad con Dios, el abandono total a su voluntad y un rostro transfigurado. Esto es lo que tocaba el corazón de aquellos con los que se encontraba y a quienes les reveló la profundidad de su unión con Dios. Estas fueron sus virtudes:
1. Paciencia, constancia y perseverancia: El Cura de Ars vivió en los tiempos de la Revolución Francesa y sus secuelas. Cuando estaba en el Seminario, se le dificultaba los estudios. Él mismo decía que no podía guardar nada en su “mala cabeza”. En una ocasión un seminarista le golpeó en la cara por “ser tan lento para aprender”. Vianney de rodillas le pidió disculpas. A pesar de los incontables obstáculos, San Juan María Vianney perseveró y recibió la orden sacerdotal. Pero había algo que sí sabía hacer, y lo hacía muy bien: rezar.
San Pablo animaba a los habitantes de Tesalónica a ser pacientes: “Los exhortamos también a que reprendan a los indisciplinados, animen a los tímidos, sostengan a los débiles, y sean pacientes con todos” (1 Tes 5, 14). La paciencia, la constancia y la perseverancia son virtudes que pueden hacer útil y eficaz el ejercicio del ministerio en las comunidades y la vida de los ministros. Junto con la misericordia, la paciencia no permitía que Dios actuara con ira frente a los pecados de su pueblo: “El Señor es lento para la ira y abundante en misericordia, y perdona la iniquidad y la transgresión” (Núm. 14,18). En una de las plegarias eucarísticas nos dice que el objetivo de la paciencia de Dios es la salvación del Pueblo: “por los profetas la fuiste llevando con la esperanza de salvación” (IV plegaria del misal romano). Son virtudes que son perentorias en nuestros tiempos, para seguir guiando al pueblo de Dios por los caminos de la salvación y de la vida eterna. Virtudes que permitirán que podamos ejercer la misión que Dios nos ha encomendado tanto a laicos como a ministros del Señor.
2. Penitencia: Jesús dijo: “Algunos demonios sólo pueden salir por medio de la oración y el ayuno” (Mc 2, 9). Cuando el Cura de Ars llegó a su nueva parroquia, conocía por un don de Dios la triste condición del corazón de las almas. Él no se entregó a la desesperanza, más bien se encomendó a la omnipotencia de Dios. Antes de dirigirse a las ovejas de su rebaño, abandonó su corazón puro y sufriente a Dios con estas palabras: “Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia. Consiento en sufrir cuanto queráis durante toda mi vida, aunque sea durante cien años los dolores más vivos, con tal que se conviertan”. El Santo Cura pasaba largas horas en oración, a veces toda la noche en oración. Acompañaba su ferviente oración con fuerte ayuno, pasando a veces uno o dos días sin comer.
Los cristianos no encuentran en el dolor un placer especial. El masoquismo es contrario a la doctrina de Jesús. Entonces, ¿qué sentido tiene la mortificación cristiana? La Iglesia Católica siempre ha sostenido que el sacrificio tiene que estar presente en la vida del cristiano, como lo estuvo en la vida de Cristo. El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (2 Tm 4). Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “la moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo”. (CEC, 2289).
Con el ejemplo de Cristo que soportó la cruz y las heridas, la Iglesia recomienda algunos sacrificios corporales, como el ayuno, por ejemplo, siempre que no dañen la salud. Las penitencias excesivas han sido siempre rechazadas por la Iglesia, pues el cuerpo es uno de los mayores regalos que hemos recibido de Dios.
3. Confesión: Dios dotó al Santo Cura de Ars con unas cualidades extraordinarias como confesor. Después de años de intensa oración y ayuno, de aplicarse la disciplina y de enseñar catecismo, sus feligreses regresaron a la Iglesia al igual que personas de todas partes. La santidad, el amor y el celo apostólico de este verdadero hombre de Dios hizo que muchos abrieran su corazón, examinaran sus conciencias y acudieran al Sacramento de la misericordia de Dios. El confesionario llegó a ser su morada habitual, en donde pasaba entre 14 a 17 horas escuchando pecados y reconciliando a las almas con el Corazón Misericordioso de Jesús.
Los templos de nuestro tiempo cuentan con confesionarios muy bien sofisticados, incluso se le denominan salas de reconciliación. Muchos de ellos con aire acondicionado o calefacción dependiendo de las circunstancias del lugar. Sin embargo, están vacías y pasan a ser un lujo arquitectónico.
Uno de los más grandes deseos de Dios, es que después de esta vida vayamos a gozar con Él en el cielo. Por desgracia los hombres a veces desobedecemos a Dios y hacemos el mal. Pero Dios ama a sus hijos con un amor tan grande, que quiso dejarles un medio para que pudieran pedirle perdón y poder gozar con Él en el paraíso: El Sacramento de la Reconciliación. Una de las cosas que en nuestro tiempo debemos valorar con mayor deseo este Sacramento.
En los confesionarios tenemos la oportunidad de reparar muchas almas, incluyendo las nuestras, a fin de alcanzar la paz interior. El Señor lo expresó en el Evangelio cuando dijo: “Bienaventurados los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).
4. María Santísima y la Eucaristía, sus grandes amores: Pensemos por un momento: ¿Cómo puede un solo hombre lograr tanto con tan poco? Comía solo dos papas al día, confesaba de 14 a 17 horas al día, de noche dormía sólo tres horas, el demonio lo acosaba de noche, era calumniado por los dueños de las tabernas por haberles cerrado su negocio. La respuesta es muy clara: Su fuerza fueron sus dos grandes amores. El Santo Cura de Ars amaba locamente a Jesús y María, quienes fueron para el santo la fuente de su fuerza y su perseverancia. Amaba el Santísimo y el Santo Sacrificio de la Misa. María era su tierna y dulce Madre. Jesús era su Señor, su Dios, su Salvador y su mejor amigo. Cuando predicaba sobre la Santa Misa o la Santa Eucaristía la unción de sus palabras convertían los corazones más endurecidos. El Concilio Vaticano II invita a los sacerdotes a contemplar a María como el modelo perfecto de su propia existencia, invocándola como “Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles, Auxilio de los presbíteros en su ministerio”. Y los presbíteros –continúa diciendo el Concilio- “han de venerarla y amarla con devoción y culto filial” (cf. P.O. 18).
El Santo Cura de Ars solía repetir: “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir, de su santa Madre” (B. Nodet, Il pensiero e l´anima del Curato d´Ars, Turín 1967, p. 305). Esto vale para todos cristianos, pero de modo especial para los sacerdotes.
El Cura de Ars amaba tanto a Jesús Sacramentado, que sentía irresistiblemente atraído hacia el tabernáculo, decía: “No es necesario hablar mucho, se sabe que el buen Dios está ahí en el Sagrario, se le abre el corazón, nos alegramos de su presencia. Y esta es la mejor oración”. No había ocasión en que no inculcase a los fieles el respeto y el amor a la divina presencia Eucarística, invitándolos a aproximarse con frecuencia a la Comunión, y él mismo daba ejemplo de esta profunda piedad.
El Sagrario es para el sacerdote su lugar de descanso y para el cristiano una oportunidad de ir a Él y encontrar su descanso. Vive del Sagrario, de ahí saca la fuerza, el coraje, la decisión, la perseverancia en su vocación. El Sagrario es su punto de referencia para todo. “Él me mira y yo le miro”, como decía San Juan María Vianney en Ars cuando se le preguntó qué hacía tanto tiempo frente al Sagrario.
Considero que estas son las virtudes más relevantes de Santo Cura de Ars que hicieron muy fecunda su vida y su ministerio. Virtudes que están a nuestro alcance tanto para los laicos como para los sacerdotes. Virtudes que enriquecerán nuestra vida cristiana y ministerial, haciéndola fértil.