La vocación del cristiano es sanar las heridas del prójimo

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta.

En este día celebramos la jorna­da mundial de los pobres, que tiene como propósito sensibili­zar a todos los cristianos, para vivir la caridad como el fruto maduro de la fe en Jesucristo y de la esperanza en Él, que no defrauda. La caridad es la puerta de entrada al cielo a parti­cipar de la gloria de Dios: “vengan benditos de mi Padre, tomen pose­sión del reino preparado para us­tedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; era un extraño, y me hos­pedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme” (Mt 25, 34 – 36); concluyendo que cada vez que un cristiano hace esto por un hermano necesitado, lo está hacien­do por el mismo Jesucristo y por esta razón es llamado a participar de las moradas eternas en la presencia de Dios.

La vocación del cristiano es sanar las heridas del prójimo, es mirar el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la herida del otro que está tirado en el camino y tenderle una mirada de amor, como manifestación del amor que viene de Dios. Jesús lo enseña en la parábola del buen samaritano, cuando le responde al experto en la ley que le pregunta quién es el próji­mo (Cf. Lc 10, 30 – 36), invitándolo a hacer otro tanto haciéndose próji­mo del que sufre sin preguntar por su identidad política, social o religiosa. Así lo indicó el Papa Francisco en Fratelli Tutti: “la propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de perte­nencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido” (FT 81), invitándonos a to­dos a hacernos prójimos y a “dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera” (Ibid). Esto es lo que en­seña Jesús sobre la caridad y lo reitera en el evangelio diciendo: “vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37), así lo ha re­tomado el Papa León XIV en el men­saje para la jornada de los pobres para este año: “todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron mu­chos santos y santas de todas las épocas”.

Vivir la caridad cristia­na no es un aprendiza­je que se recibe en las academias donde se llena el cerebro de la ciencia humana, sino que es fruto de la fe en Dios que nos enseña a amar al prójimo con el corazón de Jesús, sin cálculos humanos, re­conociendo al mismo Jesucristo en todos los que sufren, tal como nos lo ha enseñado en el Evangelio al hablar de la ayuda que damos a los demás (Cf. Mt 25, 31 – 46), des­cubriendo que “para los cristianos, las palabras de Jesús implican re­conocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una digni­dad infinita” (FT 85), dignidad que nosotros en la vivencia de la caridad le reconocemos y le devolvemos en el nombre del Señor.

De esta manera, entendemos que el cristiano tiene vocación a la cari­dad porque está en unión íntima con Dios, que lo mueve desde dentro a ser un instrumento en sus manos para realizar su obra con los que están caí­dos en el camino de la vida. La cari­dad nace de un cristiano contempla­tivo, que se pone de rodillas frente al Señor y allí encuentra la motivación más profunda para volverse próji­mo del que sufre. El Papa Francis­co expresó esta verdad cuando dijo: “la altura espiritual de una vida humana está marca­da por el amor, que es ‘el criterio para la decisión definitiva so­bre la valoración po­sitiva o negativa de la vida humana’. Todos los creyentes necesita­mos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (Cf. 1Cor 13, 1- 13)(FT 92). Conclu­yendo así que la caridad es el fruto maduro de un cristiano que tiene un camino de perfección cristiana muy fortalecido, porque se relacio­na con Dios a través de la oración y se mantiene en la gracia y en la paz del Señor; por eso, la transmite a los que están en su entorno a través de la ayuda a los más pobres y necesi­tados, mediante el ejercicio sincero y desinteresado de la caridad.

Todos estamos clamando hoy por la paz en el mundo, pero tenemos que entender que la paz es un don de Dios que brota de la caridad y des­de la caridad que es amor de entre­ga total puede lograr que el corazón del hombre se sane, para que pueda transformar la sociedad. La caridad como expresión más alta de la fe y la esperanza, en un creyente que vive en gracia, transforma el entorno en el que vive, ya que “la caridad, con su dinamismo universal, puede cons­truir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos” (FT 183). De tal manera, que la ca­ridad no es solamente el centro y la corona de todas las virtudes, sino que es también “el corazón de toda vida social sana y abierta” (FT 184).

Al celebrar en este día la jornada mundial de los pobres, desde las pa­rroquias y familias estamos llamados a tener gestos de caridad para con los más necesitados, pero no podemos quedarnos en una jornada de este domingo, sino que tenemos que en­tender que la vocación del cristiano es la caridad, que significa agacharse para sanar las heridas del prójimo. Fieles al mandato del Señor: sean mis testigos, busquen la santidad, hagámoslo desde la vivencia de la caridad, como vocación del cristiano a mirar al que sufre con los ojos de Jesús. Que la Santísima Virgen Ma­ría, madre de la caridad y el Glorioso Patriarca San José custodien la fe y esperanza en nosotros, que produce el fruto maduro de la caridad que nos abre las puertas del Reino de los cie­los.

En unión de oraciones, reciban mi bendición.

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